La Revolución de Octubre en el Segundo período de desordenes

A partir de 1914 Rusia se sumergió en el «Segundo período de desórdenes». Y si nos referimos a un «Segundo período» es porque hubo un «Primer período», el conocido «Período de los Disturbios» o «Tiempo de las Tribulaciones», que transcurrió entre 1598 y 1613 y que concluyó con la llegada de los Romanov a la monarquía. Según estima el necrometrista Matthew White en El libro negro de la humanidad, durante esos años hubo 5 millones de muertos (White, 2012: 298).

Como el Primero, el Segundo período de desórdenes fue un período que estuvo involucrado (aunque sin identificarse) con la violencia y estado de excepción que atravesó buena parte de Europa y el mundo durante lo que Winston Churchill llamó «Segunda guerra de los treinta años», es decir, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa (la de Febrero y la de Octubre), la guerra civil rusa, el período de entre guerras (durante el cual se dio, entre otras guerras, la Guerra Civil española) y la Segunda Guerra Mundial, cuyo resultado generó una etapa conocida como «Guerra Fría», una guerra de cuarenta y cinco años.

Pues bien, este Segundo período de desórdenes fue lo que hizo posible la Revolución de Octubre, pues -como muy bien sabía Lenin- ésta no era posible sin una crisis de toda la nación. La incapacidad de crear una burguesía dinámica y emprendedora, esto es, de una clase media tal y como se formó en Occidente, hizo que, a la larga, se desencadenase el Segundo período de desórdenes en Rusia, a lo que había que sumar la compleja situación en la dialéctica de Estados.

Este Segundo período de desórdenes fue asombrosamente pronosticado por Joseph de Maistre en 1811 cuando anunció lo terrorífica que sería una revolución popular de tipo europeo en Rusia por un «Pugachov de la Universidad», el cual vino a ser Lenin: «no hay palabras para expresar lo que podría temerse» (citado por Losurdo, 2008: 111). También Marx el 17 de enero de 1859 en el New York Daily Tribune pronosticó que si la nobleza rusa continuaba oponiéndose a la emancipación de los campesinos entonces explotaría una gran revolución de la cual aparecería un «régimen de terror de los siervos de la gleba semi-asiáticos, sin precedentes en la historia» (citado por Losurdo, 2008: 111). Este terror, como reconocía de modo autocrítico el príncipe G. E. L’Vov, llegaría a ser un ajuste de cuentas y «la venganza de los siervos de la gleba» por no haber tratado durante siglos «a los campesinos como personas, en vez de perros» (citado por Losurdo, 2008: 116).

En 1905, después de la revolución fallida o ensayo general, el primer ministro del Zar, Serge Witte, recalcó lo insostenible de la situación en Rusia: «No puede bloquearse el progreso de la humanidad en marcha. Si no es gracias a la reforma, la idea de libertad humana triunfará mediante la revolución. Pero en éste último caso nacerá de las cenizas de mil años de desastres. El bunt ruso, ciego y despiadado, barrerá con todo a su paso, reducirá todo a cenizas […]. Los horrores del bunt ruso superarán todo aquello que la historia ha conocido» (citado por Losurdo, 2008: 112). Y en febrero de 1914 Piotr Durvono, el último ministro del Interior del Imperio zarista, pronosticó asombrosamente el desastre conjuntivo, basal y cortical que supondría una guerra contra Alemania: «El problema dará comienzo cuando se eche la culpa de todos los desastres al Gobierno. En las instituciones legislativas se iniciaría una encarnizada batalla contra éste, seguida por agitaciones revolucionarias por todo el país con lemas socialistas capaces de levantar el ánimo y de reunir a las masas, comenzado con la división de la tierra y seguidos por una división de todos los bienes y propiedades. El Ejército derrotado, al haber perdido a sus hombres más valiosos, y arrastrado por la marea del primitivo deseo campesino de la posesión de la tierra, se encontrará muy desmoralizado para servir de baluarte para la ley y el orden. Las instituciones legislativas y los partidos de la oposición intelectual, al carecer de una autoridad real a los ojos del pueblo, serán impotentes para contener la manera popular, fomentada por ellos mismos, y Rusia se verá arrojada a la anarquía desesperada, cuyo resultado no se puede prever» (citado por Figes, 2000: 296). Y también decía: «La revolución bajo su forma más extrema y una anarquía irreversible serán los únicos resultados previsibles de un desgraciado conflicto con el Káiser» (citado por Losurdo, 2008: 112). Los resultados, como ya sabemos, fueron la Revolución de Febrero, la Revolución de Octubre, la guerra civil y la construcción de la URSS que vino a preservar la unidad del Imperio Ruso con otra identidad, lo que supuso la transformación de un Imperio depredador en un Imperio generador.

