¿Y ahora qué?. Cataluña: de la galbana al gatopardismo ( I )

«Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie» (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, de su novela «El Gatopardo»)

España continúa instalada en el «bucle». Aquí los problemas ni se afrontan, ni se resuelven: se pudren. Y al pudrirse, como por ensalmo, se «olvidan»; los políticos, los llamados «agentes sociales» y la mediocracia hacen ver que aquello que ocurrió, en realidad no llegó a suceder tal y como lo percibimos. Son las «reglas» del Sistema, pensadas para provocar una desmovilización permanente, o en caso de necesidad, una movilización de baja intensidad, controlada y teledirigida, con freno y marcha atrás…. A tal grado de perfección, eficacia y virtuosismo han elevado la técnica manipuladora, que han logrado por ejemplo, difuminar la lacra de la corrupción generalizada y galopante, en uno de los períodos históricos en que ha alcanzado niveles inimaginables en todas las administraciones, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, hasta hacernos creer que se trata apenas de un peaje «inevitable», una mera excrecencia insignificante, que no obstante no nos impedirá disfrutar de este régimen de la Modernidad tardía al que llaman «democracia»…. Tanto o más «meritorio» resulta el hecho incuestionable de que el Sistema ha logrado crear hasta sus propios «anti-sistema», una caterva inofensiva y domesticada de «indignados», «pijoflautas», hipócritas de diversa laya y «comunistas» de pacotilla, absolutamente incapaces de hacer peligrar en lo más mínimo la estructura y los intereses del verdadero Poder, del turbo-capitalismo mundialista del que, aún sin saberlo, forman parte como espantajo al que se utiliza para amedrentar a las pobres gentes que padecen la desgracia de soportarlos, de vivir cerca de ellos aguantando sus desmanes y coacciones y se ven «obligados» a reclamar una sombra siquiera de ley y orden; y ahí, en última instancia, aparece el Gran Hermano para proporcionársela al módico «precio» de no hacer preguntas, de no reivindicar un modelo social, político y económico diferente: más justo, más libre, mejor.

El totalitarismo cabalga imparable a lomos del rodillo mediático, debidamente engrasado y disfrazado de «Fundamentalismo Democrático» (Gustavo Bueno). Cualquier corriente realmente crítica es sofocada de inmediato. Primero mediante el silencio, la más eficaz herramienta. En caso de que esa medida inicial no ofrezca los frutos apetecidos, se recurre a la estigmatización, con variados formatos aplicables a cada forma de disidencia, siempre con arreglo a los cánones del Pensamiento Único y lo Políticamente Correcto. Para cuando todo lo anterior falla, la maquinaria cuenta con su fórmula magistral: el «bombardeo mediático», consistente en una masificación indiscriminada de noticias sobre un tema, sin jerarquizar, sin verificar, sin una previa validación, sin prelación de fuentes. En catarata incesante, una opinión y su contraria, la información capital y de fondo, revuelta con datos aleatorios e irrelevantes, sin pausa, sin orden; la mezcla de rumores, opiniones, notas y estadísticas, sin especificación de categorías; un ruido insoportable que atruena los oídos y nubla la capacidad de comprensión y análisis; un huracán de mensajes imposible de procesar, en contradicción flagrante, en desorden desbordante. La secuencia inexorable discurre desde el desconcierto a la perplejidad, de ahí al hastío y después a la náusea, para terminar en la abulia, la apatía absoluta, la que conduce al estado de galbana permanente, que es la condición «natural» a la que el Sistema considera que debe quedar reducida la opinión pública. La ceremonia de la confusión llevada al extremo; lo que nosotros en POSMODERNIA denominamos «Inmersión Mediática». Todo vale con tal de conjurar la posibilidad de una resistencia real, auténtica; de una revuelta «popular», de un conato «fuenteobejunesco» y justiciero que haga peligrar el statu quo.

