Reseña del libro “De animales y hombres. Entre la cultura y la naturaleza”

Título: De animales y hombres. Entre la cultura y la naturaleza.

Autores: Alain de Benoist e Yves Christen.

Editorial: Fides, 2017.

Yves Christen es, al mismo tiempo, un científico (biólogo especialista en l0001os campos de la genética, la inmunología y las neurociencias), bastante desconocido en España –el único libro de Yves Christen publicado en España es El hombre biocultural. De la molécula a la civilización, Cátedra, Madrid, 1989–, y un divulgador (o popularizador) de las temáticas biológicas y de las problemáticas “biologistas”, habiendo sido editor de la revista La Recherche y responsable de la sección científica de Figaro Magazine, introductor en Francia de la sociobiología e impulsor de los estudios sobre Darwin y el darwinismo, condiciones que le habilitan para entablar un interesante debate con su Alain de Benoist sobre la cuestión de “la naturaleza del hombre” (o sobre “lo propio del hombre”), según se conceda la primacía a la cultura o a la naturaleza, a la sociología o a la biología, o se aproximen ambas vertientes. Alain de Benoist se inclina por los aspectos culturales y sociales, sin descartar la influencia biológica; Yves Christen por lo genético y lo biológico, sin renunciar a la incidencia del hecho cultural y social. Alain de Benoist cree, de forma filosófica, que existe algo “propio del hombre”; Yves Christen considera, de forma científica, que esas “propiedades” también existen en algunas especies animales. El debate entre estos dos pensadores está servido.

Todas estas características se reúnen en el libro de Yves Christen titulado L´animal est-il una personne?, que es un sumario apasionado y apasionante sobre el estado de los conocimientos científicos (etología, genética, neurociencias, primatología, zoología…) respecto a las cualidades descubiertas en los animales (leopardos, pero también elefantes o ballenas, arañas saltadoras, chimpancés, bonobos, gorilas, perros, cabras, cuervos…), incluso cuando esas cualidades han sido o son todavía designadas como “propias” del hombre. El autor opera así una vasta recapitulación respecto a los dones que supuestamente están ausentes en los animales (supuestas ausencias de razón, de socialidad, de emoción, de lenguaje, de “teoría de la mente”, es decir, de aptitud para ponerse mentalmente en el lugar de otro, de cultura…) o de aquellos que los humanos poseen en mayor grado (dedica buena parte de su obra a atacar el antropocentrismo y la idea de una superioridad genética, cerebral, o en materia de libertad, de derechos).

Esta doble recapitulación está enmarcada por una primera parte (sobre la ambivalencia de la palabra “persona” entre “autoglorificación” e “insignificancia”) y una segunda que sintetiza las aportaciones de las investigaciones para continuar respondiendo a la cuestión de la obra, tal y como es modulada al principio: “personne ou personne?” (en francés, “personne”, según el contexto, puede hacer referencia a una “persona”, a un “individuo”, o a “alguien” o “nadie”). Si su contribución se dedica claramente a lo que el autor entiende por “persona animal”, insiste especialmente sobre la constatación de una nueva actitud, al mismo tiempo científica y popular, en relación con los animales, caracterizándose por una cada vez mayor sensibilidad, incluso de amor, y sobre la apuesta intelectual de este cambio: “la relación con otros seres vivos merece nuevos análisis que los consideren en tanto que sujetos”. Del mismo modo, las cuestiones éticas concretas que conciernen al reconocimiento del estatuto de persona animal serán regularmente abordadas y desarrolladas, especialmente a propósito de la experimentación sobre los animales y de sus derechos.

En otras palabras, el título del libro original (¿El animal es una persona?) es una pregunta retórica más que una cuestión relevante de una problemática: Yves Christen responde afirmativamente a tal pregunta. El objeto del libro es, desde el inicio, mostrar cómo “el enfoque científico y experimental”, especialmente en los últimos años, “parece arruinar la absurda visión de la insignificancia de la bestia”. A partir de ahí, el libro es, en efecto, una impresionante recensión de observaciones, experimentaciones, descubrimientos que permiten sobrepasar la pobreza de la noción de instinto cuando se habla de los comportamientos animales, inventario que se desprende de las posiciones epistemológicas actuales, las polémicas, e incluso de ciertos cambios apriorísticos de los científicos: el autor, como historiador de las ciencias, subraya maliciosamente que los experimentadores siempre deseosos de desmarcarse del sentido común, descubren que los animales nos entienden, pero con una reticencia tal que se pregunta “si ciertos experimentadores de hoy en día (…) no tienen la tendencia a favorecer a priori la hipótesis de una competencia matemática en lugar de una captación del pensamiento de otro”.

