Manual de ineptocracia

“Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen” (Alfonso X el Sabio)

Jean d’Ormesson, escritor singular, autor prolífico de títulos como “Historia del judío errante” o “La conversación”, nos dejó la siguiente definición que en muchos aspectos encaja como un guante en la presente coyuntura política de España, “Ineptocracia: sistema de gobierno en el que los menos capaces de gobernar son elegidos por los menos capaces de producir y en el que los otros miembros de la sociedad menos aptos para procurarse su sustento son obsequiados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendente”. Dejando de lado la evidente impronta liberaloide, reaccionaria y “pelín” clasista que impregna la sentencia de d’Ormesson, no es posible dejar de ver reflejados en la misma muchos de los vicios inherentes a la realidad que nos circunda.

Tras el nombramiento de Pedro Sánchez como Presidente de Gobierno, Moción de Censura mediante, describimos desde esta misma tribuna a su equipo ministerial como “un Gobierno en la luna”. El tiempo, juez insobornable, pareció empeñado en otorgarnos la razón. Desde entonces, el Doctor Sánchez y su gabinete en pleno, con su zigzagueante y vacua trayectoria, con su desconexión de la realidad, atestiguaron lo certero de nuestro juicio sin posibilidad de refutación.

Tomando prestados conceptos de Bauman y a través de una nada forzada paráfrasis, inauguramos en aquella ocasión una nueva “categoría” de inmediata aplicación al ínclito Doctor: la del “político líquido”, mezcla de superficialidad, evanescencia conceptual, fetichismo tópico y funambulismo moral.

Ciertamente, el de “político líquido” representa un “género” dentro del que cabría englobar no solo a Sánchez y a los miembros y miembras de su “lunático” gobierno, sino a la práctica totalidad de los líderes y lideresas, subalternos, subalternas y “subalternes” del arco parlamentario estatal, del autonómico y hasta de las corporaciones provinciales y locales. Ha de ser este un “signo de los tiempos” o un “virus” constitutivo del Régimen del 78, que debe adquirirse por contagio ambiental o por inoculación “preventiva” (para evitar “disidencias”) al inicio del pintoresco “cursus honorum” establecido en nuestra partitocracia…

Pero al margen de esa condición común a la generalidad de la casta política que padecemos con desventurada pasividad y bovina resignación durante la presente etapa histórica, el “caso Sánchez” resulta paradigmático y expresivo de la podredumbre y la decadencia que aquejan al sistema político implantado en España.

UN TIPO “ENCANTADO DE HABERSE CONOCIDO”

Tras echar un vistazo al famoso “Manual de resistencia”, el librito de “auto-bombo” (¿y auto-ayuda?) de Pedro Sánchez escrito en realidad por la “negra” Irene Lozano, no pudimos menos que recordar una célebre frase de Flaubert que, pese al tiempo transcurrido, pareciera haberse redactado tras la lectura de semejante bodrio: “No hay un cretino que no haya soñado con ser un gran hombre, ni un burro que, al contemplarse en el arroyo junto al que pasaba, no se mirase con placer, encontrándose aires de caballo”. Un individuo que tras auparse a la Presidencia del Gobierno mintiendo con descaro (la Moción de Censura tenía por objeto exclusivo convocar elecciones inmediatas pero, superado el trámite, pretendió encastillarse en la poltrona hasta agotar la legislatura…) y amparado en los votos de la peor ralea que deambula por el Congreso de los Diputados (los filoterroristas de Bildu y los golpistas catalanes) todavía tiene la desfachatez de aseverar cosas del tipo “Pensé que ese ejercicio de memoria resultaría útil a la historia común de todos los españoles”, una de dos: o padece un extravío mental irreparable, o ha perdido por completo la vergüenza y el mínimo sentido del decoro.

Más allá de confundir a Fray Luis de León con San Juan de la Cruz y a Hemingway con Einstein (lo que denota un grado de ignorancia supino), y más allá de reconocer que su primera decisión al llegar a la Moncloa fue “cambiar el colchón” (lo que le califica inevitablemente como un majadero, sobre todo por confesarlo…), el volumen constituye el perfecto autorretrato de un inepto de… manual. Para muestra, un botón: “Aquella fue la época de ´Pedro el guapo´, cuyo mensaje implícito decía: como es guapo, es frívolo”. Una deducción nada aventurada nos invita a imaginar a Sánchez cada mañana, tras abandonar el impoluto colchón recién estrenado, emprendiendo su ritual vespertino plantado ante el espejo del cuarto de baño mientras lo invoca: “Espejito, espejito…”. Completada la consulta con la correspondiente aquiescencia del interpelado cristal y henchido de satisfecha autoestima, cumple iniciar sin variar la posición, los ejercicios de “mentalización” para afrontar la dura jornada, consistentes en repetir compulsivamente durante diez minutos y hasta quinientas veces la taumatúrgica frase “Soy el Presidente, soy el Presidente…”, al par que se contempla enfundado en un ceñido mono elástico ataviado con capa y una enorme letra “S” estampada en el pecho. ¿De Superman? se preguntarán los incautos. ¡Nooo! ¡¡De Sánchez!!, claro. O mejor aún, ¡¡de SuperSánchez!!

