Paisaje después de la “batalla” ( II )

“La verdad es que caminaba como un hámster por un camino obligado. La idea de poder escoger entre ir por la derecha o por la izquierda era una ilusión” (Niccolo Ammaniti, de su novela “Anna”)

 Cumplimentado el “segundo ciclo” del maratón electoral, el panorama resultante ha seguido la previsible línea inercial derivada del resultado de las Elecciones Generales. El PSOE revalida su victoria: holgada en las europeas y ensombrecida en municipales y autonómicas, por “pinchazos” puntuales en algunas plazas y territorios de alto contenido simbólico y valor estratégico. Pedro Sánchez, exultante en su renovado triunfo, ve allanada sobremanera la deseada formación de un gobierno monocolor. Al punto de pavonearse ensoberbecido deslizando, como quien no quiere la cosa, la posibilidad de convocar unas nuevas Generales que pudieran depararle una hipotética mayoría absoluta o, como mal menor, hacerle mejorar sustancialmente los resultados cosechados en Abril. Tal parece que el “líquido” Sánchez le ha tomado el gusto a vivir en un perpetuo proceso electoral, cuyos resultados le vienen favoreciendo de manera creciente y sin ocasionarle apenas desgaste. Por ahora le ha bastado con agitar el espantajo de la “Derecha rampante” y retirarse después a Moncloa, para reposar plácidamente en su flamante colchón hasta recibir los datos del escrutinio…

SUSTO O MUERTE                                                                                                            

Mientras Sánchez continúa su regodeo frente al espejo felicitándose por su inigualable “listeza”, José Luis Ábalos, su más “fiable” portavoz, ya dejó claro que “nada de gobierno de coalición”, poniendo coto a las pretensiones de Pablo Iglesias en ese sentido. Apuntó, eso sí, la posibilidad de incorporar al futuro gabinete a algunos personajes del entorno de Podemos, de forma testimonial y a modo de premio de consolación para la formación morada. La nueva fórmula se llama “gobierno de cooperación”, un rebuscado eufemismo exento de contenido preciso pero que todo el mundo entiende; especialmente la grey podemita que (a la fuerza ahorcan), va asimilando el papel subalterno que les tiene reservado su otrora “socio prioritario”. Clarito se lo ha dejado el antiguo comunista Ábalos, que conoce bien el paño: no están dispuestos a elegir entre “susto o muerte”; siendo “susto” el gobierno de coalición perseguido por Iglesias y “muerte” la repetición de las Elecciones Generales. Leyendo entre líneas e hilando fino, cabría maliciarse que, en contra de lo manifestado, sí han elegido, y que la repetición electoral no disgustaría en absoluto a un sanchismo muy venido arriba con los últimos resultados…

¿Pretenderá Pedro Sánchez provocar una investidura fallida que “legitime” una nueva ronda electoral? Tal vez. Por lo pronto no cesa de proclamar su derecho, diríase que “divino”, a gobernar. “España ha decidido que gobiernen los socialistas”; es decir, él. La aseveración, que cuenta con una aparente verosimilitud a tenor de la aritmética parlamentaria, no es del todo cierta. Porque “España” no ha decidido exactamente “eso”. Aunque Sánchez lo sabe de sobra, habrá que “recordarle” que obtuvo “solo” el 29% de los votos y 123 escaños de 350 posibles… Y semejante resultado no le faculta para erigirse en el oráculo habilitado para interpretar y transmitir la voluntad electoral manifestada por “España”. Cosa distinta será que, en función de los resultados electorales, los intereses y cambalaches de la partitocracia hagan prácticamente inviable otra posibilidad…

No obstante, debemos reconocerle a Sánchez una extraña “habilidad” para manejarse en este escenario y dar vuelta a la realidad, pasando la pelota de la responsabilidad al resto de actores implicados. Para ello cuenta con la infinita estupidez de sus presuntos rivales y la inestimable colaboración de una mediocracia seguidista, plenamente consciente del ámbito en que mejor encajan sus “prioridades”…

Traspasar el “dilema” de su investidura a sus adversarios (en especial a Ciudadanos), colocándolos en la disparatada disyuntiva de “o facilitan ustedes mi investidura o serán culpables de obligarme a pactar con los secesionistas y con Podemos”, raya el colmo del cinismo más refinado. Para mayor “inri”, el apoyo ha de verificarse bajo la fórmula de un “cheque en blanco”, sin contrapartidas u obligaciones de ninguna especie por parte del “ungido”. A la postre, un “gratis total” que permitiría a Sánchez articular las medidas políticas que estimase oportunas e incluso establecer con el partido de Iglesias y los separatistas cualquier pacto que tuviera por conveniente (¡?). De antiguo, una pretensión de esa índole se resumía bajo la imagen de obligar a alguien a “comulgar con ruedas de molino”…

