Pedagogía de la Hispanidad

Un poco de Historia

Fiesta Nacional de España es la denominación oficial que recibe el día nacional en España. Se celebra el 12 de octubre y está regulado por la Ley 18/1987, de 7 de octubre.1

Su único artículo indica:

“Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre”.

En la exposición de motivos se explica:

“La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”.

La celebración incluye tradicionalmente un desfile militar al que asiste el Rey, junto a la Familia Real, y el Presidente del Gobierno, con representantes de todos los poderes del Estado, comprendiendo las autonomías españolas.

El Descubrimiento de América en 1492 fue trascendental y el 12 de octubre se ha considerado como un día memorable porque a partir de entonces se inició el contacto entre Europa y América, que culminó con el llamado «encuentro de dos mundos», que transforma las visiones del mundo y las vidas tanto de europeos como de americanos, ya que gracias a sus descubrimientos se gesta la Colonización europea de América. Sin embargo, el 12 de octubre de 1492 no se reveló la existencia de América. Cristóbal Colón siempre creyó que había llegado a Cipango (Japón) sin sospechar que se había topado con el continente americano. Después de Colón, se organizaron otros viajes financiados por la corona española, como los de Núñez de Balboa que cruzó a pie el istmo de Panamá y encontró el océano Pacífico (1513); y el de Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518) que recorrieron las costas mexicanas. El florentino Américo Vespucio (1451-1512) recorrió la costa norte de América del Sur, los litorales de Brasil y el sur de la Patagonia, y se le considera el primer europeo en comprender y anunciar que esas tierras eran en realidad un nuevo continente; por este motivo, el cartógrafo Martín Waldseemüller les dio en su mapa de 1507 el nombre de América, que se usa desde entonces.

Hispanidad es un término del español clásico, que a principios del siglo XX había ya caído en desuso. Pero en 1926 el sacerdote español Zacarías de Vizcarra propuso, en un artículo que publicó en Buenos Aires, que «Hispanidad» debiera sustituir a «Raza» en las celebraciones del doce de octubre. La celebración del doce de octubre como Fiesta de la Raza Española había sido propuesta en 1913 por Faustino Rodríguez-San Pedro desde la organización Unión Ibero-Americana, y en 1918 alcanzó en España el rango de fiesta nacional con esa denominación. Denominación ampliamente utilizada de hecho en distintas repúblicas americanas que habían reconocido también el 12 de octubre como fiesta nacional, sin nombre alguno o bajo otros rótulos.

El 15 de diciembre de 1931, Ramiro de Maeztu, que había sido Embajador de España en Argentina en 1928 y 1929, abrió la revista «Acción Española» con un artículo titulado «La Hispanidad», que se inicia así: «’El 12 de octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad’». Con estas palabras encabezaba su extraordinario del 12 de octubre último un modesto semanario de Buenos Aires, «El Eco de España». La palabra se debe a un sacerdote español que reside en Argentina, Don Zacarías de Vizcarra. El Arzobispo de Toledo y Primado de España, Isidro Gomá Tomás, incorporó el término en un importante discurso, Apología de la Hispanidad, en el que la máxima autoridad de los católicos españoles, nombrado al año siguiente Cardenal de la Iglesia de Roma, se convertía en apologista de la idea de la hispanidad defendida por Ramiro de Maeztu.

La que ostenta el título de Reina de la Hispanidad es Santa María de Guadalupe de Extremadura coronada canónicamente por el arzobispo de Toledo y el Rey Alfonso XIII como Reina de las Españas” por su indiscutible papel en la gesta descubridora, conquistadora y evangelizadora en América.

Y el 12 de octubre de 1935 ya fue celebrado en Madrid el Día de la Hispanidad. A la española hora de las cinco de la tarde Ramiro de Maeztu pronunció un discurso en la Academia Española, sobre el Descubrimiento y la colonización de América. Y con el título «El Día de la Hispanidad» publicó un artículo en el número inaugural de Hispanidad, revista quincenal cuyo primer número está fechado precisamente el 12 de octubre de 1935. En el segundo número de esa revista puede leerse: «La conmemoración de la fiesta de la Hispanidad. Con gran brillantez se ha celebrado este año el día de la Hispanidad. Toda España se ha sumado a su conmemoración. Y no solamente en España. En América, ni qué decir. En cuanto al extranjero, allí donde existe un núcleo de españoles se han reunido y han brindado por la raza española.» (Hispanidad, nº 2, 1 de noviembre de 1935, pág. 26.) Ese mismo día de la raza, en Sevilla, se inauguró el XXVI Congreso Internacional de Americanistas.

Un año después, en octubre de 1936, Ramiro de Maeztu fue asesinado. Pero su Defensa de la Hispanidad volvió a publicarse en 1938, en plena Guerra Civil Española, y sus ideas se convirtieron en uno de los principales soportes ideológicos del bando nacional.

