Reseña de «Guerra y Paz en El Quijote. El antierasmismo de Cervantes»

Guerra y Paz en El Quijote. El antierasmismo de Cervantes

Autor: Pedro Insua Rodríguez

Ediciones Encuentro, Madrid, 2017, 95 págs.

Hay que empezar ya diciendo que nos encontramos ante un magnífico texto. Claro, preciso, argumentado, contundente, bien escrito y breve. Un libro, prácticamente un opúsculo, que como señala Jesús G. Maestro, quien lo prologa, es un ejemplo de crítica literaria. 9788490551691Una crítica literaria hecha por un filósofo –lo cual, aunque pueda parecerlo, no es un ejercicio meramente libresco sino con su raigambre e importancia política– como es Pedro Insua y desde un potentísimo sistema de pensamiento como es el Materialismo Filosófico, construido en su mayor parte –aunque ya es un sistema «con vida propia»– por Gustavo Bueno Martínez. Cuyas tesis defendidas en libros capitales como España frente a Europa o España no es un Mito, entre otros muchos, se hacen sentir a lo largo de estas páginas. Páginas que se estructuran en un primer prólogo de Jesús G. Maestro, como decíamos, y seguidas de una introducción y dos partes documentales y argumentativas.

Así pues, el libro nos recibe con una ya directa introducción en la que se adelantan las tesis del libro, que después serán probadas, y señalándose el escaso erasmismo cervantino y el sí fuerte aristotelismo –continuando y profundizando así la línea interpretativa que en su día realizó Jose Antonio Maravall, ampliamente citado a lo largo del libro–. Señalando a su vez cómo Américo Castro fue el iniciador de esta interpretación erasmista contra la que va nuestro texto, si bien en el caso de Castro tratándose de algo más bien instrumental y muy matizado –tanto que el propio Castro iría relegando dicha postura en posteriores trabajos aunque otros se encargarían de seguir esa senda hasta hacerla un dogma–. A su vez se señala ya también cómo los textos y la propia vida de Cervantes contradicen el erasmismo que se le arroja. Un erasmismo que en definitiva actúa como una modulación de la leyenda negra, porque claro, no puede ser que en la oscura, fanática e ignorante España se den tan altas letras de por sí, eso tiene que venir de influencia extranjera. Por el contrario, lo que defiende Pedro es que es necesario enlazar a Cervantes con otras tradiciones, como veremos al final.

La primera parte comienza explicándonos cómo según Erasmo, en su irenismo, debemos recurrir siempre a la oración y ciencia (filológico-teológica). Esas son las armas del buen cristiano para alcanzar la paz. Pero su paz es la paz de la fe, no de la guerra. La paz de las armas es una paz falsa para Erasmo. Como dice Pedro, para Erasmo «la Paz es entendida en un sentido poético, metapolítico, «espiritual», «celestial», desde la cual se observa la guerra, cualquiera sea su justificación, como incompatible con la filosofía de Cristo, incompatible con la fe evangélica» (p. 31). Para Erasmo siquiera la guerra contra el Turco tiene justificación, porque para atraer al turco a la fe cristiana sólo vale mostrar los atributos auténticos del cristiano, en la paz, nunca la espada. Porque si no sólo son malvados que combaten a malvados, es más, turcos que luchan contra turcos. Y esto lo dice Erasmo, señala Pedro, «porque no lo tiene delante» (p. 34). Erasmo puede despotricar contra la guerra al Turco precisamente porque esos que están haciendo la guerra están evitando que el turco le pase a cuchillo.

Cervantes, antes al contrario, lo que viene a oponer con su Quijote es la obsolescencia de estas posturas poéticas y del caballero medieval. El Estado moderno, y aún más el Imperio español creciente, requiere de soldados. No necesita de iniciativas individuales muy a pesar del coraje, sino de un ejército nacional, brazo con brazo, arcabuz con arcabuz. Así, ese empeño por la caballería –de Don Quijote– y por la paz –de Erasmo– no es más que un peligro para el Estado y su eutaxia, y para su lucha con los Estados enemigos y sobre todo el Imperio otomano y los depredadores Estados protestantes. Múltiples son, como nos va mostrando Pedro Insua, las alabanzas y halagos de Cervantes al valor y la eficiencia de los Tercios españoles y su superioridad en el campo de batalla. Y múltiples también las defensas del manco acerca de la necesidad de que esos arcabuces sean el sostén y la guarda de la paz –una paz que no es evangélica o poética sino política, la pax hispana– y la integridad de la nación española y de su imperio.