¿155?. CATALUÑA: DE LA GALBANA AL GATOPARDISMO

A lo largo y a lo ancho de los 40 años de Régimen del 78, Cataluña ha resultado ser en la práctica, un territorio neo-feudal. Los sucesivos gobiernos de España han seguido la táctica de «hacer la vista gorda» y mirar hacia otro lado mientras se sucedían las irregularidades, las vulneraciones de la ley y se «ignoraba» a España y al Estado español. Pactos y más pactos, acuerdos ocultados o debidamente edulcorados a fin de hacerlos «digeribles» para el resto de españoles y una dinámica siempre en el mismo sentido: cesiones, componendas, transferencias y dinero «a espuertas» para acallar la voracidad de un nacionalismo que nunca tenía bastante e hizo del chantaje un arte. La palmaria carencia de estadistas al frente de los distintos gobiernos, la improvisación y falta de principios de los partidos en el poder, la mediocridad de unas «élites» pendientes en exclusiva de mantener privilegios y poltronas, constituían un terreno abonado para perpetuar la extorsión. Ni uno solo de los gobernantes que ha tenido España en esta época ha sido capaz de parar los pies a los separatistas.

La lamentable consagración «de facto» de un modelo territorial «asimétrico» en la práctica, con la constatación de la existencia de españoles de primera y españoles de segunda, primando siempre a los díscolos secesionistas en un interminable camino a ninguna parte, ha conformado el «paisaje» cotidiano de esta etapa histórica. Incluso, se ha permitido con alevosa indiferencia de los poderes públicos españoles, la discriminación excluyente de aquellos catalanes en los que ha sobrevivido el sentimiento de españolidad, en beneficio de una minoría secesionista que no ha dudado en emplear todos los recursos públicos copiosa e irresponsablemente entregados por el propio Estado español, para implantar una política signada por la presencia hegemónica de un «relato» exclusivista y totalitario (y radicalmente falso, habría que decir…), impuesto mediante la coacción, la transgresión del ordenamiento jurídico estatal y la marginación de los «disidentes».

Ha sido este el «tiempo de la galbana» para los gobiernos de España; laissez faire, laissez passer llevado hasta el absurdo, en una espiral suicida cuyas consecuencias pagamos ahora de forma dramática y tal vez, irreparable… Y ha sido también tiempo de galbana para el pueblo español, sometido a un proceso brutal de manipulación sistemática y contagiado de la lenidad de sus gobernantes. Un meticuloso método de adoctrinamiento involutivo, aderezado por depuradas técnicas de ingeniería social planificada, han alcanzado el objetivo de provocar una ausencia de vínculos comunitarios mediante el fomento de un exacerbado egoísmo individualista, una desconexión paulatina del entorno, un extravío del básico instinto de solidaridad; en definitiva, la pérdida del sentido de «pertenencia» y la quiebra de la Identidad, un «valor» socio-político inexcusable para los individuos y los pueblos que quieren «ser» y no quieren «dejar de ser»…

Cuando estos 40 años de galbana y de sumersión en el «rebaño cósmico», se han visto sacudidos por el golpe de Estado secesionista en Cataluña, el ruinoso edificio del Régimen del 78 ha crujido desde los cimientos al tejado, dejando patentes su decrepitud moral y la «aluminosis ideológica» que lo aqueja desde el momento fundacional. Ante la consumación del «desafío» separatista, la respuesta del Gobierno de España ha sido una vez más, recurrir a la tantas veces ensayada fórmula del «gatopardismo», consistente en aparentar «cambiarlo todo para que todo siga igual». Y con esa pretensión, se puso manos a la obra para escenificar la enésima impostura: la aplicación en Cataluña del artículo 155 de la Constitución.

SU EXCELENCIA «EL ENTERRADOR»