No debe extrañar, por tanto, que incluso antes de alcanzarse la paz en España, en las celebraciones del doce de octubre se fuese generalizando en medios oficiales, desde muy pronto, la denominación Día de la Hispanidad o Fiesta de la Hispanidad, aunque, sobre el papel, el decreto de 1918, de Antonio Maura y Su Majestad el Rey Alfonso XIII, que denominaba Fiesta de la Raza a la Fiesta Nacional Española, conmemorativa del Descubrimiento de América, se mantuviera en vigor durante cuarenta años.

El 12 de octubre de 1939, tras poco más de seis meses de posguerra, la celebración oficial del día de la Raza, presidida por Francisco Franco, tuvo lugar en Zaragoza, con una especial devoción a la Virgen en el día del Pilar, pero sobre todo como Día de la Hispanidad, símbolo de la nueva política interior y exterior que se propugnaba:

«Las fiestas de la Hispanidad han tenido en Zaragoza un escenario incomparable. (…) El significado profundo de las fiestas fue la compenetración íntima del homenaje a la Raza y la devoción de Nuestra Señora de Guadalupe, es decir, el símbolo de la unión cada vez más estrecha de América y España. Chile participa con fervor en el homenaje que se rinde a la Hispanidad y se enorgullece de su origen y de sus firmes tradiciones hispánicas»

El 12 de octubre también es conocido como el Día del Pilar, por ser la onomástica del día, siendo la Virgen del Pilar patrona de Aragón y de la ciudad de Zaragoza en particular. La capital aragonesa celebra ese mismo día sus fiestas patronales.

En 1943 la celebración oficial en España del Día de la Hispanidad coincidió con la re-inauguración de la Ciudad Universitaria de Madrid, destruida durante la Guerra Civil: «Hoy, Día de la Hispanidad», «Con la solemne inauguración de la Ciudad Universitaria y el curso académico 1943-44, se celebra el Día de la Hispanidad».

Aunque, legalmente, el Día de la Hispanidad no alcanzó reconocimiento en la España del franquismo hasta 1958, cuando un decreto de la Presidencia del Gobierno de 9 de enero de 1958 estableció: «Dada la enorme trascendencia que el 12 de octubre significa para España y todos los pueblos de América hispana, el 12 de octubre será fiesta nacional, bajo el nombre de Día de la Hispanidad».

En 1981, tras la restauración democrática y con la Constitución Española de 1978 en vigor, el Real Decreto 3217/1981, publicado en el primer Boletín Oficial del Estado del año 1982, refrendó el doce de octubre como «Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad».

En 1987, la «Ley 18/1987» (BOE 241/1897, página 30149) en vigor, establece el Día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre. Aunque esta ley ratificó como festividad nacional de España el día asociado al Descubrimiento —frente a los partidarios de sustituirla por la conmemoración de la aprobación de la Constitución de 1978 el 6 de diciembre—, prescinde de la denominación de «Día de la Hispanidad».

Otros términos empleados para designar la festividad del 12 de octubre

El término oficial (en España) en la actualidad es el de Fiesta Nacional de España según Ley 18/1987, aunque se emplean a su vez para referirse a este día, los siguientes términos:

Día de la Fiesta Nacional.

Día Nacional de España.

Fiesta de la Hispanidad.

Día de la Raza.

Día de la Madre Patria.

Día del Descubrimiento.

Día de Colón.

Día del Pilar.

12-O.

La Hispanidad como comunidad de pueblos

La idea de la Hispanidad es la de unión de pueblos en torno a valores comunes. Es la decantación histórica de la que fue el Imperio Católico Español y se refiere a un modelo de organización política y territorial distinto al del Estado Nacional de inspiración liberal y jacobina. España alcanza su integración política y territorial con los Reyes Católicos, es decir, mucho antes de Revolución Francesa y de la idea jacobina de Nación. El Estado de los Reyes Católicos no es un agregado de individuos en torno a una Constitución, sino una integración orgánica de pueblos y reinos en torno a una corona y a unos valores (en este caso los católicos). Esta idea de proyecta en América.

En contra de la Leyenda Negra, propagada por ingleses y franceses, no hubo ningún genocidio en la conquista de América por parte de los españoles (y los portugueses). Un genocidio es el exterminio sistemático y planificado de un pueblo. Esto es lo que pasó en América del Norte: para los ingleses lo indígenas eran alimañas que debían ser exterminadas. En los territorios españoles lo que se hizo fue integrar a los indígenas en la Hispanidad y se fomentaron los matrimonios mixtos. Naturalmente en la conquista hubo batallas, y además los españoles, de forma involuntaria, fueron portadores de enfermedades infecciosas que diezmaron a muchos indígenas faltos de inmunidad. La prueba es que en Centroamérica y en América del Sur hay millones de indios y de mestizos, mientras que en América del Norte los pieles rojas están prácticamente extinguidos.

