Globalización y continentes (Primera Parte)

No se equivocan del todo las líneas que sirven de presentación a la revista Posmodernia al afirmar las inflexiones o fracasos de muchos de los cuerpos ideológicos de nuestros tiempos. Pero de donde resultaría necesario matizar o especificar el carácter y dirección de tales disfuncionalidades. En primer lugar, sería preciso señalar que semejantes “fracasos” se configurarían en función del incumplimiento o no realización, en distintos grados, de las planeaciones y programaciones tenidas.

Además que tales ideologías, entramados complejos que estructuran diversas escalas de planteamientos (supuestos políticos, tipos de desarrollo económico o normas morales determinadas, junto con un componente de “previsión”), encuéntranse, por definición, en conflicto frente a otras, en tanto expresiones de grupos y clases sociales específicos. De donde se deriva que los referidos “fracasos” pueden deberse ya a haber caído frente al contrario o, que neutralizado el adversario, sus planes resulten infructuosos.

Pero es fundamental resaltar las características de los presupuestos que configuran las ideologías referidas. Principios, en muchos de los casos, manifiestamente erróneos, concepciones que intentan armonizar partes de intereses antagónicos o supuestos abiertamente metafísicos. Sistemas ideológicos –que llegan a fungir como justificadores o “caretas”, “falsas conciencias” – y que fueron o son, también, sistemas políticos y que en su desarrollo, y a semejante amparo van acumulando infructuosidades. Es decir, que semejantes concepciones tienen, como es natural, implicaciones políticas en tanto configuran marcos bajos los que se operan en un sentido u otro.

En estas circunstancias surgió la revista en cuestión, Posmodernia; en momentos donde se hace visible el agotamiento y quiebre de muchas de las instituciones y principios que se tenían por inamovibles. Se presenta como un medio necesario y preciso para discutir con claridad la construcción de nuevos planteamientos, proyectos y de las vías políticas abiertas en el presente. Donde con igual claridad y definición se debe considerar el no repetir o caer en los círculos de lo ya caduco, de lo arrasado por las fuerzas de la historia, desbordando las metafísicas de tan diversos signos y procedencias.

Una nueva posición requiere de sólidas concepciones de la historia, de la ciencia, de la política. Así, en nuestro presente y al candor de acontecimientos cercanos se ha abierto ya el quebrantamiento de lo que han denominado globalización –tal es nuestra tesis– al menos como hasta ahora la habían presentado, en conjunción con un conflicto de escala planetaria entre dos gigantescos Estados y en los que entra en juego el papel que nuestros países han de tomar en la reconfiguración política internacional.

Requerido sería, en congruencia con lo dicho anteriormente, esbozar aunque sea de forma sucinta algunas de las ideas inmersas en las problemáticas planteadas y, ante todo, siquiera poner a consideración la necesidad de una propuesta distinta para la acción política.

I.- Algunas coordenadas teóricas

Se expondrán algunas de las ideas y conceptos presentes en los planteamientos realizados e indesligables del estudio de las sociedades políticas. Aunque el formato semejara un glosario, es preferible hacerlas manifiestas subrayando su importancia a quedar implícitas, disueltas en el curso o ejercitadas sin mayor explicitación. Trataremos de seguir a estos efectos, en todo momento, las tesis del maestro Gustavo Bueno Martínez, vinculadas a la teoría política del materialismo filosófico.

1.- El término “globalización”1 es por demás una idea compleja cuyo tratamiento requiere el esclarecimiento de sus sentidos y de la dirección en que marchan sus concepciones. La globalización se presenta a veces como ideología o como un fenómeno económico, de ahí la necesidad del establecimiento de algunos parámetros para su entendimiento.

Los criterios para la disección de esta idea parten de la historia misma del término, intersectado por aspectos lógico-materiales. Globalización, en tanto que totalización, se encuentra definida en función de la teoría holótica, la teoría de los todos y las partes.