Esta dimensión del libro y la conciencia de “la evolución de nuestra sensibilidad y de nuestras representaciones mediatizadas del animal”, pueden permitir, sin embargo, mayor comprensión sobre las antiguas certidumbres, aunque fueran filosóficas y fundadas sobre un humanismo “que ha situado al hombre sobre un pedestal en virtud de la ignorancia de épocas pasadas”. Descartes es, en efecto, culpable de haber reducido el animal a una máquina (y también de haber contribuido a fundar el enfoque científico moderno en nombre del cual Yves Christen le condena), lanzando reprimendas contra un buen número de filósofos de la singularidad humana, de Heidegger a Luc Ferry. De forma más general, le parece lamentable que las ciencias humanas sean olvidadas, especialmente cuando se trata de plantear la cuestión de la vida social de los animales, reduciendo el debate sobre la cuestión a lo que él presenta como un diálogo de sordos entre él mismo y Antoine Spire en France-Culture. Puede sorprender especialmente la ausencia de cualquier referencia al trabajo de Jean-Marie Schaeffer (La fin de l´exception humaine, Gallimard, 2007), donde el discurso crítico relativo a la tesis de la singularidad del ser humano prevalece todavía en las ciencias humanas, de las que todavía emana y que se adapta bastante bien con los análisis de Yves Christen.

De forma bastante sorprendente (y quizás algo contraproducente desde el punto de vista de la argumentación a favor de la persona animal), Yves Christen establece una limitada reaproximación final entre “el movimiento de personalización” concerniente a los animales y la autonomización de los robots concebidos según el “modelo de seres vivos fabricados por la selección natural”.

¿Es el animal a una persona? No, responden a menudo los “sabios”, ironizando sobre la opinión común de Toulemonde, que encontraba sentimientos en su perro, o en su caballo, corriendo el frecuente riesgo de una interpretación antropomórfica del animal..

¿El animal es una persona? No, piensan siempre los filósofos, de Descartes a Heidegger, oponiendo los conceptos abstractos de “hombre”, “humanidad”, al de “animalidad”. “Animalidad” que agrupa a seres muy distintos, desde el chimpancé a una simple ostra, contrariamente a toda lógica de observación de los hechos.

¿Es el animal una persona? Para el biólogo Yves Christen la cuestión se plantea realmente y la respuesta bien podría ser: ¡sí!

Contrariamente al mito de la animalidad concebida como ausencia o como carencia, los animales son seres dotados de razón, de vida social, de emoción, de lenguaje, de teoría de la mente (la capacidad de ponerse en el lugar del otro), de conciencia, de cultura e, incluso, de moral. Todo esto es lo que revelan las numerosas observaciones científicas de la etología (ciencia del comportamiento animal), la genética, la psicología, la primatología, las neurociencias. Y ello para gran variedad de especies: los grandes simios, por supuesto, pero también las fieras, los elefantes, los mamíferos marinos, y también los pájaros, incluso los peces. Yves Christen evoca incluso la hipótesis de una zoohistoria y de una historia animal.

En su libro, Yves Christen hace caer bastantes prejuicios, menos los del hombre de la calle que los de los filósofos y de los científicos que se distancian de la realidad de los hechos. Yves Christen incurre aquí en una paradoja: conmemorar a Darwin, por un lado, rechazando la unidad de lo viviente, por el otro, lo cual no parece, en principio, intelectualmente coherente. Para el autor, que el animal sea una persona “traduce el hecho de que todos los vivientes, comprendidos los humanos, son el fruto de la evolución de las especies por medio de la selección natural y el juego de las mutaciones. No hay, pues, una evolución para las bestias y los vegetales y otra distinta para los hombres. Nosotros somos resultado de la acción de procesos similares”. Claramente es la presión de su entorno lo que ha hecho necesario para el hombre el lenguaje y la cooperación con los otros. Pero el mismo tipo de presión existe en el reino animal.

Por estos motivos, Yves Christen (que decididamente es un severo crítico de los filósofos) fustiga a Luc Ferry porque “separa el mundo de la cultura del de la naturaleza”. Yves Christen, que repugna las afirmaciones separadas de la observación, comenta a este respecto: “Exactamente como si se tratase de dos entidades. Como si se pudieran situar en dos universos diferentes el cerebro y la mente. La realidad es, por supuesto, que uno es producto del otro; el cerebro libera la mente, y la naturaleza crea la cultura”. Y, sí, “la cultura es una producción biológica”, concluye Yves Christen.

Después de todo, quizás no sea tan malo que los filósofos, sociólogos, escritores y psicólogos, continúen pensando sobre la singularidad de la persona humana, pero también sobre la de la persona animal.

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