Sánchez, henchido de autocomplacencia, medita volver del revés la situación y asestar a sus contendientes a izquierda y derecha, el que presume sea su golpe maestro, colocándolos ahora a ellos en el brete de escoger entre “susto o muerte”; siendo “susto” en este caso, para Ciudadanos y Podemos, brindarle un respaldo en su investidura, poco menos que incondicional; y “muerte”, una repetición electoral que permite presagiar un considerable descalabro para ambos. A este paso, el fatuo Sánchez terminará pasando por astuto estratega…

Ah, por cierto; sea tras una “exitosa” sesión de investidura o tras un nuevo proceso electoral, no descarten encontrar entre los nuevos “ministrables” a Valls y Carmena (y a medio plazo, a Errejón), sendos disparos de Sánchez a las líneas de flotación de Ciudadanos y Unidas Podemos respectivamente…

ENTRE EL PÁNICO Y EL ETERNO RETORNO

Caras alternativamente mustias o desencajadas, gestos nerviosos y muecas compulsivas. El llanto desconsolado que recorrió las filas del Partido Popular tras conocerse los resultados de las Elecciones Generales, resultaría enternecedor y hasta podría mover a cierta comprensiva conmiseración, de no ser porque tras el mismo, lo único que subyacía realmente era la miserable e hipócrita autocompasión de quienes sintieron haber perdido una situación de más que inmerecido privilegio. Tras años de gobierno, disfrutando incluso de mayorías absolutas, sin otro legado reseñable que su inestimable contribución para dejar a España al borde de la desaparición y al pueblo español sumido en un abismo social de imprevisibles consecuencias, los pucheros de los populares resultan, cuando menos, indignantes.

Un partido corrompido hasta la médula, convertido en agencia de colocación para incapaces, ayuno de principios y valores, servil hasta la nausea con los poderosos y exponente de las más sofisticadas versiones del cainismo ibérico, carece de la mínima justificación para (metafóricamente) comparecer lloriqueando al grito de “¡no me han votado!… ¡que no me han votado!”; menos aún para preguntarse cínicamente “¿qué habré hecho yo para merecer esto?”.

Ya en estas mismas páginas hace algún tiempo, caracterizamos al PP como “Partido Podrido”. Y ello, porque confluyen en su seno razones objetivas que avalan esta apreciación. Además de la corrupción galopante, que ya de por sí resultaría motivo sobrado para aplicarle el epíteto, la perenne discrepancia entre los principios esgrimidos antes de cada elección y el fraude de los mismos una vez culminado el proceso, también le hacen acreedor al sambenito. Súmese a esto la indisimulada predisposición de sus cuadros a perpetrar la disociación entre “lo que se dice” y “lo que se hace”, y obtendremos el retrato robot de una estructura con evidentes síntomas de putrefacción. Aún pudiera añadirse la “fe de carboneros” que, inspirada en un autoengaño deliberado, aflige a una buena parte de sus resignados votantes, conversos al credo de un “hooliganismo” ramplón y sectario, fanatizado por el influjo indecente de unos medios afines, capaces de justificar lo injustificable…

Tras la “deserción” del inefable Rajoy, los populares situaron como mascarón de proa del partido al “orgánico” Pablo Casado, típico producto de la “factoría” pepera, que tras un agrio proceso de primarias plagado de incidentes barriobajeros, logró imponerse a la deletérea Sáenz de Santamaría, de funesto recuerdo para todos los españoles tras su infame participación en la crisis de Cataluña…

Presentado por sus acólitos poco menos que como “la gran esperanza blanca” de los conservadores, el hombre que iba a regenerar al partido y le devolvería sus señas de identidad perdidas (¿!), su singladura al frente del PP no ha podido empezar peor, cosechando los resultados electorales más penosos de que se tiene memoria en las filas populares. Una colección ininterrumpida de “volantazos” a su izquierda y a su derecha, para intentar taponar las vías de agua abiertas en el casco del partido por las acometidas de Ciudadanos y Vox, representan el paradigma de su modelo “estratégico”. Proclamación de una cosa y su contraria en continua sucesión, según el viento soplara por babor o lo hiciera por estribor, en ejercicio por otra parte nada extraño para cualquier dirigente popular que se precie…