La globalización1 es una operación u operaciones efectuadas por un sujeto operatorio o por la cooperación de un conjunto de sujetos, nos dice don Gustavo, en donde cooperación no significa siempre armonía –pudiendo estar en conflicto– destinadas a la constitución de un globo. Globo, que sin tautología, significa esfera. En virtud de lo cual, y que por las características de los términos, no supone unicidad, es decir, pueden confluir con la existencia de otras globalizaciones.

Por tanto, las relaciones entre esas globalizaciones pueden ser de diverso tipo, de intersección, conflicto o inclusión. Frente a la idea de mundialización, por ejemplo, que en múltiples ocasiones se pretenden igualar, resultando ello erróneo en sentido estricto. Porque el Mundo carece de contorno y de entorno, es único, es una pluralidad desbordante de cualquier globalización.

En este sentido, la idea de globalización precisa de algún parámetro, en el límite serán los millones conformantes del “género humano” como globalización máxima. Procesos enlazados evidentemente a cuestiones políticas y donde tales globalizaciones son impulsadas por centros distintos; procesos imperialistas, que de ser simultáneos, abren el camino a insoslayables conflictos entre diversos proyectos de globalización.

Tras la Segunda Guerra, prosigue el maestro Bueno, dos proyectos de globalización se enfrentaron irresolublemente, los encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. Victorioso el primero, el estadounidense quedó como único proyecto globalizador.

En continuación y a otra escala, la idea de globalización en este punto requiere, también, de otra línea de análisis, en La vuelta a la caverna don Gustavo Bueno volvía sobre al asunto.

Intersectando y profundizando en la conceptuación de la globalización se parte de la distinción entre las ideologías y los fenómenos de tal proceso, aunque influidos mutuamente. Así, las ideologías de la globalización pueden dividirse en dos grandes grupos: el formado por la ideología de la globalización oficial, representada por los organismos internacionales públicos (ONU, UNESCO, FMI, OMC, etc.) en conjunción con ideales más bien privados de tintes liberales y el caracterizado por las diversas ideologías antiglobalización.

De donde se deriva que el término globalización sigue un formato de analogía, es decir un término que no es unívoco, correspondiente en este caso con una Idea funcional. Piénsese a estos efectos en una función matemática f(x) donde resulta indispensable asignar una serie de valores en parámetros precisos, sin los cuáles carecía de sentido hablar. Quedando de manifiesto que la idea de globalización desborda las categorías estrictamente económicas.

En misma obra, el maestro Bueno, de forma taxonómica identifica ochos modelos de globalización en función de los criterios y contenidos globalizados. No se hará aquí más que enunciarlos, considerando cuatro tipos de criterios: Expansivo o centrípeto (la globalización parte de un punto y se extiende, o un “atractor” incorpora las partes de la totalidad, respectivamente); el proceso globalizador es especializado o generalizado (se refiere a una única categoría, por ejemplo, la lingüística –en tanto expansión del inglés– o contempla a todas la categorías). Unilineal u omnilineal, ligado a las partes de las categorías mencionadas (categorías entendidas como “espacios de la realidad”) o bien y finalmente, como globalizaciones incoadas (se ha desbordado el entorno de origen) o acabada, cumplida. 2

De tal suerte que la globalización tenida por oficial respondería a criterios más bien expansivos dirigida, hasta ahora, por los Estados Unidos. Inmersos en estos aspectos se podría concluir lo siguiente: la Globalización como Idea funcional, no existe, no denota una entidad positiva definida, en todo caso considera una variedad de procesos no compatibles todos ellos en función de los modelos enunciados, pues alcanzan existencia solo algunos de éstos.

Así, don Gustavo afirmó: “Pero otros proyectos de globalización se preparan en contra: algunos, sin adscripción estatal fija, aunque sean internacionales (como ocurre con los movimientos «antiglobalización»); otros con adscripciones políticas más o menos precisas, que podemos llamar el Islam o China”3.

De esta forma, las operaciones conformantes de tales totalizaciones (globalizaciones) se efectúan no por la totalidad, como por una parcialidad, por una parte del género humano que propiamente debería denominársele Imperio.