Dos libros

Para quien quiera profundizar en el significado de la Hispanidad recomendamos dos libros: Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu, e Idea de la Hispanidad, de Manuel García Morente.

La mística de la Hispanidad es una de las aportaciones fundamentales de Maeztu al discurso ideológico de Acción Española. Aparece recogida y estructurada en su libro Defensa de la Hispanidad, pero en realidad casi todo el libro es una recopilación de artículos publicados previamente en la revista de Acción Española.

El hispanismo de Maeztu no tiene nada que ver con el nacionalismo secular que se desarrolla en el siglo XIX y llega a su apogeo con los movimientos fascistas. No debe extrañarnos, pues el nacionalismo moderno nace con la Revolución Francesa, al igual que el liberalismo, aunque en su desarrollo posterior acabe oponiéndose al mismo. Algunos autores han hablado de la ambigüedad nacionalista de Maeztu[1]. Aunque es indudable que el primer Maeztu fue un nacionalista español[2], el hispanismo de su etapa final tiene poco que ver con el nacionalismo moderno.

La desconfianza de Maeztu hacia el Estado es una constante en su pensamiento. En su primera etapa esta desconfianza toma la forma de un liberalismo anarquizante, después de una oposición de “sociedad” frente al Estado. En su última etapa entiende que el único Estado legítimo es la monarquía católica, que solamente se justifica por subordinar su política secular a la propagación y defensa del Catolicismo bajo el magisterio de la Iglesia.

Para Maeztu, España no tiene sentido sin la Hispanidad, entendiendo por tal la proyección universal de lo español, subordinado al catolicismo, y que se manifestó en la historia en la aportación española a la Contrarreforma, especialmente en Trento, y en la conquista y cristianización de América. La Hispanidad no tiene nada que ver con las raíces telúricas de lo español, ni con la raza, ni con el territorio, ni con nada vinculado al hombre natural. La Hispanidad es Espíritu, algo que emana de “lo alto”.

La Hispanidad, desde luego, no es una raza […] Sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que pueden transmitirse a través de las oscuridades protoplasmáticas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo. La Hispanidad está compuesta por hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía-

También por los de la geografía. Sería perderse antes de echar a andar. La Hispanidad no habita una tierra, sino muchas y muy diversas[3].

Para Maeztu no puede entenderse la Hispanidad sin entender una forma específica de humanismo, el “humanismo español”, que fue la gran aportación de los teólogos españoles al concilio de Trento, y este se basa, aunque pueda parecer paradójico, en la creencia profunda en la igualdad humana, entendida como igualdad “esencial” e igualdad ante Dios.

Este humanismo es una fe profunda en la igualdad esencial de los hombres, en medio de las diferencias de valor de las distintas posiciones que ocupan y de las obras que hacen […] Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. Pero ha penetrado tan profundamente en las conciencias españolas que la aceptan, con ligeras variantes, hasta las menos religiosas. No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre los otros o de unas clases sociales sobre las otras[4].

A este humanismo español se opone lo que llama Maeztu “el humanismo del orgullo”, y este se fundamenta, y no es casualidad, en la doctrina protestante de la predestinación. Que una persona, un grupo, una clase o un pueblo entero, se considere elegida por Dios y destinada a la salvación le parece a Maeztu algo inconcebible, y contrario al espíritu de la Hispanidad.

(El español) no iguala a los buenos y a los malos, a los superiores y a los inferiores, porque le parecen indiscutibles las diferencias de valor de sus actos, pero tampoco puede creer que Dios ha dividido a los hombres de toda eternidad, desde antes de la creación, en electos y réprobos. Esto es la herejía, la secta: la división seccionamiento del género humano. El sentido español del humanismo lo formuló Don Quijote cuando dijo “Repara, hermano Sancho que nadie es más que otro si no hace más que otro”[5]

Para Maeztu la Hispanidad es universalidad (de aquí las dudas sobre si su hispanismo puede considerarse nacionalismo), porque está al servicio del catolicismo. Así la monarquía católica que dio forma al Imperio Español partía del principio ultramontano de supeditación al poder espiritual representado por la Iglesia.

Estos principios se pusieron en manifiesto, siempre según Maeztu, en la conquista española de América, tan distinta de los procesos de colonización protagonizados por otras potencias como Inglaterra.

Cuando Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, en 1509, pudo haber dicho a los indios que los hidalgos leoneses eran de una raza superior. Lo que les dijo textualmente fue esto. “Dios Nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de los cuales vosotros, yo y todos los hombres que han sido y serán en el mundo, descendemos”. El ejemplo de Ojeda lo siguen después los españoles diseminados por las tierras de América: reúnen por la tarde a los indios, como una madre a sus hijuelos, bajo la cruz del pueblo, les hacen juntar las manos y elevar el corazón a Dios[6].