Cuando los bolcheviques tomaron el poder se encontraron un país en guerra con tres Imperios (el alemán, el austro-húngaro y el otomano), con una agricultura de pequeños agricultores, una industria atrasada, es decir, se encontraron con un país que sufría «un estado de desbarajuste extremo». «Un país de pequeños agricultores, hambriento y agotado por la guerra, que acaba de empezar a curar sus heridas, contra una productividad de trabajo superior en cuanto a la técnica y la organización, de aquí la situación objetiva en enero de 1918» (Lenin, 1976j: 14).

En 1920 le escribía Konstantin Leontiev a Vasilli Rozanov: «No se puede construir nada con material humano sin que haya crueldades crónicas. Una unión entre el socialismo y la autocracia rusa es quizás posible, pero entonces muchos se horrorizarían… Si no, esto será o confusión o anarquía» (citado por Grachov, 2005: 172). Como se ha dicho recientemente, «Los reinados del terror no son un accidente; son inherentes al alcance de la revolución» (Kissinger, 2016: 52).

img_4416Pues bien, el régimen de Terror que supuso la construcción de la URSS fue la dictadura del proletariado contra los reaccionarios de la revolución; revolución que fue el mejor antídoto para una Rusia que vivía en un permanente estado de excepción por el asedio del imperialismo depredador (aunque no empezase con buen pie en el poder diplomático al llevar a cabo la firma de la «vergonzosa» e «indecente» paz de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, que quedaría abolido tras la derrota de Alemania en noviembre, lo que no fue suficiente para recuperar lo que en Brest-Litovsk se perdió y sólo, tras la guerra civil, Ucrania se recuperó).

Las condiciones eran tan adversas tanto en la dialéctica de clases como en la dialéctica de Estados que la dictadura del proletariado se fue pareciendo cada vez más a una dictadura militar. De hecho, en mayo de 1920 el 50% de los afiliados al partido bolchevique servían en el Ejército Rojo, lo cual impregnó al Partido de los valores de la vida militar durante el llamado «comunismo de guerra», en donde se fusionaban Marx y Marte.

El Terror rojo, como lo fue la represión jacobina de 1793, era inseparable a la internacionalizada guerra civil, y a su vez respondía al terror blanco. Continuaría con el terror contra el campesinado kulaks y con el «Gran Terror» por antonomasia (como se denominó en Occidente por el negrolegendario y propagandista británico Robert Conquest) en la guerra civil entre los propios comunistas entre 1936 y 1938. El Terror estaba en sinexión con la circunstancia geopolítica, pues de lo contrario no se podía haber llevado a cabo una política exterior exitosa (eutáxica), al menos en la victoria contra el Reich de los doces años (pese a la política que desembocó en distaxia tras 45 años de Guerra Fría). «Hacer la guerra al imperialismo teniendo en la retaguardia tales “aliados”, es verse en la situación de gente que se halla entre dos fuegos, tiroteada por el frente y por la retaguardia. Por eso, la lucha implacable contra estos elementos, su expulsión del Partido es la condición previa para luchar con éxito contra el imperialismo» (Stalin, 1977d: 114). La consigna para aplicar el Terror contra la burguesía y la aristocracia era: «¡Paz a las cabañas, guerra a los palacios!».

Como se ha dicho, «El Terror surgió desde abajo; fue un elemento integral de la revolución social desde el principio. Los bolcheviques lo estimularon, pero no crearon el terror de masas. Las principales instituciones del Terror fueron todas configuradas, al menos en parte, en respuesta a las presiones desde abajo [desde el poder ascendente]. El saqueo anárquico que se infligió a la propiedad burguesa, eclesiástica y nobiliaria fue legitimado e institucionalizado por los decretos bolcheviques de confiscación revolucionaria e impuestos, y las chekas locales materializaron mediante el arresto a rehenes “burgueses” y “contrarrevolucionarios”. Los juicios multitudinarios de empresarios burgueses, oficiales, especuladores y otros “enemigos del pueblo” se institucionalizaron a través de los Tribunales Populares y del crudo sistema de “justicia revolucionaria” que administraron y que a su vez formó parte del terror de la Cheka» (Figes, 2000: 581-582, corchetes míos).

El Segundo período de desórdenes terminaría con la consolidación del poder de Stalin y con la colectivización de la agricultura y la industrialización (sinónimo de «occidentalización») impulsadas por la política del Vozhd para preparar a la Unión Soviética de cara a la guerra que se avecinaba, la que resultó ser la «Gran Guerra Patriótica», la guerra que, a través de la paz de la victoria, situaría a la URSS como la segunda potencia mundial, desbancando, aparte de los nazis (en cuya victoria en la guerra radica, sin duda, su gran mérito), al Imperio depredador de Gran Bretaña (principal potencia capitalista y por consiguiente principal enemigo de la Unión Soviética); aunque tras la guerra la hegemonía mundial pasó a Estados Unidos, que sería el vencedor en la Guerra Fría e impondría la pax americana y la american way of life con la que justificaría su ortograma de Imperio generador.