2.- La idea de Imperio, en términos breves, corresponde a un concepto análogo, con diversas conceptuaciones no del todo desligadas, como es natural, pero sí diferenciadas. Siguiendo al maestro Bueno, que da un amplio tratamiento a tal término en España frente a Europa (y hasta antes de él concepto verdaderamente intocado), Imperio se configura como una categoría historiográfica, caracterizada por ser un Estado que superando sus fronteras territoriales ejerce su influencia sobre otros Estados.

Pero el término de Imperio se configura como una idea filosófica cuando es entendida como Imperio universal, globalizante del resto de las sociedades, con intenciones de abarcamiento de la totalidad del género humano. Pero aunque tal idea carezca de correlato empírico, resulta fundamental en el entendimiento de la estructura de los Estados con semejantes pretensiones en sus cursos políticos.

La noción de Imperio toma connotaciones y sentidos distintos. Desde el marxismo producto de su diagnóstico privativo a los Estados capitalistas se bloqueó su uso a sociedades políticas socialistas, en el fondo al expansionismo de la Unión Soviética (como siempre fue entendido por los estrategos norteamericanos).

Muchos son los que hoy en día asignan al término características despectivas, relacionándolo en lo inmediato con el imperialismo estadounidense, entendido desde América como el imperialismo por antonomasia. Pero tales perspectivas obvian un sentido histórico y mayor al olvidar estructuras políticas fundamentales: el imperio de Alejandro, el imperio aqueménida o el imperio español.

No son menos las ocasiones en que “imperio” toma tintes abiertamente panfletarios, pero lo cierto es que tal idea se dibuja a escala filosófica y toma un papel en la interpretación de la Historia universal. De tal suerte, que al referir aquí a Imperio e imperialismo no se apela a un vago sentido de censura o propio de un mitin, se hace referencia a una idea de escala histórica y filosófica en sentido estrictísimo.

Desde el materialismo filosófico don Gustavo ha distinguido una clasificación entre imperios generadores e imperios depredadores. A saber, los imperios generadores responden a una norma caracterizada por la intervención de una sociedad política sobre otras sociedades, desarrollando una acción –digámoslo así– edificante, constructiva, elevando políticamente a sociedades más primarias o en estadios pre-estatales a Estados más complejos, aunado a un desenvolvimiento social, económico, cultural; todo ello sin perjuicio de acciones explotadoras colonialistas, como no puede ser de otra manera, pues haría imposible la primacía del imperio. Los imperios depredadores siguen normas de mera explotación de recursos de las sociedades controladas, considerándolas en referencia como colonias, impendiendo su desarrollo y, en casos límite, desapareciéndolas. Como casos aleccionadores y ejemplificadores pueden entenderse al imperio inglés u holandés como imperios depredadores, en contraparte al imperio español o al imperio soviético, como imperios generadores.

3.-En este marco resulta necesario apuntar, por último, dos categorías fundamentales: la dialéctica de clases y la dialéctica de Estados. Estableciendo diferencias y paralelismos, el marxismo, al menos en su escuela clásica, hace de la lucha de clases el “motor” de la historia y origen mismo del Estado, desde la teoría política materialista la cuestión es “vuelta al revés”. En efecto, a la distribución (desigual) de la propiedad, núcleo del surgimiento de las clases sociales, le precede la apropiación de un territorio determinado. No es la lucha de clases la que origina al Estado, en tanto que con el Estado inicia la lucha de clases.4

Asimismo, tal conflicto entre las clases sociales no se direcciona necesaria e inevitablemente entre las clases propietarias y laborantes. Contiene una heterogeneidad de relaciones aunado a un hecho fundamental, tal dialéctica de clases se ve insertada o determinada por un conflicto envolvente, el de los Estados. Sirva de ilustración las jornadas bélicas de la Gran Guerra, el pacifismo propugnado por el ala izquierda del movimiento socialista en nombre de un internacionalismo proletario, al considerarla una guerra imperialista, en la que el proletariado se aniquilaba, no evitó que los obreros alemanas acribillarán a los obreros franceses. De ahí la consigna: “Proletarios del mundo uníos”, pues no existía como una clase universal por encima de los Estados. El proletariado tomaba modulaciones muy distintas en función de cada país.

