El psicópata en las teleseries actuales: atracción y control

 

Michael Haneke dixit: «Convierto al espectador en el cómplice del criminal y, al final, le reprocho su postura. Quería denunciar que todos somos cómplices si miramos películas de este tipo» (Toubiana, 2010). En este capítulo queremos atender a un fenómeno latente en el cine y las teleseries. Nos referimos a la emergencia de la figura del psicópata, que deja de ser un personaje secundario y moralmente reprobable para convertirse en protagonista.

  1. Autocontrol, controlador y controlado

Este cambio queda reflejado en el aserto con el que Adam Kotsko (2016: 5) inicia su obra titulada Por qué nos encantan los sociópatas: «Mi mayor frustración es no ser un sociópata. […] Son las figuras dominantes de la televisión, por ejemplo, y casi no hay género televisivo que esté a salvo de su presencia». No estamos ante una mera exaltación televisiva del antihéroe, sino ante un fenómeno de calado más profundo: la inexorable atracción que despiertan los que denominamos vulgarmente malos.

Ello merece crear un marco primario de interpretación. Para entender el alcance de la propuesta, recurrimos a la obra de Kotsko, donde algunos de los prototipos de psicópata más destacados que propone son el publicista irredento Don Draper (Mad Men, 2007-2015) o el detective Jimmy McNulty (The Wire, 2002-2008). Sorprende que no aparezca como prototipo Hannibal Lecter, versionado en varias películas y en la teleserie Hannibal (2013-2015). Si preguntásemos al público general, sin duda sería el escogido como el psicópata por antonomasia.

Los personajes mencionados, y otros muchos, despiertan una atracción mórbida en el espectador. Es como si estuvieran esperando que se produjese una extraña mímesis con ellos. Los dos primeros a los que nos hemos referido se presentan bajo deseo de triunfo (Don Draper) o ingeniosa picaresca (McNulty), mientras que el tercero se nos presenta como un psicópata asesino serial (Hannibal). En ellos hay rasgos comunes: control de las situaciones, manipulación del entorno, capacidad de simulación o anulación de las emociones. Ante esto nos surge la pregunta: ¿por qué en una sociedad de profundo control social nos provocan admiración los controladores? En el mundo posmoderno, donde se han agudizado estos mecanismos y han sido profetizados casi a tiempo real por la serie británica Black Mirror (2011-), extraña este encantamiento.

Las series –y la realidad– triangulan la tensión entre la capacidad de auto-controlarse y la de controlar a los demás (rasgos que atribuimos al psicópata), precisamente porque en la sociedad de control despreciamos a los que son controlados y queremos sentirnos excluidos de este grupo. Este fenómeno contiene algo del síndrome de auto-odio. La única forma de huir del sentimiento de ser controlados es identificarnos con los controladores. Si aceptamos que todos somos psicópatas en potencia, al menos nos complace que en la ficción otros logren demostrarlo. La universalidad de la psicopatología queda reflejada en obras como La sabiduría de los psicópatas. Su autor, Kevin Dutton (2013: 11), afirma lo siguiente: «Mi padre era psicópata. Parece un poco raro decir esto ahora, mirando las cosas en retrospectiva. Pero lo era. Sin duda. Era encantador, intrépido, despiadado (pero nunca violento). Y en lo que respecta a la conciencia estaba tan bien provisto como la nevera portátil del carnicero de Milwaukee».

  1. Lo imaginario, lo ficcional y la mímesis

La diferencia entre las series y los demás relatos audiovisuales consiste en que «la serie de televisión, como ningún otro medio masivo de comunicación de masas, está en el negocio de gobernar las almas, producir gustos, inducir conductas, generar adicción a un personaje» (García Fanlo, 2017: 30). Si profundizamos en esta cuestión, podremos aproximarnos a una respuesta a la pregunta planteada: por qué la figura del psicópata ha pasado de ser un personaje marginal y peligroso en el imaginario colectivo –pensemos en el Norman Bates de Psicosis, por ejemplo–, a uno central y atractivo –estilo Dexter Morgan, en la serie homónima.