El Terror del estalinismo no es producto de una paranoia o conspiranoia mental de un individuo llamado José Stalin y unos señores que le seguían ciegamente con fe de carbonero. Es puro psicologismo reducir las purgas del Gran Terror al «miedo, la sospecha y la sed de venganza del vozhd» (Pleshakov, 2007: 50). Se dice, además, que para Stalin el objetivo del sistema de los campos de trabajo (gulags) «no era la productividad económica, sino aterrorizar a la población y preservar el sistema político que él deseaba. Por eso el gulag fue intocable hasta su muerte» (Gellately, 2013: 173-174). Como si la compleja estructura de los campos del Gulag hubiese sido motivada por los caprichos de un solo hombre que quiere aterrorizar por gusto a su pueblo o simplemente para seguir en el poder, por la ambición del mismo.

El historiador Inglés Donald Rayfiel sostiene que la idea de una Unión Soviética rodeada de enemigos bien armados era «propaganda estalinista» (Rayfield, 2003: 181), y cree que con las acusaciones de sabotaje el Vozhd «estaba tirando piedras sobre su propio tejado» (Rayfield, 2003: 187). Rayfield diagnostica el Gran Terror como un plan llevado a cabo por «mentes psicóticas», y se pregunta cómo pudo efectuarse dicha «masacre» «en tiempos de paz» (Rayfield, 2003: 333), y cree que las purgas militares de antes de la guerra fueron simplemente cosas de «paranoia y resentimiento» y no de «lógica militar» (Rayfield, 2003: 370). E insiste en que en toda la historia «nadie en tiempos de paz ha llevado a tanta gente a la muerte, y en un lapso tan breve como lo hizo Nikolái Ivánovich Yezhov» (Rayfield, 2003: 336).

Pero, a nuestro juicio, como estamos viendo, aquellos no eran ni mucho menos tiempos de paz; eran los tiempos de la Segunda guerra de los treinta años en Europa y buena parte del planeta (esto es, a nivel de dialéctica de Estados) y el Segundo período de desórdenes en el territorio del reestructurado Imperio Ruso (a nivel de dialéctica de clases).

Como ha sabido ver el historiador y filósofo italiano Domenico Losurdo, el Terror «no es el resultado en primer lugar ni de la sed de poder de un individuo ni de una ideología, sino más bien del estado de excepción permanente que invade Rusia a partir de 1914… Es desde aquí, desde la amplísima escala del Segundo período de desórdenes, donde hay que tomar impulso. No por caso se trata de un fenómeno de andadura todo menos unilineal: lo veremos atenuarse en los momentos de relativa normalización y manifestarse en toda su dureza cuando el estado de excepción alcanza su cénit» (Losurdo, 2008: 144). Por tanto, no se puede decir que «La espantosa matanza de los años treinta no fue emprendida, como el terror de Lenin o el de Robespierre, en tiempo de crisis revolucionaria, o de guerra. Ni siquiera fue llevado a cabo en pro de equivocados objetivos económicos, cuestión más que discutible por otra parte, como en el caso de la liquidación de los Kulaks por la parte del propio Stalin. Por el contrario, fue emprendida con la más calculada sangre fría, cuando Rusia había alcanzado por fin una relativa calma e incluso una moderada prosperidad» (Conquest, 1974: 10). Afirmar esto es afirmarlo desde la propaganda de la Guerra Fría a fin de crear una leyenda negra que demonice la historia del adversario (cosa que desde luego es prudente en los tejemanejes de la política real y que no podemos reprochar).

Por consiguiente, lo que hay que mirar aquí es el contexto histórico y no dar explicaciones psicológicas que vienen a ser mera retórica que no explican nada como por ejemplo: «Su reciente encuentro con tres personas de la camarilla de Lenin -Zinoviev, Trotski y Bujarin- fue un golpe para su psique que no le dejó en paz hasta que mató a los tres» (Rayfield, 2003: 64). Con esta metodología negrolegendaria este autor (que, a duras penas, podemos llamar «historiador») termina denominando a la oposición de los susodichos «ente imaginario» (Rayfield, 2003: 475). Y también suelta perlas como: «El protagonista de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski, proclama que cualquiera que sufra de un agudo dolor de muelas desea que otros sientan ese mismo dolor. Esto resulta plausible en el caso de Stalin. El dolor que infligía a otros nacía de su propio dolor. Sus informes médicos dejan entrever que, en efecto, padecía dolores constantes» (Rayfield, 2003: 71-72).

