La debacle silenciosa

El drama material de las civilizaciones se llama implosión demográfica. Pero la causa de esta enfermedad en una anemia espiritual. Nuestra miopía cortoplacista nos hace creer que el problema de España es el independentismo, y no negamos que lo es a corto plazo. Pero cabe preguntarse si es peor perder siete millones de ciudadanos por disgregación territorial que perder en algunas décadas un 30% de la población por nacimientos truncados por el aborto o inexistentes por la anticoncepción. Se mire por donde se mire, el gran reto material en España en particular y de la humanidad en general, será poblacional. Y no por exceso de población, sino por los grandes “agujeros negros demográficos” que empiezan a detectarse.

En 1998, ningún demógrafo o sociólogo se preocupaba por el envejecimiento de la población y prácticamente toda la intelectualidad académica estaba entregada a vender los parabienes del control de natalidad. Ese año, a mí se me ocurrió afirmar lo contrario. Escribí un librito titulado La ruptura demográfica avisando del gravísimo problema de las políticas gubernamentales anticonceptivas. 20 años después yo mismo me horrorizo del cumplimiento de ciertas previsiones. Recuerdo haber tenido alguna discusión con un catedrático de la Universidad de Barcelona que se reía de mis proyecciones demográficas, ante las cuales se mostraba sardónico. Ahora, él es un jubilado más al que habrá que pagarle la pensión y ni se acordará del tema. Puede sentirse feliz, será parte de la última generación de catedráticos que podrá cobrar una jubilación digna.

Cuando hace años investigaba estos temas, ya predije que la política de China de un hijo único podía tener engañosos efectos benéficos a corto plazo. Pero que en una generación, esa política comportaría un envejecimiento poblacional demoledor. Por eso -avisaba a mis alumnos- “algún día verán ustedes cómo la superpoblada China tendrá que hacer políticas natalistas para paliar el envejecimiento poblacional”. Calculé -y así dejé escrito hace 20 años- que la evolución de la población China llegaría a aumentar hasta la impresionante cifra de 1.400 millones de habitantes. Pero que, si no cambiaba drásticamente la política del hijo único, con una tasa de fertilidad de 1, la debacle demográfica sería inevitable. El país asiático tendría que afrontar en pocas décadas a una población con 400 millones de jubilados.

Leo estos días en la prensa los resultados del informe de la Oficina de Estadísticas de China. Ellos mismos calculan que en 2029, llegarán a un pico de 1.442 millones y después … el envejecimiento, el empobrecimiento y se acabó el ilusorio despertar económico del dragón chino. Por eso, en 2015, Pekín liquidó la política del hijo único y ya permite tener dos. Pero llegan tarde. La sociedad china -al igual que la europea- ha catado ciertos placeres del bienestar económico y los matrimonios se resisten a tener más de un hijo. Ello confirma otra de las tesis que planteaba en 1998, en mi librito despreciado por algunos soberbios académicos. En pocas páginas intentaba explicar que cuando en las estructuras mentales de una sociedad penetra la mentalidad anticonceptiva, luego -aunque las políticas gubernamentales intenten incentivar la natalidad- el proceso de implosión demográfica ya es irreversible.

También avisaba de que la caída de las tasas de fertilidad en Japón (por aquél entonces se disputaba con Estados Unidos el ser la primera economía mundial) serían las causas de un inesperado empobrecimiento de un país altísimamente industrializado y rico. En los años 60, mientras Europa vivía su Baby Boom, Japón empezaba a acercarse a una peligrosísima tasa de fertilidad de 1,3 que luego llegaría casi a 1(muy lejos del 2,1 imprescindible para garantizar su reemplazo generacional). Este año pasado, el número de nacimientos en el país nipón cayó a su nivel más bajo desde que comenzaron los registros hace más de un siglo. Y ha perdido por decrecimiento natural, medio millón de habitantes en un año. Por mucho que se quiera ocultar, el envejecimiento de la población japonesa es la causa última de frenazo económico que soporta desde hace ya casi dos décadas y del cual no consigue levantar cabeza. Sorprendía hace unas semanas la noticia de que el gobierno japonés, literalmente, regala casas. Actualmente hay 61 millones de casas en Japón pero solo 52 millones de hogares (ello implica nueve millones de viviendas vacías). En 30 años, Japón habrá perdido por envejecimiento de población unos 30 millones de habitantes, pasando de los actuales 127 millones a unos 88 millones: la debacle silenciosa se cierne sobre el Imperio del sol que aspiró a ser la primera economía del Mundo.

Rusia es un caso paradigmático, la caída demográfica ya es palpable. La población rusa dentro de la URSS alcanzó en 1989, con la caída del muro de Berlín, 147 millones. El censo de 2016 nos da 143 millones. Parece una caída leve, pero debe mirarse de otra forma. El descenso ha quedado amortiguado por el crecimiento más rápido de la población musulmana que la eslava y la inmigración masivamente musulmana del Cáucaso. En resumidas cuentas, en Rusia actualmente hay 20 millones de musulmanes. ¿Y Europa? El viejo contiente ha retrasado la debacle por motivos varios, pero cabe destacar el efecto benéfico del Baby Boom antes mencionado, de los años 60-70, y después los flujos migratorios extracontinentales. Sin ellos, la caída demográfica numéricamente estaría en parámetros mortíferos, pues se habían llegado a tasas de fertilidad en algunos países de 1,2 (y en España o Italia, como en China, a 1). Sólo la inmigración ha conseguido elevarla a una media europea de 1,4. Pero es una ilusión y de nada servirá por sí misma.

Europa tarde o temprano iniciará una implosión demográfica, ralentizada por un crecimiento demográfico de población musulmana. Una población que, a todas luces, no será integrada por la cultura receptora, simplemente porque la población autóctona ha dejado de tener un cultura en la que integrar a nadie. Ya no somos una civilización. Los europeos somos un conjunto de sujetos consumidores y consumidos, unidades tributarias, sin ningún tipo de referente para resistir a una cultura cohesionada implantada en el seno de nuestro material cuerpo social. Me fascina como sociólogo ser testigo de estos cambios que un día predije. Me aterroriza, por el contrario, haber acertado.

 

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