Es difícil establecer una fecha concreta del cambio de paradigma, aunque es indudable que el estreno de El silencio de los corderos (1991) provocó un auge de los llamados psychokillers, que rápidamente tuvieron su repercusión en el mundo de las teleseries. Luego HBO estrenó la serie carcelaria Oz (1997-2003), donde los personajes oscuros y siniestros despertaron un inusitado interés. A ella siguieron The Sopranos (1999-2007), The Wire (2002-2008) o Deadwood (2004-2006), hasta llegar a Criminal Minds (2005-). Mientras que algunas de estas series nada aportan a nuestra propuesta de estudio, en otras se esbozan claramente personajes psicópatas que provocan efectos miméticos en el espectador. Mikel Zorrilla (2014), en el artículo titulado «¿Por qué y cómo han llegado a estar de moda los psicópatas en la televisión?», propone una explicación plausible, aunque no definitiva, del protagonismo referencial de los psicópatas. Para este periodista, el espectador demanda protagonistas cada vez más complejos, que el cine de mayor difusión se resiste a ofrecer. Las series permiten, en cambio, desarrollar ampliamente matices e incluso evoluciones en este tipo de personajes.

El tiempo de la serialidad facilita desarrollar perfiles más profundos, que permitan generar cierta empatía del público hacia el psicópata. Así, como si se tratase de un saber/poder foucaultiano, las teleseries nos hacen acercarnos a personajes cada vez más extravagantes. Jorge Martínez-Lucena (2015: 28), al estudiar el imaginario social del psicópata –encarnado en Frank Underwood– de la serie House of Cards (2013-2018), afirma que «una de las características más comunes en las teleseries actuales es el hecho de que el protagonista sea lo que se ha llamado un personaje borderline, limítrofe, indefinido, una tierra de nadie entre lo normal y lo patológico». El propio autor, parafraseando a Alfred Coplan, sentencia lo siguiente: «Entiendo que la empatía es un proceso imaginativo complejo que implica tanto la cognición como la emoción. Cuando empatizo con alguien, asumo su perspectiva psicológica e imaginativamente experimento, hasta cierto punto, lo que él o ella experimenta». La atracción del público por el psicópata necesita de esta empatía en tierra de nadie, donde lo normal y lo anormal se confundan, y evitar así prevenciones morales en el espectador.

  1. El control social a través del dominio simbólico de la normalidad y la patología

Ciertamente, la empatía es imprescindible para explicar el fenómeno mimético que provocan los psicópatas en las series actuales, pero no es suficiente. Esta reflexión queremos encuadrarla en el marco más amplio de una futura teoría del control social. Esbozaremos unas claves imprescindibles para aportar algo de luz. Foucault establecía como fundamental la definición de lo normal y lo patológico entre los resortes del control social. Se podría aseverar, con Canguilhem (1976: 123), que –en la sociedad posmoderna– «si lo que es normal aquí puede ser patológico allá, es tentador concluir que no hay frontera entre lo normal y lo patológico». Este sería un requisito para que la empatía del telespectador con la figura del psicópata funcione. Lo que hasta ahora había sido considerado patológico debe posicionarse en la categoría moral de lo normal. Y, posteriormente, lo hasta ahora considerado normal debe ser identificado con un estado de aburrimiento, vulgaridad o anormalidad vital.

De acuerdo con las aportaciones de Byung-Chul Han a la teoría del control social, los mecanismos clásicos del ejercicio del poder –imaginados como una acción jerárquica descendente, y a través de un cuadro administrativo– son sustituidos por interrelaciones miméticas horizontales entre sujetos. Los propios controlados son instrumentos para el control. Ante esta nueva dinámica de masas posmodernas, el psicópata, caracterizado siempre como un magnífico controlador de circunstancias y personas, es el nuevo héroe a seguir. Su modus essendi encaja perfectamente con la necesidad del hombre posmoderno de autoafirmar su autonomía a pesar de su sometimiento. Así, puede negar –auto-engañándose– que es un sujeto controlado. Puede afirmarse como normalidad, sintiéndose diferente y superior a los demás.

La figura del psicópata permite al espectador la ilusión sobre el control de unas normas subjetivas que se postulan por encima de las de la sociedad. Más aún, se establece en la narrativa de la serialidad una correlación entre el auto-control del psicópata y el sentimiento de liberación de las normas sociales preestablecidas. Así, Dexter realiza frecuentemente referencias al código de Harry –algo que hay que cumplir–, o Hannibal tiene un código de honor que le impide perdonar la vulgaridad de algunas personas o las faltas de respeto de otros.

  1. Psicópatas y sociópatas: realidades y tópicos

La personalidad autoritaria es una de las obras clave que surgió de la Escuela de Frankfurt. Del estudio del totalitarismo se desprende que el control de unos pocos sobre muchos no podría ejercerse si en la sociedad no hubiera un porcentaje importante de la población que participara de esa psicología autoritaria. Por eso una cultura televisiva que promociona el referente psicopático acabará creando una sociedad psicopática, cuyos individuos se creen controladores cuando en realidad son controlados.