Y continúa: «los estalinistas de hoy en día, e incluso buen número de no estalinistas, sostienen que todo lo que había hecho Stalin, por homicida y cruel que fuera, hasta el momento del asesinato de Kírov, fue, en definitiva, necesario para el bien de la nación. Sostienen lo siguiente: 1) Que era imprescindible que la Unión Soviética fuera un país industrialmente fuerte, para disuadir a sus enemigos extranjeros, como Gran Bretaña, Francia, Alemana y Japón, de la tentación de destruirlo… entre 1943 y 1945, la URSS derrotó a Hitler y disuadió a Japón de entablar la guerra. La humanidad entera, según los argumentos estalinistas, debiera por consiguiente estar agradecida a la fortaleza con que Stalin persiguió el complimiento de sus propósitos, ya que, de haberse estrechado la mano Hitler y Yamamoto en algún lugar de los Urales en 1942, el mundo entero habría sido esclavizado por el fascismo durante la generaciones, y habría tenido que sufrir un holocausto genocida de proporciones infinitamente peores que las purgas de Stalin» (Rayfield, 2003: 287-288).

Y añade a continuación un comentario que, perdonen ustedes, me da la risa: «No nos es posible dejar pasar siquiera el primer punto sin rebatirlo: hasta 1937 nadie planeó con una mínima seriedad una acción armada contra la URSS» (Rayfield, 2003: 288). ¿Nadie planeó en serio atacar a la Unión Soviética? ¿No sería más correcto decir que todo el que podía planeó muy seriamente una acción armada contra la URSS? ¿Insinúa Rayfield que las potencias occidentales, la Alemania nazi incluida, hasta 1937 planeaban solucionar sus diferencias con la Unión Soviética a base de diálogo y negociación y no a través de una acción armada tras una concienzuda preparación?

Es imposible que un inmenso Imperio estuviese unido y perseverase su eutaxia exclusivamente a causa del Terror. Pero el Terror es imprescindible para imponer el orden e impedir infiltraciones extranjeras que debiliten las estructuras del Estado en proceso de revolución. En 1927, tras diez años de bolchevismo en Rusia, Stalin era muy consciente de que «mientras exista el cerco capitalista se enviarán saboteadores, desviacionistas, espías, terroristas, al otro lado de las fronteras de la URSS […]. No deben usarse los viejos métodos del diálogo, sino métodos nuevos, métodos para destruirlo y extirparlo» (citado por Lozano, 2012: 124-125).

Decía Robespierre (muy criticado por Stalin no ya por sus excesos sino por sus defectos, es decir, por quedarse corto y no ser lo suficientemente duro): «Si el principal instrumento del gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en momentos de revolución deben ser a la vez la virtud y el terror: la virtud sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa e inflexible; emana, por lo tanto, de la virtud; no es tanto un principio específico como una consecuencia del principio general de la democracia, aplicado a las necesidades más acuciantes de la patria» (citado por Priestland, 2010: 34).

Entonces, pues, situándonos más allá del reduccionismo maniqueo del dualismo metafísico del bien y del mal, tuvo que existir el Terror para que fuese posible la revolución; cosas del contexto de la política real que venía a ser el Segundo período de desórdenes en el que nació y creció la Revolución de Octubre.

Bibliografía

   -Conquest, R., El gran terror, Traducción de Joaquín Adsuar, Editorial La Vida Vivida, Barcelona 1974.

   -Figes, O., La revolución rusa (1891-1924), Traducción de César Vidal, Edhasa, Barcelona 2000.

-Gellately, R., La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013.

-Grachov, A., Mijaíl Gorbachov. La tierra y el destino, Ediciones Folio, Hospitalet 2005.

-Kissinger, H., Orden mundial, Traducción de Teresa Arijón, Debate, Barcelona 2016.

   -Lenin, V. I., «Acerca de la frase revolucionaria», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976.

   -Losurdo, D., Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, Traducción de Antonio Antón Fernández, El Viejo Topo, Roma 2008.

-Lozano, A., Stalin. El tirano rojo, Ediciones Nowtilus, Madrid 2012.

-Pleshakov, C., La locura de Stalin, Traducción de Carles Roche, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 2007.

-Priestland, D., Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Traducción de Juanmari Madariaga, Crítica, Barcelona 2010.

-Rayfield, D., Stalin y los verdugos, Traducción de Amado Diéguez Rodríguez y Miguel Martínez-Lage, Taurus, Madrid 2003.

-Stalin, J., Los fundamentos del leninismo, J. V. Stalin, Cuestiones del leninismo, http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Stalin(SP)/FL24s.html, Pekín 1977.

   -White, M., El libro negro de la humanidad, Traducción de Silvia Furió Castellví y Rosa María Salleras Puig, Crítica, Barcelona 2012.

 

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