Posmodernia, desde la Córdoba de las cuatro culturas

Supe del proyecto Posmodernia en Córdoba, hace dos años, cuando ya llevaba varios meses gestándose. No es por tanto algo improvisado, una ocurrencia, sino empresa tranquila, pausada y serenamente madurada, que se ha gestado durante tres años (el registro del dominio posmodernia.es se hizo en julio de 2014, un sitio que hasta hoy, 24 de marzo de 2017, no queda abierto al público). Sobran prisas cuando los asuntos que importan superan la escala de la inmediatez cotidiana, del curso anual de una liga de fútbol o de los ciclos electorales, pues han de ser considerados por décadas, generaciones, siglos y aún milenios.

Al escuchar el nombre Posmodernia por vez primera, mis fantasmas amenazaron náuseas, casi arcadas de asco y repulsión nada posmodernas; pero al poco advertí sus potenciales virtudes polisémicas, pues también podía sugerir, por ejemplo, genérico contenedor que observa, aséptico y distante, los cenagales malolientes de las corrupciones ideológicas y tantas simplezas ingenuas e insípidas, todavía más putrefactas.
Supe en efecto de Posmodernia hace dos años, precisamente antes y después de una conferencia sobre «El mito de las Tres Culturas», habida dentro del ciclo «Córdoba, ante el reto del multiculturalismo», organizado por la plataforma StopISIS en marzo y abril de 2015.

Sucede que el «mito de las tres culturas», como transformación del «mito de las tres religiones», es decir, el mito de la armoniosa convivencia medieval de judíos, cristianos y mahometanos, se cuaja precisamente en Córdoba, tras haberse celebrado en enero de 1929 una Semana califal, conmemorativa del milenario del Califato, al asumir la Diputación de Córdoba la creación en 1931 de un Centro de Estudios Andaluces «que había de estudiar las tres culturas, latina, árabe y hebrea que florecen bajo el Califato». Lanzada la idea, sin embargo, los intereses localistas y la complicidad de un ministro malagueño determinaron que la República pusiera en marcha instituciones similares en Madrid, Granada y Sevilla, ignorando a la pionera, que no pudo sobrevivir.

Pero sería un error asociar a Córdoba sólo con las tres religiones monoteístas y las mentadas tres culturas y sus mitos, que armoniosos ideólogos posteriores elevan incluso a civilizaciones inexistentes en alianza de papel.
Pues sucede que en Córdoba, donde hoy nace Posmodernia, han nacido nada menos que cuatro figuras esenciales de otros tantos círculos culturales pretéritos: Séneca el gran filósofo estoico romano, Osio el autor del Credo cristiano de Nicea, Averroes el último filósofo musulmán y Maimónides el último filósofo judío.

Séneca no fue cristiano, aunque la propaganda evangélica inventara una correspondencia apócrifa con San Pablo que fue tenida por cierta durante milenio y medio, y que siguen jaleando los péplum de Sacrobosque. Para mayor divertimento un iluminado, Giménez Caballero, llega a presentar a Séneca en 1934 como fundamento primero del fascismo, en una presunta continuidad que pasando por Petrarca, Maquiavelo, Montaigne, llegaría a través de Nietzsche a Mussolini y el Führer.

Manipulaciones aparte, ni cristiano ni protofascista, Séneca es el filósofo, así reconocido varias veces en las Partidas de Alfonso el Sabio, por Gualterio Burley, por Alonso de Cartagena… «insigne cordobés, honor de la filosofía española», dejó escrito Salanova en 1793. Un Séneca filósofo mundano en la serie de la televisión tardofranquista, con guiones de Pemán, tras la conmemoración en Córdoba en 1965, por todo lo grande, del XIX

Centenario de su muerte, en suicidio obligado e inducido por Nerón. Séneca filósofo que puede servir de inspiración a Posmodernia, veinte siglos después.

