«Naide»

“Primero yo, después “naide”, y después de “naide”, Fuentes” (Rafael Guerra “Guerrita”)

“El Guerra” fue un torero de leyenda y todo un personaje, fuente inagotable de dichos y hechos, que han quedado incorporados al imaginario colectivo y al acervo de la sabiduría popular. Su recio carácter y su arrogante personalidad, aderezados con una notable inteligencia natural y una brillante capacidad de repentización, le habilitaban para evacuar respuestas fulminantes y certeras ante cualquier cuestión que le fuera planteada. Con una de sus célebres “sentencias” (la que encabeza estas líneas), se despachó el diestro cordobés al serle requerida su opinión acerca del hipotético “pódium” taurino de su época, subrayando con rotunda simplicidad, que “naide” reunía condiciones para discutirle su primacía en los ruedos. Ni tan siquiera para aspirar a hacerle sombra.

“CUTREPROGRESISMO” Y CAOS

La cita “guerrista” y la breve digresión que la acompaña, nos proporcionan una oportuna excusa para establecer cierto paralelismo con el presente momento político español. En concreto, con la actitud, el planteamiento y el “esquema mental” de Pedro Sánchez, a propósito de su fallida Investidura como Presidente del Gobierno. No obstante, entre “El Guerra” y Sánchez existen incontables e insalvables diferencias que, en aras de la brevedad y circunscritas al tema que nos ocupa, sintetizaremos en un par de ellas. La primera, radicaría en que lo que para el insigne matador fue legítimo orgullo, ganado con sangre y pundonor sobre el albero, por quien se supo reconocido y venerado “maestro” en su profesión, en el político es simplemente, fatua e injustificada soberbia, fraguada desde la trapisonda rastrera y un ramplón oportunismo. La segunda, por ser imaginativos y poner una nota de humor, podríamos cifrarla en que si el autor de la frase que da pie a este artículo hubiera sido Sánchez, su formulación quedaría como sigue: “primero yo, después “naide”, y después de “naide”, …“naide”.

El “yoismo” de Sánchez, el alto e infundado concepto que parece tener de sí mismo, exteriorizado en un permanente y gratuito ejercicio narcisista, amenaza con perpetuarse y seguir martirizándonos. En la cabeza de Sánchez no hay sitio para cosa distinta de Sánchez. “Yo o el caos”, parece ser su lema autoimpuesto e interiorizado. Paradójicamente, ya lo había empleado contra Rajoy durante la Moción de Censura. Ahora lo hace suyo, desde el “blasfemo” convencimiento de que no hay más “dios” que Sánchez y el propio Sánchez es su iluminado “profeta”… Nos hace evocar una portada del satírico “Hermano Lobo” (¡de 1.975!), en la que un orador encaramado en la tribuna, se dirige a la multitud planteándole la vieja disyuntiva gaullista, al grito de “¡o nosotros o el caos!”. Al unísono la muchedumbre reclama vociferante: “¡¡el caos, el caos!!”. Sin inmutarse, el demagogo repone y remata: “es igual, también somos nosotros”…

Sánchez nos sermonea con su característica garrulería “cutreprogre”, secundado por el coro de catequistas gubernamentales que conforman su extravagante núcleo duro. Repiten “ad nauseam” las tópicas y desmañadas letanías de un “argumentario” compuesto por una pintoresca colección de dogmas y lugares comunes; un inverosímil postureo de “izquierdismo” fetichista, banal, hipócrita y sectario, cuya finalidad es trocar la realidad en un continuo y permanente simulacro.

EL IMPOSTOR

Rosa Díez desveló hace unos días, que Pedro Sánchez fue “bautizado” por sectores del PSOE, como “el impostor”. El alias nos parece extremadamente atinado. Políticamente, todo en Sánchez sugiere impostura. La burda escenificación del “gatillazo” en la Investidura nos remite al perfil de alguien que ha hecho de la simulación un “modus vivendi”.