Así, dialéctica de clases y dialéctica de Estados se diferencia de la concepción clásica marxista al no considerar a las respectivas clases como universales, unidas y enmarcadas en una dirección necesaria, al romper en la tesis central del origen del Estado y del devenir inexorable de la historia; pero fundamentalmente al contemplar el papel determinante de la institución estatal y al conectar una y otra dialéctica. Así, por ejemplo, la Guerra Fría y la multitud de sucesos que se insertan en ese rótulo, es antes una lucha entre Estados, la Unión Soviética y los Estados Unidos, que una lucha de clases entre burgueses y trabajadores.

En otras palabras, se presenta un auténtico conflicto entre Estados, verdadero componente configurador de las relaciones internaciones, lejos de un armonismo tanta veces presupuesto. Estamos en lucha permanente.

II.- La globalización rota

Se precisa entender a la globalización, en función de lo dicho, como un conjunto de muy distintos procesos y modelos específicos que de ninguna forman existen como una entidad positiva única. Por el contrario, puede hablarse de globalización en tanto ésta es entendida como una serie de fenómenos en marcha, pero que requeriría para afirmar su plena existencia el principio de su culminación. Es decir, que la denominada globalización existe como procedimientos y procesos fenoménicos múltiples y dispares, que marchan, también, a diversos ritmos. De tal suerte, que para no extraviar la perspectiva es necesario subrayar el parámetro que encuadra a la idea de globalización: el Globo terráqueo mismo.

En este entendido, la globalización se configura con factores económicos liberales, pero en donde las estructuras económicas internas de los países toman modulaciones muy diversas y distintas, por ejemplo, en los grados y dimensiones de la intervención estatal. Es esto mismo lo que puede permitir afirmar que tales procesos globalizadores junto con las ideologías circundantes han entrado en un proceso de quiebre a la luz de los acontecimientos recientes.

La elección de Trump, con todas sus consecuencias y significaciones, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y el avance de posiciones políticas contrarias a las fuerzas globalizadoras, posibilita sugerir un rompimiento, al menos en las formas en que se había desarrollado hasta ahora.

Intersectando criterios, se parte que la globalización triunfante, tras el derrumbamiento del campo socialista, fue la regida por los Estados Unidos y que producto de la misma expansión globalizadora, ésta se configuró en el resto del planeta más allá de tal centro. Así, y aunque expansiva, las nuevas rutas en la política norteamericana determinan y limitan los procesos globalizadores.

1.- La llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos representa la determinación de diversos sectores –nos atreveríamos a decir que en una complejísima dialéctica de clases– de la sociedad estadounidense de replantear la política mantenida. De ninguna forma, como tantos filisteos han pretendido diagnosticar, es resultado de un estado de histeria colectiva.

La nueva política de Trump, que no deja de tener fuertes resistencias internas, es el intento por una reconfiguración en el Estado norteamericano, es un proyecto alterno al liberalismo y la globalización. Las directrices son claras y manifiestas, se encaminan a una reconcentración de sus fuerzas nacionales.

Se pueden agrupar, a efectos esquemáticos, los hechos y palabras tomadas: en materia económica, indesligable de connotaciones políticas, protección para defender la industria estadounidense, establecimiento de estímulos fiscales (de ahí la anunciada reducción en los impuestos), fortalecimiento de la planta productiva e industrial, sustitución de importaciones para alentar a los sectores económicos desatendidos, incrementos de las inversiones públicas y de las compras gubernamentales. Repatriación de inversiones y capitales privados, razón de las presiones del presidente Trump frente a las empresas automotrices en el exterior y, desde luego, la deportación de trabajadores migrantes a fin de incrementar el porcentaje de mano de obra norteamericana y, claro está, la finalización de los tratados de libre comercio.