La Hispanidad es para Maeztu una empresa misional, incomprensible sin el catolicismo. Es la concreción sociopolítica de la teología de Trento, con un especial énfasis en la igualdad esencial de todos los hombres, en su capacidad de alcanzar la salvación eterna, y por tanto en su frontal oposición a la doctrina protestante de la predestinación.

Mantenemos nosotros la libertad, porque el hombre está constituido de tal modo que, por grandes que sean sus pecados, le es siempre posible enmendarse, mejorar y salvarse. También puede seguir pecando hasta perderse, porque lo que se dice con ello es que la libertad es intrínseca a su ser y a su bondad[7].

Pero Maeztu llega más lejos aún, y afirma que los tres principio básicos de la revolución francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, proceden de la secularización y degeneración de principios católicos, y, por tanto hispánicos.

Estos principios de libertad, igualdad y fraternidad, son los que proclamó la revolución francesa y aun sigue proclamando la revolución en general. Francia los ha esculpido en sus edificios públicos. Es extraño que la revolución española no los haya proclamado para sí ¿Los habrá sentido incompatibles con su propio espíritu? ¿Sospechará vagamente que, en cuanto realizables y legítimos, son principios cristianos y católicos?[8].

Paradójicamente, los tres grandes lemas de la Revolución son reinterpretados a través del prisma del humanismo hispánico: Libertad para elegir entre el Bien y el Mal, es decir para salvarse o condenarse; Igualdad esencial de todos los hombres ante Dios, y Fraternidad que deriva de ser todos los seres humanos hijos de Dios.

Para Maeztu la crisis de la Hispanidad, que culmina con la independencia de las naciones hispanoamericanas, y cuyo epílogo trágico es la derrota de España frente a Estados Unidos del 98, empieza en la metrópoli española, y coincide con el cambio de ciclo de la monarquía católica, encarnada por los Austrias, a la monarquía militar y territorial, es decir moderna, encarnada por los Borbones.

Mientras la idea de la monarquía católica (es decir, universal) mantuvo su vigencia, no hubo ningún problema, incluso en momentos de crisis histórica como fue la Guerra de Sucesión.

Estas fueron las dos condiciones de la prosperidad de los pueblos hispánicos: el ideal y la autoridad comunes, y la más importante de las dos fue el ideal. Ello se pudo ver en los quince años de la Guerra de Sucesión. Faltó el Rey, pero los americanos y los filipinos dejaron que los españoles decidieran si había de ser Carlos de Austria o Felipe de Borbón, y siguieron obedeciendo a la idea platónica de un Rey inexistente[9], en cuyo nombre gobernaban los virreyes y hacían justicia las audiencias[10].

Entre la guerra de Sucesión, que no provoca ninguna crisis en la Hispanidad, y la guerra de la Independencia, a partir de la cual se inicia el proceso secesionista, es cuando, siempre según Maeztu se ha producido la autentica crisis de la Hispanidad. La responsabilidad es de la política ilustrada, especialmente la de Carlos III, que ha sustituido la monarquía católica por el estado absolutista moderno siguiendo el modelo francés.

En su libro sobre Libertad y Despotismo en Hispanoamérica, Mr. Cecil Jan ha dicho que “Carlos III fue el verdadero autor de la Guerra de la Independencia” […] Es demasiada culpa para un hombre solo. Alguna cabría a sus antecesores y a los virreyes, gobernantes, magistrados y militares, muchos de ellos masones, que España enviaba a América en el siglo XVIII, llenos de lo que creían un espíritu nuevo. La responsabilidad fue, en suma, de la España gobernante en general, que renegaba de sí misma, en la esperanza de agradar a las naciones enemigas[11].

La misma guerra de la Independencia americana la interpretaba Maeztu como una guerra entre españoles, y paradójicamente, veía en los insurrectos una rebeldía, no contra España, sino contra la traición borbónica la ideal de la monarquía universal católica.

Pero la propuesta de Maeztu no era solamente un mirar al pasado y en diagnosticar las causas de la ruina. Creía estar viviendo unos momentos históricos en que las ideas de la modernidad estaban en crisis (observación bastante acertada) y que por lo tanto las formulas de la Hispanidad, tal como él las entendía, podían volver a tener vigencia. En suma, que la vuelta al pasado podía ser una alternativa a la crisis del presente.

Ante el fracaso de los países extranjeros, que nos venían sirviendo de orientación y guía, los pueblos hispánicos no tendrán más remedio que preguntarse lo que son, lo que anhelaban, lo que querían ser. A esta interrogación no puede contestar más que la Historia […] ¿Cuál no será entonces la sorpresa de los pueblos hispanos, al encontrar lo que más necesitan, que es una norma para el porvenir, en su propio pasado, no el de España precisamente, sino en el de la Hispanidad en sus dos siglos creadores, el XVI y el XVII? Así es, sin embargo[12].