La prometida “regeneración” y vuelta a las “esencias” se limitó principalmente a una “derechización” aparente del discurso, intentando fagocitar a Vox en las Generales y con ello frenar la fuga de votos por su margen diestra. La consabida apelación al “voto útil” y a un “miedo” convertido en pánico a medida que se acercaba el día de la votación, no bastaron para poner coto a la debacle. El edificio amenazaba desmoronarse ante la forzada “sonrisa profidén” de Casado, paulatinamente transmutada en rictus, y la atonía “ojiplática” de Maroto, el jefe de campaña que ni tan siquiera logró revalidar su escaño por Álava…

La sombra del bigote de Aznar, que pretendió salir en su rescate, también planeó a lo largo de toda la campaña sobre la figura de Casado, empequeñeciéndola a ojos del electorado sin aportarle ningún beneficio. Aunque él piense lo contrario, Aznar es a estas alturas un cadáver político merecida y completamente amortizado…

Las intervenciones de Casado en los debates televisados tampoco contribuyeron a alzar el vuelo del PP. Más bien lo contrario. Tanto él como Sánchez anduvieron francamente desafortunados. El caso de Casado revistió mayor gravedad, dado que en esos instantes le tocaba “remontar el partido”, mientras que Sánchez únicamente debía “administrar su renta” favorable. Por otra parte, Casado contaba con una posición más cómoda y proclive al “lucimiento”: atacar a un adversario a todas luces “atacable”. Pero falló estrepitosamente.

En su estimación de daños tras el desastre en las Generales, Pablo Casado culpó especialmente a Vox, y de soslayo a Ciudadanos, por el enteco escrutinio atesorado por su grupo. Siempre fue bueno tener a mano algún chivo expiatorio… También se refirió a la corrupción, instalada entre tantos de sus correligionarios, como causa del creciente desafecto que suscitan sus siglas. Y por supuesto, subrayó su voluntad de perseverar al frente de las mismas “pase lo que pase”. Ejemplar “autocrítica” y “meritoria” asunción de responsabilidades… Nada nuevo bajo el sol “popular”

Acabado el primer ciclo del periplo electoral y a la vista de los magros resultados cosechados, asistimos al penúltimo volantazo de Casado para afrontar el segundo round: pretendió “recuperar el centro” (¿!). Otra pirueta del tipo que venía a recobrar los “valores” del PP. Llegados a este punto, tendremos que poner en duda que hasta el propio Casado tenga alguna idea acerca de a qué valores se refería…

Para encarar europeas, autonómicas y locales, tocó encomendarse a esparcir el miedo a Sánchez, y a la desesperada búsqueda del voto útil, intentando “vender” convincentemente la especie de que el sufragio “dividido” favorecía a la izquierda. Es la consecuencia ineludible derivada del problema mental de creer tener patrimonializado “ad eternum” el voto de eso que llaman “derecha sociológica”, que en esta oportunidad salió “rana”. Pero no importa; sus medios de cabecera ya están orquestando con sobrada antelación, la siembra del pánico entre los parroquianos para inducir “el eterno retorno” del voto fugitivo. Es posible que todavía les funcione por un tiempo el subterfugio y consigan “salvar la cara”, alargando durante unas fechas la mamandurria. De hecho, se han asegurado, por ahora, la vara de mando en una serie de ayuntamientos de primer rango, empezando por el emblemático de Madrid, de la mano del caricaturizable Martínez-Almeida, otro “productito” de la “fábrica”… Pero más pronto que tarde podría ocurrir que al introducir la mano en la chistera, en lugar del habitual conejo encontraran… el vacío. Por una saludable cuestión de higiene así debiera suceder, aunque el contumaz e histórico cerrilismo de la derecha a la hora de votar parece empeñado en evitarlo…

De momento el panorama amenaza tormenta en otro flanco, concretamente en el de las relaciones con las fuerzas políticas que hoy son “aliados” de los populares frente a la izquierda liderada por Sánchez. En particular, el foco del conflicto se localiza en la relación con Vox. Tanto el PP como Ciudadanos (especialmente), han pretendido reducir al partido de Abascal a la condición de convidado de piedra, una especie de obligada comparsa, provisional y molesta. El trato que “azulones” y “naranjas” han dispensado a los “verdes”, semeja al que un patrón desconsiderado y prepotente observaría respecto a su servicio doméstico. Y como tantas veces ocurre en situaciones parecidas, la “criada” ha salido respondona, harta de ninguneos, desprecios y mentiras… Cuál pueda llegar a ser el alcance del órdago de Vox se verá en breve. Hasta ahora han sido varias las veces que los voxistas han amagado con “tirar por la calle de en medio”, desistiendo al poco de su intención. ¿Indecisión, complejo o responsabilidad?. La política de gestos ha de ser medida y administrada con sobriedad y sentido de la oportunidad, pues su abuso sin consecuencias prácticas resta inevitablemente credibilidad a quien la acomete…