Las medidas puestas en marcha tienen amplias implicaciones y responden a una diversidad de factores en juego. La deportación de migrantes, que ha tomado tintes prioritarios en la agenda de Trump, no parte de una ensañada maldad, el número de mexicanos llega a 34,6 millones, rondando el 10% del total de la población de Estados Unidos. En función del interés norteamericano es claro que semejante estado pone en riesgo la seguridad nacional, la integridad territorial –concentrándose la población migrante en zonas específicas, puntuales, como tiende a suceder– y, desde luego, genera aflicciones económicas, resultando necesaria la movilización de los trabajadores nativos en ramos tan relevantes.

Las intenciones de fortalecimiento interno, bajo estos preceptos, ha llevado a subrayar la autoridad preminente del Estado frente al capital, en cierta forma y sobre algunas líneas, visible en el reclamo de que vuelvan numerosas industrias al territorio nacional, so pena de sanciones fiscales y demás reprimendas.

En el frente externo la redirección de las posiciones es definitoria. No son un secreto las posturas de Trump: entablar relaciones más armoniosas con Rusia, reclamante de su “espacio vital”, en general del radio de las antiguas repúblicas soviéticas, e incapaz de una expansión generalizada. Apretar los tratos con los aliados y subordinas de siempre, enfocando las baterías contra el verdadero enemigo: el imperialismo chino. Tampoco han resultado secretas las entrevistas y lazos de Kissinger por mejorar la situación con los rusos, el propio diario inglés The Independent, en su edición del 27 de diciembre del 2016, recogía las declaraciones del viejo diplomático en ese sentido: “Sin embargo, los escépticos temen que Kissinger (…) arriesgue a recompensar a Rusia a pesar de su papel polémico en eventos como la guerra civil siria y del dictador Bashar Assad (…) Es un realista. Lo más importante para él es el equilibrio internacional, y no se habla de derechos humanos ni de democracia”, expresaron asustados los puristas.

Proyectos, todos ellos, que en más de una ocasión se han tenido que moderar, atrasar o entrar en espera ante el frente, no menos punzante de la oposición interna.

2.- a. Conformante de este proceso disruptivo e imposible de obviar es la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En un referéndum la población británica ha decido romper su siempre incomoda alianza con la denominada Europa. Tocó a Theresa May, mujer del Partido Conservador, dar la notificación oficial de la ruptura a Bruselas; ahora, a razón de fortalecer su dirección en el camino, ha adelantado las elecciones generales con una moción en Parlamento.

Desenlace sorprendente para los incautos, la Unión Europea inserta en sus marcos los intereses más antagónicos, donde finalmente algunos siempre pierden y como si de una biocenosis se tratara –decía don Gustavo– conviven las especies más dispares, pero no hay que olvidar que como en todo biotopo unos organismos se nutren de otros.

Europa, y bajo ese nombre, pretende refundir Estados en conflicto histórico y no por negarse a limar las asperezas del pasado, como de las contrariedades políticas y económicas permanentes. Intentar insertar en un mismo signo una delicada dialéctica de Estados. Es claro, los intereses de España son antitéticos a los de Francia o Alemania, más aún cuando las medidas europeístas han llevado, por ejemplo, al desmantelamiento de industrias nacionales y a subsidios generalizados que rayan en lo absurdo para los productores que sin empleo son pagados para sostener las importaciones del exterior de lo que ellos mismos podrían elaborar. Donde los cambios que pretenda hacer un Estado en política fiscal o monetaria, industrial o productiva, se tornan infructuosos por las imposibilidades establecidas en la legislación y tratados europeos.

Cuestiones elementales que socialdemócratas y demócrata-cristianos armonistas se niegan o quieren negarse entender.

b.- Un caso más, las elecciones en la República francesa se han vuelto sintomáticas, el Frente Nacional de Marine Le Pen ha levantado y revitalizado un viejo programa en realidad mantenido, más o menos, desde el origen del partido en las épocas de De Gaulle. Salida de la Unión, ruptura con la OTAN, protección a la industria francesa, aversión a los organismos internacionales del FMI y del Banco Mundial, enemistad declarada al liberalismo económico, son las líneas generales de su programa. Aunado a una definición dura y contundente contra la inmigración y particularmente la musulmana: “Francia es cristiana”, ha llegado a afirmar.