La trayectoria de Sánchez, desde las elecciones hasta ahora, ha venido signada por una catarata de patrañas y apariencias fingidas. Como en las películas de cine negro, la consigna elegida ha sido “que parezca un accidente”. El resto de fuerzas políticas de ámbito nacional, estaban obligadas a cumplimentar el derecho “divino” de Sánchez a ser investido. Si no lo hacían así, la culpa sería suya; por supuesto, nunca de Sánchez…

A unos, por “patriotismo” y por responsabilidad “constitucionalista”, para evitar que el candidato se viera “forzado” a pactar con separatistas y comunistas, se les exigía una abstención “activa” o un voto favorable. Y todo ello sin condiciones de ningún tipo, sin compromisos ni acuerdos de legislatura. Sencillamente, “porque yo lo valgo”. Esta ha sido la estratagema seguida por Sánchez con PP (tibiamente), y (de forma especial), con Ciudadanos.

A los otros, por solidaridad “de izquierdas”, por esa querencia frentepopulista que el ucrónico retroprogresismo patrio, (del que adolecen acusadamente tanto PSOE como Podemos e IU), parece incapaz de abandonar, se les imponía cerrar filas con quien había ganado la carrera electoral invocando el infalible mantra “¡que viene la derecha!”. Se les lisonjeó con la especie del “socio prioritario”, hasta que descubrieron con crudeza, que la única “prioridad” realmente existente para Sánchez es… Sánchez. Presa de una alarmante lentitud de reflejos, Iglesias acabó dándose cuenta de la jugada justo antes de que aullara la bocina decretando el final del partido: “pedimos el cuarto de invitados y nos dan la caseta del perro”.

Mientras tanto, Sánchez continúa representando su farsa, haciendo ver que se afana por lograr los apoyos necesarios para afrontar una investidura victoriosa, al tiempo que sottovoce amenaza con una nueva convocatoria electoral, su primitivo, oscuro y disimulado objetivo desde que emprendió esta esperpéntica carrera a ninguna parte… A día de hoy, puede afirmarse sin reparo, que si Sánchez resultara investido, lo sería por una imprevista carambola… y contra su voluntad. Ha hecho cuanto ha podido para hacer fracasar cualquier posibilidad de que cuajara esa opción. Lo único que podría hacerle cambiar de opinión de aquí a septiembre, es que se produzca una variación en el signo de las encuestas. De lo contrario, tendremos nuevas Elecciones Generales, con Sánchez como inexplicable favorito. Habrá logrado “engañar a todos durante todo el tiempo”…

Particularmente llamativa ha resultado la ceguera de la derecha mediática, como siempre en la inopia, que ha hecho seguidismo de la añagaza sanchista con empeño digno de mejor causa. El error de base tiene su origen en la identificación del “problema”, que ellos focalizan exclusivamente en Unidas Podemos y la pandilla neofeudalista. Pero en su habitual confusión entre deseo y realidad, obvian que Sánchez no representa precisamente la solución del problema, sino una parte sustancial y determinante del mismo… Con supina torpeza, inducida por el miedo y el compulsivo deseo de “comprar” tranquilidad a cualquier precio, buena parte de esa derecha se empecina en sostener la demencial tesis de “regalar” la investidura a Sánchez, presuponiendo que ese “gesto” permitirá a posteriori condicionar su hoja de ruta. Olvidan un par de “detalles”. Por un lado, que el sentido de Estado de Sánchez es –recordando a Malaparte-, “como el honor de las putas”. Es decir, inexistente. Por eso, la enfermiza obsesión de forzar a Ciudadanos a respaldar la Investidura de Sánchez, equivale a pedir a Rivera un acto de fe semejante a introducir la cabeza entre las fauces de un león hambriento, confiando en que, ante semejante tesitura, el animal decida no cerrar las mandíbulas y saciar su apetito… Rivera, que no pasará a la historia como virtuoso estratega político, ha deducido, no obstante, que un paso de esa naturaleza equivaldría a su suicidio político y acabaría con su grupo siendo fagocitado a derecha e izquierda. Y lo que es peor: sin resultado práctico que justifique la “inmolación”. Si Iglesias se queja de que el PSOE le ha ofrecido “la caseta del perro”, Rivera podría argüir, dando continuidad a la metáfora, que a ellos no les han ofrecido ni tan siquiera, el collar del can (que para el caso, traduciríamos por un mínimo compromiso de hacer respetar la legalidad elemental en Cataluña…). La segunda cuestión, que el inepto “dominguerismo” derechoide se obceca en ignorar, es que Sánchez no tiene ningún interés en ser investido en las circunstancias actuales. Entérense de una vez: ¡Sánchez quiere otras elecciones! La estupidez de la derecha española hace mucho que dejó de tener límite y la postura adoptada por buena parte de ella respecto a este asunto, no ha sido una excepción. Es lo que tiene ese “patriotismo” de calculadora y gin-tonic…