En este sentido, José Enrique Rodríguez Ibáñez (2006: 159) –en un estudio introductorio a la mencionada La personalidad autoritaria– establece los seis rasgos más pronunciados que podemos encontrar en ésta. Se trata de los siguientes: «Resentimiento»: actitudes extremas fruto de la proyección contra los demás de las frustraciones personales; «Convencionalismo»: seguimiento de pautas no democráticas en un contexto que no se caracteriza por su proclividad democrática; «Autoritarismo»: coherencia entre la personalidad y la cultura autoritarias; «Rebelión»: agresividad, eventualmente psicopática, contra un liberalismo que actuaría como moral social mayoritaria; «Tendencia maniática»: rigidez y compulsividad en los hábitos, con resultado de intolerancia; y «Manipulación»: simplificación deliberada de la realidad con objeto de sacar adelante posturas proto-dictatoriales.

Estos rasgos pueden coincidir con los perfiles de muchos psicópatas presentados en las series. Pero hemos de advertir de las dificultades para alcanzar una correcta taxonomía de los psicópatas televisivos y establecer una comparativa con los reales. En primer lugar, rasgos como la tendencia maniática aparecen en personajes como Adrian Monk, protagonista de la serie homónima (Monk, 2002-2009), en el que se nos presenta un colaborador de la policía con una grave trastorno obsesivo-compulsivo, pero con una mente deductiva impresionante que le permite resolver los casos más insólitos. Este ejemplo nos ayuda a comprender la clasificación de los psicópatas que no descarta la admiración hacia ciertos rasgos compartidos con personajes que no lo son. Por ejemplo, Monk no es manipulador ni pretende saltarse la legalidad y la moralidad establecidas socialmente, antes bien defenderla. En The Mentalist (2008-2015), el protagonista –otro colaborador de la policía, Patrick Jane– utiliza sus habilidades manipuladoras y su inteligencia para poder acabar vengándose del asesino de su familia.

En las series, son muchos los personajes que recorren una cada vez más compleja línea entre el sentido de la justicia (o la ayuda a la policía) y la manipulación, junto al relativismo moral propio del psicópata. Como ejemplos tenemos en primer lugar a Dexter, un psicópata asesino en serie, que claramente desliga su trabajo policial y un cierto sentido de la justicia con una clara caracterización de psicópata. De hecho, los guionistas le dotan de una voz en off, que agudiza el sentido de una doble conciencia operando en el personaje. En segundo lugar, tenemos a Hannibal, que se convierte en asesor y colaborador de la policía, pero claramente con otras finalidades. Si Dexter busca realizar una cierta justicia asesinando a asesinos, la motivación de Hannibal queda recluida en una mente impenetrable cuya puerta de acceso es la más delicada gastronomía.

Es precisamente Hannibal el ejemplo paradigmático, pues los expertos avisan que la imagen de un frío y calculador asesino, capaz de premeditar asesinatos incluso con meses de adelanto, es algo clínicamente inusitado. El especialista en psicopatías Robert Hare (1993: 179) mantiene que los psicópatas «parecen inteligentes, pero en realidad no son especialmente brillantes». Más aún, hay que considerar que, «si bien es cierto que los psicópatas son responsables de una gran cantidad de crímenes violentos y [de un] desasosiego social, no debemos aceptar, sin más, la idea generalizada de que éstos son unos criminales en potencia» (Rodríguez González; González-Trijueque, 2014: 128). Es por ello que se debería poder dilucidar qué protagonistas de las series pueden cooperar con la forma de control social que hemos descrito y cuáles son –en cambio– meras figuraciones que producen simplemente un atractivo mórbido.

  1. Conclusión: hacia una taxonomía

Las teleseries han creado una narratividad no siempre coincidente con los perfiles clínicos de los trastornos de la personalidad. Adrian Raine (2000: 5) ha señalado que «la imagen social del psicópata –construida especialmente por los modos de entretenimiento y comunicación visual– como un depredador que busca, acecha, captura, tortura y da muerte a su víctima a sangre fría, sin remordimientos, corresponde sólo a la figura de algunos de estos individuos, pero no a la de todos».