Otras bandas, con dineros cataríes, esos dineros que también patrocinan al Barça, reclutan gavilla de islamizados católicos renegados para, apropiándose del nombre de Córdoba, mantener desde 2011 un canal de televisión mahometano en español, con sede en San Sebastián de los Reyes y oficinas por Iberoamérica, en monocorde propaganda coranizadora: Canal Córdoba Internacional, conectando culturas, pregonan en su propaganda.
Pero estos lodos vienen de aquellos polvos… cuando un egipcio y un jesuita, viviendo aún el general Franco, organizaron en Córdoba un Primer Congreso Islámico-Cristiano, cuya segunda edición en 1977, dedicada a Cristo y Mahoma, en plena transición, inauguró incluso el cardenal Tarancón. Pudieron entonces los mahometanos asistentes, en presencia de sus colegas clérigos católicos, celebrar la oración musulmana del viernes en la catedral católica, antes mezquita islámica, antes templo visigodo cristiano. Faltaban meses para que Jomeini regresara triunfal a Teherán desde París, en febrero de 1979, y se fuera propagando poco a poco la sangrienta realidad del «fundamentalismo islámico», la vanguardia de los creyentes musulmanes, a medida que van reconociendo sus errores tantos hipócritas apóstatas que seguían caminos equivocados alejados de la yihad.

La cosa mejoró en las elecciones municipales de 1979, cuando la lista del Partido Comunista de España fue la más votada en Córdoba y Julio Anguita fue renovando como alcalde hasta 1986. Suele olvidarse que en los albores de la República, cuando las constituyentes de junio de 1931, las dos provincias que sumaron más votos comunistas fueron Oviedo y Córdoba, 48.694 y 43.119, y después Sevilla 32.276, Vizcaya 13.104 y Jaén con 8.518 votos totales al PCE.

Hace ya treinta años, el alcalde cordobés sucesor del califa rojo, su continuador luego desde las listas de Izquierda Unida, auspició la afrancesada Fundación Garaudy de las Tres Culturas, cediendo la Torre de la Calahorra al escritor Garaudy, otrora comunista dialogante con cristianos, converso luego al catolicismo, converso en 1982 al mahometismo y a la causa palestina (quedando segregada de hecho, como es natural, maquillajes al margen, una de las tan manidas tres culturas, si no las otras dos). Por el mismo camino, tras la Expo del 92, Marruecos recibe autorización para transformar el Pabellón Hassan II de la Cartuja en sede de otra Fundación Tres Culturas, portaaviones ideológico que se mantiene activo con dineros del Reino de Marruecos.

Hace diez años, aunque triunfó la abstención por mayoría absoluta, la casta aprobó una reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía, que refrendaba la decisión de abril de 1983 de reconocer como «Padre de la Patria andaluza» a Blas Infante, un musulmán converso el 15 de septiembre de 1924, que ante la tumba de Motamid renació Ahmad Infante.
Con lo dicho puede intuirse perfectamente el determinismo histórico que ha dispuesto el nacimiento de Posmodernia, en marzo de 2017, en Córdoba, en la Córdoba de Séneca, de Lucano, de Osio, de Abenhasán, de Averroes, de Maimónides…

Posmodernia, como su propio nombre sugiere, no parece tener voluntad de encerrarse en el pretérito ni tampoco de agotarse en asuntos locales intrascendentes. Posmodernia habla en español y desde España, lo que no es poco, y quiere servir de motor y cauce para analizar y conocer mejor nuestro presente en marcha, tratar de entenderlo y hasta barruntar lo que nos espera, cuando ya sabemos que la armonía de las culturas no pasa de ser un cuento para niños o adultos infantilizados.

Si sabe sortear los mitos que van sosteniendo el equilibrio inestable de este periodo final de entreguerras en el que nos encontramos, podrá Posmodernia cumplir su cometido crítico y constructor, aunque los neroncitos de turno quieran inducirle, como a Séneca, un suicidio aniquilador, en cuanto adviertan que es una realidad molesta.

Desde Oviedo, donde todavía conservamos las reliquias de San Eulogio de Córdoba, obispo y mártir, que Alfonso III el Magno pudo negociar con el emir cordobés de turno, salvándolas para la cristiandad, saludamos el nacimiento de Posmodernia, el año del centenario de la Revolución de Octubre.

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