La teología política y la mística de la Hispanidad fueron los dos puntales de la ideología contrarrevolucionaria que se fueron gestando desde Acción Española, y que fueron penetrando en diversos sectores de la sociedad española. Fueron la fuente ideológica de la que bebió la extrema derecha antiliberal y que animaron su lucha contra una Revolución, que se veía como algo inminente, y contra una República que se interpretaba como su avanzadilla.

Maeztu no fue el único pensador de la contrarrevolución, pero si se le puede considerar como el director de orquesta de este “trust” de cerebros que fue Acción Española. Pero Maeztu no se limito a esto: también participó activamente en la lucha política. Militante de Renovación Española, diputado en Cortes, orador en mitines…Aunque en el terreno político no tuvo el mismo liderazgo que en el terreno intelectual (este papel lo asumieron Goicochea y Calvo Sotelo) nunca dejó de participar en el mismo.

Manuel García Morente, en su libro Idea de la Hispanidad[13] desarrolla dos importantes ideas: una es la búsqueda de una filosofía de la historia de España; otra es el intento de entender la Hispanidad (el Ser de España) a partir del análisis existencial del tipo humano que la ha protagonizado, al que llama el caballero cristiano.

En Morente, discípulo de Ortega y Gasset, se dejan sentir las influencias de Heidegger, así como curiosos coincidencias con las aportaciones de Bueno. El Ser de España, que no hay que entenderlo como algo estático, sino dinámico, situado en el tiempo (es decir, en la historia) y en el mundo, sería el Dasein colectivo de la hispanidad, que a su vez se articularia en el Dasein personal del caballero cristiano.

Morente inicia su discurso con una interesante disquisición sobre la filosofía de la historia. Realiza una crítica exhaustiva al racionalismo de la Ilustración, fuente inagotable de todas las ideologías de la Modernidad. Los racionalistas, nutridos y envalentonados por las rigurosas demostraciones de la matemática, de la física e incluso de la metafísica, se habían empeñado en juzgar las formas de vida y las instituciones sociales desde el punto de vista de la pura racionalidad[14]. Ya así surgió el espíritu de la Revolución Francesa que, dejando aparte alguna aportación positiva, entronizó la razón pura e intentó arrasar toda tradición.

La reacción contra el racionalismo llevo a una revalorización de la historia. Pero surgió la figura de Hegel, que creo un sistema grandioso en el cual la razón intentaba tragarse a la historia. La razón, al ser dialéctica constituía un pensamiento sucesivo temporal, y la historia humana no sería otra cosa que la manifestación de esta razón dialéctica.

Pero la historia de Hegel no es realmente historia, pues esta es la proyección temporal del Dasein como ser-en-el-tiempo, y el reino del Dasein es el reino de la libertad. Donde hay libertad no hay determinación, y la historia no puede predecirse. Todos los sistemas de pensamiento que hablan del “fin de la historia” beben de Hegel de forma directa o indirecta. Marx sustituyó el “espíritu” de Hegel por la materia, que se iba también a desarrollar de forma dialéctica, a través de la lucha de clases, y que iba a conducir al “socialismo mundial” con la desaparición del Estado y de todas las contradicciones sociales. Comte también anunció un “final de la historia”, en el que el “espíritu positivo o científico” triunfaría sobre el metafísico y el religioso. Más recientemente, Fukuyama, en su libro El fin de la Historia y el último hombre, volvía a anunciar por enésima vez “el fin de la historia” de mano de la globalización, el gobierno mundial y la generalización de la democracia liberal y la economía de mercado. Ni decir tiene que todas estas predicciones han fracasado, y que la historia ha regresado por sus fueros una y otra vez.

En su crítica a las ideologías del “fin de la historia”, Morente desarrolla dos ideas muy interesantes y de gran actualidad[15]: una es que no hay sistemas en la Historia; otra es una crítica al principio de la “realidad única”, es decir, al reduccionismo.

Para Morente la Historia es vida, es decir, tiempo. Esto coincide con nuestra idea de que el sujeto de la Historia es el Dasein, que este es ser-en-el-mundo y ser-en-el-tiempo, y que el dominio del Dasein es dominio de la libertad. El racionalismo ha aspirado a racionalizar el proceso histórico, a sistematizarlo, pero este empeño es contradictorio, porque un acontecer sistemático no es, ni puede ser, un acontecer histórico. Por debajo de este empeño racionalista, lo que hay es el proyecto de “reducir” la realidad histórica a otra realidad, es decir, “deshistorificar” la Historia. Así para Marx la historia se reduce a economía, para Comte a sociología, etc.

Morente advierte, con gran agudeza, que este empeño en reducir la realidad histórica a otra realidad no histórica está fundado en un prejuicio filosófico que encontramos en todos los sistemas de pensamiento que derivan del idealismo cartesiano[16], padre metafísico de la Modernidad: el principio de la realidad única. Consiste en suponer que todos los objetos que se ofrecen a la contemplación y estudio del ser humano son formas, en apariencia diferentes, pero en el fondo idénticas, de una misma realidad. Para Descartes la realidad es, en el fondo, matemática: extensión y movimiento. La Crítica de la Razón Pura de Kant, es el más profundo esfuerzo realizado por la inteligencia humana para presentar está concepción de la realidad.