EL QUE SIEMPRE GANA

Por definición, el político “profesional” siempre “gana”. Hasta cuando pierde, gana. Es una habilidad funambulística que exige práctica, dedicación y dureza facial, a partes iguales. La destreza desplegada por el “ganador” al anunciar eufóricamente sus triunfos, es siempre inversamente proporcional a la sinceridad que demuestra al evaluar la naturaleza real de sus logros. Entre la fauna política que padecemos en España, hemos contado (y contamos en la actualidad), con verdaderos virtuosos en esta disciplina. Uno de los más notables es Albert Rivera, consumado especialista en el arte de hacer creer al prójimo lo que nunca sucedió.

Hasta el presente, cada comparecencia pública de Rivera tras unos comicios se ha saldado con una proclamación de victoria. Con inigualables desparpajo y presencia de ánimo, el líder naranja se calza la corona de laurel en cada ocasión. Que el suyo ha resultado el tercer partido en número de votos: ha ganado. Que no ha logrado “sorpasar” al PP, como era su objetivo: ha ganado, y además se adjudica el título de líder de la Oposición. Que no ha conseguido hacer bueno el pronóstico de las encuestas, que le daban el primer lugar poco antes de la convocatoria de elecciones: ¡Quia! ¿Qué son las encuestas? ¡Menudencias! De todas formas, ha ganado.

El problema para Rivera es que el día que de verdad gane, nadie lo va a tomar en serio. Porque la única vez que su partido ganó unas elecciones, él no era candidato y el triunfo no sirvió para nada… Fue en “su” Cataluña y la “cabeza de cartel” fue Inés Arrimadas. Mientras el indeseable Torra continúa aposentado en Pedralbes, seguimos aguardando para comprobar qué piensa hacer Rivera con “su” inapelable victoria. Porque eso sí se encargó de dejárnoslo claro: como de costumbre, había ganado…

“¡Vamos Ciudadanos! ¡Vamos Ciudadanos!” tarareaba en campaña Albert Rivera, con ese toniquete y ese “gracejo” suyos tan característicos, en versión “blandiblú” del bramido guerrero con que Rafa Nadal acompaña sus gestas deportivas. El problema estriba en descifrar hacia dónde se supone que “va” Ciudadanos, con esa trayectoria zigzagueante que los convierte en “sospechosos habituales” de “veletismo” ideológico. Su hasta el momento, última “innovación” en este terreno, mostrando una vez más una asombrosa capacidad para la elaboración teórica, consistió en declararse… ¡liberales!. Al final tenía razón el taxista que le espetaba en Atocha: “¡Moderno! ¡Que eres un moderno!”…

Sea por sus “servidumbres francesas”, sea porque en Ciudadanos la orientación doctrinal del momento se decide por el científico y socorrido método del “pito, pito, golgorito…”, lo cierto es que en este último volatín hacen suya la mercancía averiada del liberalismo, con entusiasmo equiparable a quien tras deambular perdido en la selva amazónica, acaba por toparse de bruces con El Dorado. Impacientes esperan legiones de académicos y las universidades del orbe todo, a que Rivera les anuncie su insólito y portentoso descubrimiento de… la pólvora; al tiempo que sesudos analistas se afanan por dilucidar si su última lectura sobre filosofía política fue “Bambi” o “Las aventuras de Mortadelo y Filemón”. Archiconocidos son el dominio y el conocimiento enciclopédico que Rivera atesora acerca de esta disciplina, que le llevó a protagonizar aquella anécdota impagable durante un debate en la Universidad Carlos III, cuando un ingenuo estudiante le preguntó por la “Crítica de la razón pura”, y Rivera brillantemente le respondió: “¿Mande?”. Completando el despropósito, justo antes, Pablo Iglesias, “dizque” doctor en Ciencias Políticas, había equivocado el título de la obra de Kant, evidenciando que “también” había sido objeto de concienzudo estudio por su parte… Relacionando este episodio con el famoso “caso” Sánchez y otros similares, habrá que considerar con honda preocupación, por una parte, cuán “baratos” son los doctorados en este país; y por otro lado, el nivel de indigencia ideológica que aqueja al Cártel político español…