Tal es así que Cervantes, aunque no sólo él, llega a achacar de indolencia y excesiva prudencia –con lo que dejaría de ser prudencia– a algunas políticas de Felipe II, que no aprovecha diplomáticamente como debería las victorias que los Tercios y la marina española le dan. Y es que «según Cervantes, Felipe II no supo sacar partido de la victoria de Lepanto, ni tampoco supo administrar la ventaja que supondría, en principio, la anexión de Portugal a partir de 1580. Al final de su reinado, Felipe II tiene que aceptar los términos de una serie de «paces» que resultan desventajosas para el orden hispano en una situación en que «las letras» (de los «letrados», de los abogados) se sobrevaloran frente a «las armas»» (p. 47). Con esa timidez diplomática Felipe II no aprovechó como debía, según Cervantes, la paz que sus armas y su hermano Juan de Austria le habían proporcionado. Aunque el monarca, a su vez, también tuvo sus razones para tales paces.

¿Y de dónde bebe Cervantes si no es de Erasmo su filosofía política, su pensamiento? Desde el aristotelismo. Pues, como ya señalara Gustavo Bueno en el último capítulo de España no es un Mito y como nos responde Pedro Insua en la segunda parte de su libro, es en estas fuentes donde su obra y pensamiento se hace más inteligible. Así pues, las fuentes cervantinas «no hay por qué ir a buscarlas, desde luego, en el exterior de la sociedad política española, sino que el «pensamiento» cervantino engarza, y esta es nuestra sugerencia, con tradiciones cultivadas por figuras que permanecen en el seno de la propia Corte española, o muy próximas a ella, que destacan precisamente por su aristotelismo» (p. 58). De modo que, sin negar las influencias extranjeras que pudiera haber y en base a éste aristotelismo, Cervantes, por boca de Alonso Quijano, va a defender dos argumentos, a saber: que el fin de las armas, que también requieren de espíritu, o sea, de inteligencia, es la paz (mientras que el de las letras es el de la justicia distributiva), y que las armas superan a las letras aunque haya una mutua dependencia, pues no son las letras quienes se sostienen a sí mismas ni sostienen a las armas sino las armas a las letras.

Tampoco hay que pensar en Cervantes como una rara avis al sostener estas posturas, pues como muestra nuestro autor, esto es más bien algo común, generalizado, siendo otros muchos los autores partícipes de las mismas posturas: Camos, Bartolomé Felipe, Garcilaso de la Vega, Hurtado de Mendoza, Jorge de Montemayor, Aldana, Lope, Calderón y otros muchos poetas soldado como Alonso de Ercilla o Quevedo, e incluso filósofos, teólogos y gentes del clero como Juan de Mariana, Vitoria, Sepúlveda o Suárez. Sin ser tampoco erasmistas, pues neutralizan con estas posturas la incompatibilidad de la milicia con el cristianismo, como alegaba Erasmo. Un Sepúlveda, por cierto, que en su Democrates primus realizará una serie de reflexiones sobre las relaciones entre ingenio, locura y caballería –presentando el honor y el duelo caballeresco como algo desfasado y dañino (para el Estado moderno y sus necesidades bélicas y de buen orden interno)–, «siendo así que es Sepúlveda y el Democrates, más bien (y no Erasmo y la Moira), el que está en el punto encendido de la puesta en marcha de El Quijote» (p. 89). También estaría Cervantes en la línea de un aristotelismo secular y naturalista, no tomista, derivado de Pomponazzi antes que en la línea de cualquier erasmismo.

Concluimos pues con nuestra reseña del libro de Pedro exhortando a nuestros lectores a que no duden en hacerse con un ejemplar de éste tan corto como claro y directo opúsculo, que a pesar de su brevedad es desde ya, el lector comprobará que no exageramos, una referencia obligada para todo aquél que quiera acercarse al pensamiento de Cervantes y su literatura.

 

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