Tampoco ha andado precisamente lúcido Pablo Iglesias, perdido entre sus “mareas” y sus ensoñaciones hegemonistas. Persuadido finalmente, de que su objetivo de alcanzar el poder en solitario se ha tornado inviable, su renovada estrategia ha consistido en intentarlo de la mano de su “amigo” Pedro, al que a medio plazo, pretendía madrugarle los frutos obtenidos por un quimérico gobierno conjunto. Con arreglo al fantasioso itinerario imaginado por Iglesias, el dúo “Picapiedra”, Pedro y Pablo, cabalgaría unido sobre las masas “progresistas”, hasta que Pablo, “el más listo de la clase”, decidiera llegado el momento de desplazar a su ingenuo “compañero de viaje”. Un entramado que resulta demasiado “familiar” y permite atisbar un obsesivo empacho de mimetismo “historicista”, un déjà vu excesivamente estereotipado y evidente. Ya saben, “la historia se repite dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Lo que no logra captar Iglesias es que le ha tocado participar en la secuela, no como protagonista principal, sino como mero actor de reparto. De tal suerte, que el vaporoso sueño húmedo de “asaltar los cielos” amenaza con frustrarse definitivamente, para acabar arrastrándolo, a través de “dialécticos” vericuetos, al tránsito inexorable que precipitaría su destino hacia “el basurero de la historia”.

Entre toda esa retahíla heredada de axiomas “incontrovertibles”, con lo que no contaba Iglesias era con el “factor Sánchez”. El objetivo primordial y único de Sánchez, el leitmotiv monotemático y excluyente que preside e inspira todas sus acciones y todos sus movimientos, empieza y termina en una voluntad granítica de salvaguardar a toda costa, su propia supervivencia política. No hay más. Y es esto precisamente, lo que lo hace indescifrable para sus adversarios y afines, empeñados en descubrir motivaciones ocultas y planes maquiavélicos donde exclusivamente subyace un burdo tacticismo para encubrir su terca resistencia a abandonar la poltrona. Sus rivales, que tampoco andan sobrados de perspicacia y capacidades analíticas, se muestran descolocados al interpretar como sinuosas maniobras lo que únicamente es una muestra clamorosa de estulticia. Hasta el momento, han sido incapaces de percibir la realidad que se esconde tras los clichés prefabricados y difundidos desde el propio sanchismo, que han hecho suyos acríticamente y sin rechistar. Incluso el propio Felipe VI (al que tampoco tuvo Dios de su mano a la hora del reparto de “talentos”), ha entrado al trapo…

La insoportable levedad de Sánchez, su sonrojante mediocridad y su indigencia ideológica, son los ingredientes que, condimentados con la radical insolvencia y la rutinaria insignificancia de sus oponentes, configuran un paradigmático epítome de lo que Sánchez Dragó ha bautizado como “progredumbre”.

Regresando al principio de la presente reflexión, visto el desolador panorama a derecha e izquierda, podemos afirmar que si lo que realmente piensa Sánchez, puede resumirse en la paráfrasis “primero yo, después “naide”, y después de “naide”, “naide”, habrá que empezar a buscar sin dilación, antes de que sea demasiado tarde, al tal… Naide.

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