No obstante, estamos completamente persuadidos de que esas “bobadas” no supondrán inquietud de ninguna clase para Rivera. El cataviento naranja continuará practicando el “cipayismo ilustrado” sin rubor alguno, y en caso de duda, ya le dirán “lo que debe hacerse”…

En lo que sí deben esmerarse sus “mentores” es en pulir sus incontrolados impulsos de estratega fallido. Porque igual que cuando en un juicio el abogado al preguntar a la contraparte, debe tener cierta seguridad de que la respuesta va a resultar adecuada a los intereses que representa, cuando un político se empeña en exigir a todas horas la convocatoria de elecciones, ha de ser para que su resultado le favorezca, no para que beneficie a sus adversarios. Lección número 1, del primer curso de “Aspirante a Jefe de la Oposición con pretensiones de Presidente”…

UN SUBMARINO FRANCÉS Y UN GALLINERO REVUELTO

Las cuitas en que actualmente se debate Albert Rivera tienen su origen en la ambigüedad: la suya y la de su partido. Demasiados bandazos, demasiado marketing, demasiado “cálculo”, demasiada demoscopia… y poco contenido. Tanta “tecnificación” de la política para errar precisamente en la parcela estratégica una vez tras otra. Sus apuestas en ese terreno se cuentan por fracasos. Claro que alguno dirá que pese a tal sucesión de errores ha convertido a su partido en la tercera fuerza política de España. Pero las cosas en política, menos aún dentro del Sistema pervertido que padecemos, no se miden utilizando esos parámetros.

Rivera es una ejemplificación del político del Sistema: escogido por el Sistema, encumbrado por el Sistema, protegido y financiado por el Sistema. Y por supuesto, obediente adalid del Sistema. Tanto valdrá “para un barrido como para un fregado”: hará lo que tenga que hacer, lo que convenga al Sistema en cada momento y en cada escenario.

Por muchas de las razones apuntadas, a Albert Rivera le “colocaron” en su partido a un político francés fracasado, desprestigiado y desahuciado de la vida pública por sus compatriotas. Se trata de Manuel Valls. Tras una larga militancia en el Partido Socialista y pasar por todos los escalafones de la política francesa, alcanzó su cénit llegando a ser Primer Ministro durante la presidencia de Hollande. Su desafortunado desempeño del cargo le llevó a dimitir en diciembre de 2.016. Posteriormente se postuló como candidato a la Presidencia de la República en las primarias de su partido, siendo derrotado por Benoît Hamon, al que se negó a apoyar en la carrera presidencial, provocando la denuncia de la HAPC (Alta Autoridad para las Primarias) por “incumplimiento de la palabra dada” y violar “gravemente el principio de lealtad”. En junio de 2.017 abandonó el PS para intentar buscar acomodo en el recién creado partido de Macron, otro rebotado del PS al que Valls había nombrado ministro durante su mandato. Además del “transfuguismo” parece que les unen otros lazos “fraternos”… Macron, lejos de mostrar interés en tenerlo cerca, le indicó el camino de la frontera con España y se lo encajó a su “pupilo” Rivera. Dado que las presuntas “habilidades profesionales” de Valls se circunscriben al ámbito político, hubo de buscarse un destino adecuado para tan “ilustre” huésped. Así se fraguó su candidatura a la Alcaldía de la que, por esas casualidades de la vida (en contra de las versiones interesadamente edulcoradas que el propio Valls difunde), fue su Barcelona natal. Y así tuvo que tragarse el sapo del submarino francés el servicial Albert Rivera.

La primera observación que acude a nuestra mente es preguntarnos cómo es posible que el líder de un partido español, con pretensiones de convertirse en alternativa de Gobierno, admita una imposición de esta especie. ¿Se imaginan ustedes al dirigente de un partido francés aceptando resignadamente un mangoneo similar, transigiendo, por ejemplo, con Felipe González o Aznar como candidatos de su grupo a la Alcaldía de París? ¿No, verdad? Pues eso exactamente es lo que ha consentido Rivera. ¡Como para confiar en este personaje para que el día de mañana defienda la Soberanía y la Independencia de nuestra Nación!

En cualquier caso, en el pecado ha llevado la penitencia, y el submarino francés se ha revuelto en su contra con asiduidad desde su desembarco.