Algunos se alarman ante la política migratoria propugnada por Le Pen, pero no se puede olvidar que los islamitas en suelo francés llegan a los seis millones, más de 7% de la población total. Ponen, como en otros casos, en riesgo la seguridad nacional del país de referencia. Aunque también olvidan el sentido expansionista del islam radicalizado, desde el Libro del Yihad de Averrores hasta las lamentaciones de Ben-Laden por la pérdida, con la Reconquista de “Al-Andalus”.

Como corolario, denominar neo-fascistas o populistas a este tipo de corrientes no hace más que oscurecer el diagnóstico de la naturaleza de tales partidos y de la situación política misma. Bajo el “populismo” que viene a denotar en el lenguaje vulgar de tantos una combinación entre demagogia y estatismo se confunden los movimientos más diversos y aunque no es fácil su clasificación, la actitud que se precisa tomar es la de un taxónomo. Desde las coordenadas del materialismo filosófico se pueden caracterizar a semejantes organizaciones políticas como de derecha no alienada (no alienada con el Antiguo Régimen, criterio general para la identificación de la derecha), derechas indefinidas respecto al modelo de Estado, donde entran variables como la inmigración o un anti-liberalismo económico.5

3.- En este punto convergen tres cuestiones fundamentales, la globalización, los imperios y la dialéctica de Estados. El conjunto de fenómenos de la globalización en forma de tratados de libre comercio, desregulación y factores extra-económicos se intersectan con la expansión de los imperios –en una dirección también globalizadora– y la dialéctica presente entre los propios imperios en conflicto. Dialéctica estatal que se dibuja a diversas escalas y mayores radios de amplitud, pues semejantes relaciones conflictivas se desarrollan, también, entre Estados menos poderosos y los imperios, ya por ser sus áreas de influencia o por ser puntos en disputa. Sin perjuicio que tal dialéctica pueda sucederse entre mismos Estados, digamos, “pares”, no imperiales.

En este sentido, los procesos globalizadores cuyo centro expansivo fueron indiscutiblemente los Estados Unido, se ven seriamente afectados por la nueva política tenida en Washington en la reestructuración imperial en desarrollo. La dialéctica de Estados entre los imperios realmente existentes, ha llevado a China a pretender ocupar los espacios dejados por los norteamericanos.

La República Popular China tiene, actualmente, una población que ronda en los 1390 millones de habitantes. Unas exportaciones que para enero de 2017 ascendían a 2,3 billones de dólares6, frente a unas importaciones ascendentes a 1,6 billones, persistiendo el superávit comercial, pese a un decrecimiento respecto al año anterior. La facturación final de sus industrias se eleva a 2,5 billones de dólares7.

Algunos datos pueden ser útiles. Las exportaciones de Estados Unidos llegan a 1,5 billones de dólares, con unas importaciones que se elevan a los 2,3 billones. 8 Cifras prácticamente asimétricas, espejo, en la balanza comercial respecto a China.

La industria china sigue además la vieja política propugnada por el Partido Comunista de la autosuficiencia, en la denominada integración vertical de las empresas, es decir, en posibilitar que las industrias productoras de algún bien cuenten con todos los recursos necesarios para su elaboración, sin necesidad de importaciones9. Aunque tales diseños industriales pueden llevar al atraso tecnológico, no es menos cierto que, entre tanto, China se vuelve en la “fábrica de la humanidad”.

Con semejante papel económico y político, el Washington de Trump inicia lo que de atrás se perfilaba, un conflicto abierto entre los Estados Unidos y China. Dos imperios, encontrados. No es gratuito que ante el tema del cambio climático, el presidente estadounidense lo haya declarado como “la farsa china”, en medio de las operaciones para ampliar la capacidad energética norteamericana.