Justificando sus apariciones en “clubs” tan selectos como “Sálvame” (a cuyas seguidoras no dudó en calificar de incultas y viejas, pero… “vale su voto”) o “El Hormiguero” (porque “no tenía más remedio que darme a conocer”), nos recordó a George Bernard Shaw y su diagnóstico de esa clase de excusas: “Cuando un estúpido hace algo que le da vergüenza, siempre declara que es su deber”.

Después de descubrirnos que gracias a él (¡cómo no!) la prensa internacional empezó a recibirse en Moncloa y que “en primavera” en “un día soleado” hay “temperaturas primaverales” (¿?), nos relató la épica búsqueda de un enchufe “dando clases de Economía” (mejor es que las hubiera tomado él, dicho sea de paso), “con la suficiente flexibilidad como para poder dejarlo si un buen día corre la lista y eres llamado a ocupar el escaño”… Y mientras Sánchez se sacrificaba heroicamente por la causa calentando banquillo y contentándose con un “sueldecillo” de profesor universitario, cientos de licenciados españoles en el paro o teniendo que marcharse al extranjero a trabajar de camareros… ¡Ejemplarizante, sí señor!. La casta ineptocrática en estado puro…

No tiene rebozo el gran Pedro, en desvelar sus conversaciones con Felipe VI que, de ser ciertas, colocan al monarca a la altura del betún. “Complicidad” lo llama él y se queda “tan fresco”… Tampoco tiene reparo en caracterizar a la consorte Letizia poco menos que como una “groupi” de sus tiempos en el Ramiro de Maeztu, que no dudó en obviar preceptivas normas protocolarias porque “quería conocerme personalmente”.

En otro pasaje indica: “Puede sonar presuntuoso, pero me di cuenta de que me crezco en las situaciones difíciles”… En efecto, suena presuntuoso. Si añadimos que “Ese espíritu de transformación y construcción yo lo tengo” (sic), además de presuntuoso, suena fatuo. Y si para rematar enfatiza que en su resolución de volver a ocupar la Secretaría General del PSOE “No se trataba de mí, sino (…) [de] los militantes (…) los votantes; y todos los socialdemócratas griegos, mexicanos, portugueses, franceses…”, entonces ya no es que suene presuntuoso y fatuo; directamente deviene ridículo y delirante.

La genuina estatura política del personaje queda patente tras su confesión de que la decisión de oficializar su candidatura a la Presidencia del Gobierno “con la imagen de una bandera de España de grandes dimensiones” trae causa de una consulta evacuada con el primer ministro portugués Antonio Costa: “… le pregunté si era habitual para un líder de izquierdas en su país presentarse con la bandera. La respuesta fue que sí”. Vista la entidad de los referentes en política internacional de Pedro Sánchez, podría haberle pedido opinión también a Maduro, por ejemplo. O ya puestos, al mismísimo Kim Jong-un. La afirmación hubiera sido la misma. Otra cosa será la conclusión que haya obtenido el portugués, como consecuencia de tan esperpéntica solicitud de consejo, acerca de la categoría intelectual y contextura ideológica del sujeto…

Impagable la “confidencia” al taxista que le interroga “¿es usted quien es?”, y con la ridícula solemnidad acostumbrada en el personaje, (que hace que al proferir cualquier simpleza parezca estar descifrando el mayor de los arcanos), le replica “soy quien soy”. Lo que trae inevitablemente a nuestra memoria la escena bíblica, debidamente dramatizada para el medio cinematográfico en “Los Diez Mandamientos” de Cecil B. DeMille, con las brasas ardiendo en la cima del Sinaí, cuando Moisés, interpretado por Charlton Heston, al preguntarle a Yahvé su nombre, recibe la contestación “Yo Soy el que Soy”. O sea, Sánchez como Dios… ¡por lo menos!.

Para qué continuar. Estableciendo un benévolo paralelismo con aquella serie infantil que recibió por título “Los mundos de Yupi”, el panfleto propagandístico de Sánchez, ese lumbreras “encantado de haberse conocido”, debiera haberse editado bajo el mucho más adecuado rótulo de “Los mundos de Pedrito”. Aunque bien mirado, lo pertinente habría sido que se hubiera (y nos hubiera) ahorrado esa surrealista mezcla de hilaridad y bochorno a partes iguales, que viene a ser el inapelable resumen obtenido de la lectura del engendro. Su logro más reseñable radica en provocar un sentimiento de vergüenza ajena a cualquiera que se atreva con sus 320 páginas plagadas de desatinos y mamarrachadas…

Como ajustado colofón al examen de tan “excelsa” obra, recurriremos a la siempre ingeniosa sabiduría de Marx (Groucho, of course!): “Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.

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