Así la física se reduce a matemática, la química a física, la biología a química, y la historia se pretende reducir a otra realidad, sea la económica, la sociológica, la psicológica etc. Morente opone a este principio el de la diversidad de la realidad[17]. Cada ciencia se ocuparía de un tipo de objetos que participarían de realidades irreductiblemente distintas. Este principio nos recuerda a la gnoseología del “cierre categorial” desarrollada por Gustavo Bueno[18], según la cual toda ciencia madura se “cierra” sobre los objetos que constituyen su campo categorial.

Frente a esta “realidad única” Morente reivindica distintos niveles de realidad. Cada nivel de realidad se caracteriza por una estructura propia, y las ciencias que se ocupan de cada nivel de realidad precisan una metodología propia. Así la Historia no es el modo histórico de conocer la realidad, sino el modo de conocer la realidad histórica.

¿Qué es lo que caracteriza a esta realidad histórica? Su peculiar relación con el tiempo. Un objeto inanimado (por ejemplo una roca) no cambia con el tiempo, y si lo hace es debido a factores externos. Los cambios de los que se ocupa la geología son siempre cambios debidos a causas exteriores (erosión, plegamientos). Un ser vivo, un organismo, si que cambia con el tiempo, independientemente de las causas exteriores: nace, crece, envejece y muere. Sus cambios son predecibles. En el propio ser humano, en cuanto organismo vivo, podemos predecir estos cambios.

Pero en el objeto histórico hay algo más que en el biológico, que impide reducir la Historia a la biología[19]. Las variaciones producidas por el tiempo son imprevisibles. Por eso decimos que el sujeto de la historia es el Dasein. Así como el Dasein individual no es una “cosa”, algo dado y concluso, tampoco lo es el Dasein colectivo, que “se va haciendo” en la Historia. Cada acontecimiento, cada acto histórico, determina un paso en el ser del Dasein que se está haciendo.

Así por ejemplo, si la invasión musulmana de la península Ibérica no se hubiera producido, la España actual seria el resultado de la evolución de monarquía visigótica, y probablemente no se parecería en nada a la España actual. Si un grupo de nobles y parte del pueblo hispano-visigótico no hubieran decidido luchar contra los musulmanes y no hubieran iniciado la Reconquista, en lugar de España existiría Al-Andalus.

Con estas premisas Morente se lanza a investigar la filosofía de la historia de España, es decir, la búsqueda del “ser” de España, pero entendiendo este “ser” no como algo estático y concluso, sino como proceso dinámico, realizado en el tiempo, en que la “esencia” coincide con la “existencia”. Heidegger no lo habría dicho de otra manera.

Morente distingue cuatro grandes periodos en la historia de España: el de preparación, el de formación, el de expansión y el de aislamiento.

  1. Preparación. Periodo en que España aún no existe como comunidad política, pero que se van dando una serie de condiciones que van a posibilitar su existencia futura. Con los romanos se define un territorio, Hispania, y con una lengua común, el Latín. Pero esta Hispania no es más que una parte de una comunidad política más amplia, el Imperio Romano. Con la monarquía visigótica se da ya una soberanía sobre un territorio (la capa basal, como diría Bueno), y con el rey Recaredo y su conversión del arrianismo al catolicismo, la unidad religiosa, pero faltan aún muchos elementos definidores de la Hispanidad.
  2. Formación. Esta etapa corresponde a los ocho siglos de Reconquista, y en ella se van a generar la mayoría de los elementos definidores de la Hispanidad. Aunque existen diversos reinos cristianos (Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón) hay en ellos una conciencia de comunidad que les opone a los “otros”, los musulmanes. Pero también hay conciencia de ser distintos a los francos. Así, los condados catalanes, originados por la Marca Hispánica, y, por tanto, feudatarios de los reyes francos, mantienen con estos una sorda pugna, que acaba con a rotura e incorporación al reino de Aragón. La herejía adopcionista, desarrollada por el catalán Felix de San Sadurní de Tavernolas, y por Elipando de Toledo, es un intento de afirmación de una Iglesia Hispana frente a las pretensiones francas. La identificación de lo Hispánico con el cristianismo frente al Islam y la pluralidad de reinos (las Españas) se generan pues en esta etapa. La unificación de reinos realizada por los Reyes Católicos y la culminación de la Reconquista cierran esta etapa.
  3. Expansión. A partir de 1492 comienza la expansión de la comunidad hispánica. La expansión tiene dos vectores: primero el de América, y a partir de Carlos V, el de Europa. España deviene Imperio Universal y, según la terminología de Bueno, Imperio constructor frente a Imperios depredadores como el de Inglaterra y el de Holanda. El Imperio constructor no se dirige a unos objetivos nacionales y menos aún económicos, sino a la construcción de una forma de vida. En América la obra hispánica no es tener colonias, sino edificar comunidades hispánicas, en las que los indígenas son incorporados sin ningún tipo de discriminación racista. En Europa se intenta mantener la unidad política en torno al Imperio y la unidad católica frente al nacionalismo creciente de los estados y frente a la Reforma protestante (dos fenómenos estrechamente relacionados). La larga lucha en Europa acabará agotando humana y económicamente al Imperio,      que con Felipe IV y la paz de Westfalia reconocerá su derrota frente a la Modernidad.
  4. Aislamiento. A finales del siglo XVII y como consecuencia de su derrota, España deja de estar presente en la historia mundial. La guerra de Sucesión y la entronización de un monarca francés, Felipe V, convierte de hecho a España de un satélite de la monarquía francesa. A lo largo del siglo XVIII los borbones iniciaran una “modernización” (monarquía absoluta, ordenación territorial por provincias, expulsión de los jesuitas) absolutamente contraria a las tradiciones hispánicas. El siglo XIX inaugurará lo que Ramiro Ledesma llamó la pugna estéril, entre un tradicionalismo fiel al “ser” de España, pero sin capacidad de proyectarse en el futuro, y un “progresismo” que reniega de la historia de España y es incapaz de desarrollar un ideal nacional de tipo jacobino como el francés. La supuesta “reconciliación” de Cánovas del Castillo y de la Restauración dará lugar a una política chata y mediocre que se derrumbará como un castillo de naipes en el desastre del 98, con la perdida de las ultimas posesiones ultramarinas frente a la potencia emergente de Estados Unidos.