Un ejemplo lo tenemos en la reciente serie The End of the F***ing World (2017-), donde un joven de 17 años se reconoce a sí mismo como psicópata asesino, cosa imposible para la psicología clínica. Este tipo de guiones inducen a estereotipos, aunque despiertan siempre cuestiones no cerradas. Por ejemplo, el abordar la clásica pregunta de si el psicópata nace o se hace. Para Dexter la duda surge cuando ve crecer a su hijo y comprueba ciertos indicios de que ha heredado su patología. Por el contrario, Hannibal –según la precuela de El silencio de los corderos– se hace. No obstante, en la serie busca reproducirse tratando de convertir a Will Graham, asesor de la policía, en su réplica. De hecho, la trama de la serie deja en un claroscuro la autoría de muchos de los asesinatos que suceden.

La obsesión del psicópata violento por perpetuar su obra queda reflejada también en American Horror Story: Asylum (2012-2013). En esta serie, el Dr. Oliver Thredson es un psicólogo que asesina mujeres. Su profesión es la tapadera perfecta y logra transmitir a su hijo su psicopatía. Otras veces el esquema narrativo es el contrario, como podemos comprobar en The Sopranos: en realidad, Toni no es el perfecto psicópata que parece proponer la serie. El personaje no encaja con el perfil clínico. Los códigos por los que se rige forman parte del micro-cosmos social de la mafia y él mismo tiene que someterse a ellos. Si el Dr. Oliver Thredson es un psicólogo asesino, Toni Soprano es un asesino que necesita de una psicóloga, a la que se agarra como tabla de salvación ante un mundo que no puede controlar totalmente y constantemente parece desvanecerse entre sus dedos.

La multiplicidad de series sobre aparentes psicópatas nos ha de permitir, si logramos crear una clasificación adecuada, establecer cuáles son meramente entretenimiento y cuáles provocan un efecto mimético en el espectador. Por último, en dicha taxonomía también deberíamos diferenciar cuáles sirven para reforzar los mecanismos de control creando en el espectador una complicidad –consciente o inconsciente– con el personaje psicópata. A modo de ejemplo, y para ver la riqueza de matices, tenemos la serie británica The Fall (2013-2016), donde dos perfiles psicópatas y controladores se enfrentan: por un lado está la policía que inicia la caza, Stella Gibson, y por otro el asesino en serie, Paul Spector. El guion mantiene en todo momento la ambigüedad y confusión entre ambos personajes. O, en modo comedia, la lucha entre un psicópata, Gavin Belson, y un sociópata, Richard Hendricks, es el nervio de la serie Silicon Valley (2014-). El primero es una personalidad autoritaria, y el segundo introvertido. Pero ambos deben sobrevivir a un mundo que escapa contantemente a su control.

Referencias bibliográficas

Adorno, T. W. et al (1950). The authoritarian personality. New York: Harper & Row.

Canguilhem, G. (1976). El conocimiento de la vida. Barcelona: Anagrama.

Dutton, K. (2013). La sabiduría de los psicópatas. Barcelona: Ariel.

García Fanlo, L. (2017). El lenguaje de las series de televisión. Buenos Aires: Eudeba.

Hare, R. (1993). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. México, D.F.: Paidós.

Toubiana, S. (2005). «Haneke sobre “Funny Games”». [Fecha de consulta: 17 de diciembre de 2018].

<http://www.dos-teorias.net/2010/10/haneke-sobre-funny-games.html>

Kotsko, A. (2016). Por qué nos encantan los sociópatas. México: Melusina.

Martínez-Lucena, J. (2015). «El imaginario social del psicópata en la serialidad televisiva actual: el caso de House of Cards». Imagonauta (nº 6, pp. 27-37).

Raine, A.; Sanmartín, J. (2000). Violencia y psicopatía. Barcelona: Ariel.

Rodríguez Ibáñez, J. E. (2006). «Presentación». En: T. W. Adorno et al. «La Personalidad Autoritaria (Prefacio, Introducción y Conclusiones)». EMPIRIA. Revista de Metodología de Ciencias Sociales (nº 12, pp. 155-200).

Rodríguez González, R.; González-Trijueque, D. (2014). «Psicopatía: análisis criminológico del comportamiento violento asociado y estrategias para el interrogatorio». Psicopatología Clínica, Legal y Forense (vol. 14, pp. 125-149).

Zorrilla, M. (2014). «¿Por qué y cómo han llegado a estar de moda los psicópatas en la televisión?». [Fecha de consulta: 20 de enero de 2019].

<https://www.espinof.com/series-de-ficcion/por-que-y-como-han-llegado-a-estar-de-moda-los-psicopatas-en-la-television>

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