En el último contencioso, Corea del Norte, república maoísta, parece más un parapeto chino: “¿Qué voy a hacer? ¿Empezar una guerra comercial con China mientras está tratando de trabajar en un problema francamente más grande con Corea del Norte? Estoy tratando a China con gran respeto. Ahora veremos qué puede hacer”, declaró Donaldo Trump. Agregando: “No he cambiado mi postura, China intenta ayudarnos. No sé si serán capaces, pero qué voy a hacer ¿atacarla por la manipulación de su moneda en medio de sus conversaciones con Corea del Norte?”.

Hoy es China quien se encuentra en condiciones de disputar el predominio global. En la reversa a la globalización apuntalada por Estados Unidos, retiramos, los espacios dejados pretenden ser asumidos por los chinos.

Han sido claras las intenciones de una expansión de China. En el Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza, Xi Jinping se alzó como el defensor más firme del libre comercio y de “la globalización”. Sus declaraciones fueron manifiestas: «Algunos culpan a la globalización por el caos en nuestro mundo, pero nuestros problemas no son causados por la globalización. No habrá ganadores en una guerra comercial. Seguir el proteccionismo es como encerrarse uno mismo en un salón oscuro: puede que evite el viento y la lluvia, pero también se quedarán afuera la luz y el aire», con las típicas metáforas naturalistas chinas.

El diario Pueblo, medio del Partido Comunista, transcribía un artículo de su secretario general publicado en Suiza: “Nos reunimos en un momento de preocupación por las perspectivas de la economía mundial, los ataques crecientes contra la globalización económica y el aumento del populismo y el proteccionismo comercial. Existe un fuerte llamado a revisar y cambiar los caminos actuales del desarrollo, los sistemas de distribución de bienes y los modelos de gobernanza. El rumbo de la economía mundial es tema de discusión acalorada.”

También Pueblo en su edición del 20 de enero revelaba las declaraciones de Xi Jinping: “El mundo actual ha aumentado su esperanza hacia China gracias a la confianza que el país ha ofrecido al mundo con sus éxitos en el camino de su desarrollo. El camino decide el destino”. Prosigue diciendo: “Esto se basa en el camino desde el establecimiento de las condiciones nacionales, poniendo los intereses del pueblo en primer lugar, con reforma e innovación, y buscando el desarrollo común durante la apertura. China no sólo ha cosechado grandes logros en el desarrollo para sí mismo, sino que también proporciona una oportunidad para el mundo.”

El Diario del Pueblo concluía: “China apoya firmemente el proceso de globalización económica, y por detrás están las directrices filosóficas que proporcionan el concepto de una comunidad de destino común. La iniciativa china “Un Cinturón – Una Ruta” promueve la mejora de la gestión económica mundial, crea un patrón de apertura de desarrollo común y se compromete activamente para que el proceso de globalización económica sea más dinámico, más inclusivo y más sostenible”.

Mejor aún, el encabezado del artículo reza: “Utilicemos la filosofía de la comunidad de destino común para curar el síndrome anti-globalización.» Filosofía de la comunidad de destino común que era expuesta en un decálogo que la página del diario ha eliminado, era el revestimiento ideológico del imperialismo chino. Xinhua, agencia noticiosa china, consignaba: “Es hora de lanzar la versión 2.0 de la globalización.”

La referencia a la “globalización” por parte de los dirigentes chinos no es, desde luego, en abstracto, están refiriendo a su propia globalización, la china. Los Estados Unidos se reconcentran, pero, como es evidente, no detiene su ruta imperialista de forma alguna. En la nueva estrategia norteamericana de necesaria concentración nacional, los chinos fortalecen su expansión, intentando conquistar nuevos aliados y fortaleciendo sus brazos económicos. Por ello, cuidado de aquellos que creyendo romper con el imperio norteamericano se lanzan a los brazos no menos succionadores, aunque sus métodos parezcan distintos del imperialismo chino.

Parafraseando a los clásicos, que así como no caben dos soles en el cielo, no caben Darío y Alejandro en la Tierra.

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