Para Morente la Hispanidad no es nada material: ni es una raza, ni una sangre, ni un territorio ni un idioma[20], sino que es un estilo común a una infinidad de momentos en el tiempo. Para explicitar este estilo nos relata la simbolización de una figura ideal a la que llama el Caballero Cristiano, que sería a la Hispanidad lo que el ideal del “kalos kai agazos” (el hombre bello y bueno) fue a la Grecia Clásica, o que la figura del gentelman fue al Imperio Británico.

El Caballero Cristiano es un figura que se forja a lo largo de la historia, y que, a la vez, se manifiesta a lo largo de la misma. Son manifestaciones de esta figura el gesto del general Espinola, tomando, con suprema elegancia y benevolencia, las llaves que le entrega el burgomaestre de la ciudad de Breda, retratado en el cuadro de Velázquez Las Lanzas, o la imagen que nos brinda El caballero de la mano en el pecho, del mismo autor. Las figuras literarias del Cid o de Don Quijote serían también manifestaciones del mismo estilo. Los gestos históricos de Guzmán el Bueno o del coronel Moscardó corresponderían a este mismo estilo. De alguna manera Morente nos está describiendo el Dasein de la Hispanidad.

Morente desarrolla toda una psicología del Caballero Cristiano, con sus virtudes y sus defectos. Pero todo ello no hay que interpretarlo de forma casticista, como algo concluso y cerrado, como algo inamovible. El Caballero Cristiano, como Dasein de la Hispanidad, se ha forjado en la Historia, es ser-en-el-tiempo, y, a la vez, ha retro actuado sobre ella.

  1. Carácter de Paladín. Los siglos de Reconquista, auténtico crisol del Dasein Hispánico, han impregnado al Caballero Cristiano de religiosidad, pero también del convencimiento de que la vida es lucha para imponer a la realidad circundante una forma buena que por sí misma no tendría. Lo que caracteriza a este Paladín no es solamente su condición de propugnador del bien, sino el método directo con lo que procura.
  2. Grandeza contra Mezquindad. Grandeza es el sentimiento de la propia valía, por el cual damos más importancia a lo que somos que a lo que poseemos. Mezquindad es todo lo contrario. Este desprecio por las cosas materiales se ha traducido en la historia de la Hispanidad por una pobre visión de lo económico. Las riquezas obtenidas de América no se utilizaron en desarrollar el capitalismo, sino en financiar la empresa Imperial. El Caballero Cristiano es todo lo contrario del burgués calculador.
  3. Arrojo contra timidez. La alta conciencia de sí mismo lleva al Caballero Cristiano a ser valiente y arrojado, con el valor que procede no de la inconsciencia, sino de adhesión a una idea, a una convicción, a una causa.
  4. Altivez contra servilismo. La combinación de confianza en sí mismo, grandeza y arrojo se traducen en altivez. Lope de Vega ha retratado de forma magnífica esta altivez en su obra La estrella de Sevilla, donde Busto Tavera se enfrenta al propio Rey para defender el honor de su hermana, despreciando las dádivas y privilegios que el Monarca le ofrece.
  5. Más pálpito que cálculo. El Caballero Cristiano toma sus decisiones por obediencia a los dictados de su voz interior, más que por cálculo de las probabilidades de éxito.
  6. Personalidad. El Caballero Español es una personalidad fuerte y da preferencia a las relaciones reales entre personas que a las relaciones formales. Difícilmente obedecerá a quien no tenga madera de jefe, aunque tenga legitimidad legal.
  7. Culto al Honor. El honor es el reconocimiento en forma exterior y visible de la valía individual interior e invisible. La idea de Honor queda magníficamente expresada en El Alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca “Al Rey la vida y la hacienda se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios”.
  8. Idea de la muerte. Para el Caballero Cristiano la vida es preparación de la muerte. La muerte iguala a todos los hombres, más allá de las convenciones sociales. Así lo expresa Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre “nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es morir. Allá van los señoríos, prestos a se acabar e consumir”.