Al hablar de los permanentes desatinos estratégicos de Rivera, uno de los que podemos reseñar como capitales es el que titularíamos, parafraseando a Ortega, “el error Valls”. Sí, Valls es un error en toda la línea y por múltiples razones. El error no es de Valls, que a fin de cuentas no era más que un fiambre político en su país, y aquí ha encontrado cobijo, un sueldo para seguir viviendo del erario público como acostumbra, y ¡hasta una novia! Tampoco es imputable a Macron, que se ha quitado de encima un engorro que nada podía aportarle a estas alturas y, visto el sui generis concepto de lealtad de Valls, pensará sin duda, que a algunos individuos conviene tenerlos mientras más lejos, mejor… El error hay que adjudicárselo por entero a Rivera, que presentó a bombo y platillo a un tipo completamente amortizado e inútil, al habían largado a gorrazos de su país. Toda una exhibición de “cosmopaletismo” y mentalidad lacayuna.

Recordando el célebre “¡A cubierto, que vienen los nuestros!”, Rivera ha tenido que resguardarse continuamente del presunto “fuego amigo” que le llegaba desde la Ciudad Condal. Rivera, un diletante, ha tenido que aguantar las continuas reconvenciones, regañinas e intromisiones en la estrategia de su partido, por parte de un sujeto al que había recogido en el arroyo de la política, y que en ocasiones, daba la sensación de haber llegado en lugar de para sumar, con la preconcebida misión de reventarle el proyecto. Terreno abonado encontró el submarino francés para su siembra de cizaña, en un partido donde el hallazgo de cualquier solidez y criterio ideológico firme es pura ilusión óptica. El papel de “enfant terrible” y “verso suelto” interpretado por Valls, poniendo en solfa cualquier movimiento o decisión de los órganos del partido, solo puede ser calificado (tratándose de quien se trata), como un insulto a la inteligencia. Incluso a la de Rivera.

Valls, con su “querencia” al PSOE y, sobre todo, con su animadversión hacia Vox, ha colocado al pusilánime Rivera en un brete equilibrista que no ha sido capaz de saldar con un mínimo decoro. La apelación a “cordones sanitarios” de importación y otras ocurrencias del mismo pelaje, han hecho estragos sobre el ánimo del acomplejado Rivera y sus adláteres. El episodio de la foto de Colón resume fielmente hasta que punto es posible incurrir en el ridículo, cuando se intenta disfrazar la verdad para contentar al autoerigido inquisidor de los actos de su titubeante “anfitrión”. Si Ciudadanos aspiraba a gobernar en Andalucía con el PP, desalojando del poder a Susana Díaz, tras 40 años de mandarinato socialista, había que contar necesariamente con los votos de Vox. Y una vez que se decide contar con ellos, es demencial querer hacer ver que no ha sido así…

Después de aquello, todo ha sido una trapisonda ridícula, con negaciones de lo evidente y disimulos extravagantes. Porque equivocada o no, esa era la línea estratégica decidida, y lo honesto era asumirla y llevarla adelante dignamente, ya que se supone que la valoración del qué dirán y de las consecuencias, se había efectuado con antelación. La hipocresía no es buena acompañante para quienes se proclamaban representantes de una supuesta “nueva política”…

La gota que ha terminado por colmar el vaso con Valls ha sido su apoyo “gratuito” a Colau para el acceso a la Alcaldía de Barcelona, contraviniendo la postura de Ciudadanos y sin comunicarlo a sus dirigentes, a los que ha dejado literalmente “con las vergüenzas al aire”…

Con todo, lo más grave para la formación naranja es que la crisis con Valls, ese cuestionamiento pertinaz de la estrategia fijada por la “cúpula”, ha provocado un efecto mimético entre sus “notables”, se ha extrapolado al partido y ha terminado por desencadenar un descontento, cristalizado en abierto enfrentamiento, a cuenta de la postura a adoptar con la próxima investidura de Pedro Sánchez como Presidente de Gobierno.

El gallinero está revuelto, en una organización que hasta el momento, se desenvolvía con dejes “bonapartistas” y aparente “unanimidad”. El “cajón de sastre” de Ciudadanos donde se dan cita arribistas de toda laya, rebotados y marginados de otros grupos, desubicados con pretensiones, opinadores oportunistas y aventureros políticos “profesionales”, amenaza implosionar a causa de una polémica inducida extramuros de sus filas (mucho más que como resultado de un inexistente debate interno), que ha prendido con fuerza espoleada por el efecto multiplicador del “error Valls”.

SIGUIENTE+++++

Top