«Si parece un pato, anda como un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato». Con esta formulación tan simplona como gráfica, se enuncia el archiconocido «Test del pato», un razonamiento inductivo usualmente encaminado a desenmascarar a personajes con pretensiones de «ser» una cosa, cuando la realidad evidencia que «son» otra bien distinta… Tal es el caso de M. Rajoy, implícitamente autoproclamado «salvador» de España y jaleado «ad nauseam» por los suyos como el «hombre de hielo» que con su «moderación» y «prudencia», gracias a la aplicación del artículo 155 de la Constitución y a través de una «jugada maestra» con la convocatoria de elecciones anticipadas, logró «descabezar» al secesionismo y conjurar los efectos del Golpe de Estado en Cataluña. Como hemos venido advirtiendo con reiterada insistencia desde estas páginas, los acontecimientos en este brevísimo espacio temporal, han venido a estrellarnos de bruces contra la tozuda realidad. Y es por ello que frente al triunfalismo hipócrita de los peperos (y por extensión, frente a la cortedad de miras del resto de los titulados «constitucionalistas»…), nos vamos a permitir utilizar una paráfrasis para aplicar a M. Rajoy un nuevo y definitorio «test»: «Si parece un enterrador, anda como un enterrador, habla como un enterrador, y se comporta y actúa como un enterrador, entonces probablemente sea un enterrador». Pero en el caso de M. Rajoy, la condición de enterrador (profesión, por otra parte, del todo digna y necesaria), adquiere una dimensión «singular» que extrema sus tradicionales rasgos lúgubres hasta conducirlos a una versión exagerada y hasta histriónica, ya que se trata de un sepulturero con un único y exclusivo cadáver que inhumar: el de España. Mutatis mutandis la situación acaba otorgando veracidad a aquellas palabras premonitorias de Miguel Delibes, expresadas en recio y castizo lenguaje hispano, no mucho antes de su propia muerte : «Entre la izquierda y la derecha jodieron España. Entre todos la mataron y ella solo se murió».

La figura patética de M. Rajoy, sin gracia, sin chispa, sin carisma, sin altura política de ninguna especie, sin sentido de Estado, sin ni una sola de las cualidades requeridas entre las mínimas exigibles a un gobernante de mediana categoría, no es otra cosa que el espejo que refleja con insolentes verismo y crudeza, la aterradora realidad de la insufrible casta política que nos ha tocado soportar; la triste cara «pública» de una triste España. Repasando la nómina de partidos y la «calidad» de sus dirigentes, la conclusión resulta obvia: si este sujeto, M. Rajoy, siquiera de momento, es el «primus inter pares», ¿cómo asombrarnos del ínfimo nivel que exhiben los Sánchez, Iglesias, Rivera y compañía?. Más aún; bajando al ruedo catalán, ¿acaso puede sorprendernos el protagonismo de personajes grotescos como los Puigdemont, Junqueras, Colau, Iceta, García Albiol, etc?. Un análisis con mayor profundidad nos lleva a plantear una cuestión bastante más seria e inquietante: si estos son los representantes del pueblo español, ¿tal vez es que este pueblo no da más de sí, ha degenerado hasta el extremo, y «esto» es lo mejor que podemos permitirnos?. Desde POSMODERNIA nos resistimos a creerlo. Son muchos los españoles capaces, audaces, decentes y suficientemente preparados. Los mismos que se afanan de sol a sol y mantienen a flote con su trabajo y su esfuerzo este país llamado España; pese a tener que sostener a sus expensas la nómina de políticos más alta de Europa; pese a padecer una presión fiscal desorbitada y asfixiante; pese a unos sueldos cada vez más exiguos y unas prestaciones sociales recortadas y en retroceso imparable; pese a una corrupción desbocada que recorre la Administración de norte a sur y de este a oeste. El problema no está en los españoles. No. El problema es el Régimen del 78, una entelequia decadente que fagocita las mejores energías de la Nación. Y la solución no pasa por la regeneración de un Sistema que a estas alturas ya se ha revelado caduco e ineficaz en cuestiones esenciales. El Régimen del 78 no es regenerable porque lleva ínsita en su naturaleza la causa del trastorno «histórico-político-filosófico» que aflige a España y perturba de manera decisiva su Unidad, su Independencia y su Soberanía, además de haberse esclerotizado y pervertido por los partidos que lo han «regentado» durante todo este tiempo, acomodándolo a sus propios intereses sectarios. El Sistema político español requiere con urgencia una Refundación completa: en forma y fondo.

El auténtico drama de España radica en que cuando al fin se yerguen las cabezas tanto tiempo embutidas entre los hombros, cuando se elevan las miradas y las manos se agitan buscando, reclamando, exigiendo soluciones, lo único que se dibuja en el horizonte es la mustia figura del Enterrador, resignado a cumplir su siniestro destino.

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