Todo este retrato psicológico que Morente describe con gran profusión no hay que entenderlo en clave casticista. El casticismo supone un “ser” de lo hispánico cosificado, situada en la “intrahistoria”, condenado a unos defectos y a unas deficiencias insuperables e impermeables a cualquier intento de reforma. En la línea de regeneracionistas, como Maeztu[21], Morente nos propone regresar a los orígenes, ir a las fuentes, para poder construir el futuro.

Morente rechaza de manera explícita cualquier intento de retrotraerse a algún periodo pretérito de la historia[22]. Pero afirma que los pasos de la historia pueden materializar o singularizar un repertorio de aspiraciones eternas humanas. De forma implícita está haciendo suya la idea de tiempo “esférica”, en que determinados valores y formas políticas y metapolíticas pueden retornar, porque en última instancia es el Dasein que determina el tiempo, es el Dasein qua hace la historia, y el reino del Dasein es el reino de la libertad.

La Hispanidad en Cataluña

Desde el año 2012 se viene celebrando en Cataluña la Fiesta de la Hispanidad de manera no-oficial, como iniciativa de una serie de asociaciones cívicas y culturales, opuestas a la deriva separatista. Frente al separatismo, que quiere sembrar el odio entre los catalanes y el resto de pueblos hispánicos, pero también frente al centralismo uniformista, heredero del absolutismo borbónico y del liberalismo, la fiesta de la Hispanidad simboliza la unidad en la diversidad, el respeto a las diferencias y a las lenguas, pero también la voluntad férrea de unidad. La fiesta de la Hispanidad apela a la auténtica tradición política española, inaugurada por los Reyes Católicos y defendida por los catalanes (y otros pueblos hispánicos) que apoyaron al Archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión, frente al modelo borbónico, absolutista, centralista y uniformizador, procedente de la Francia Ilustrada.

Este año, como los anteriores, volveremos a salir a la calle para defender estos valores

UNETE A NOSOTROS

[1] De Blas, A. (1993) “La ambigüedad nacionalista de Ramiro de Maeztu” Instituto de Ciencias Politicas y Sociales. Barcelona. Working Paper nº 71.

[2] Gonzalez Cuevas, P.C. (2003) Maeztu. Biografía de un nacionalista español. Madrid, Marcial Pons Historia. Ver también “La nacionalización de las masas en el primer Maeztu (1898-1904) Nihil Obstat. Revista de historia, metapolítica y filosofía, nº16, 2011, pp. 53-62

[3] “La Hispanidad”. Acción Española, nº 1, 15 de diciembre de 1931.

[4] “El valor de la Hispanidad I: Estoicismo y trascendentalismo” Acción Española, nº 6, 1 de marzo de 1932.

[5] “El valor de la Hispanidad II. El sentido del hombre. El humanismo materialista” Acción Española nº7, 16 de marzo de 1932.

[6] Idem.

[7] “El valor de la Hispanidad. Libertad, Igualdad, Fraternidad” Acción Española, nº 13, 16 de junio de 1932.

[8] Idem

[9] Obsérvese una vez más el platonismo de Maeztu

[10] “La Hispanidad en crisis” Acción Española nº 17, 16 de noviembre de 1932.

[11] “La Hispanidad en crisis II” Acción Española nº 18, 1 de diciembre de 1932.

[12] “La Hispanidad en crisis IV” Acción Española nº 20, 1 de enero de 1933.

[13] García Morente, M. (1947) Idea de la Hispanidad. Madrid, Editorial Espasa Calpe.

[14] García Morente, obra citada, p. 156.

[15] Morente, obra citada, p. 160

[16] Idem, p. 161

[17] Ídem, p. 163.

[18] Bueno, G. (1995) ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Ciencia y filosofía. Ed. Pentalfa. Oviedo.

[19] Morente, obra citada, p. 169.

[20] Morente, obra citada, p. 53.

[21] Alsina Calvés, J. (2013) Ramiro de Maeztu. Del regeneracionismo a la contrarrevolución. Barcelona, Ediciones Nueva República

[22] Morente, obra citada, p. 100.

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