La espiral del silencio

 

El panóptico de Bentham, una estructura carcelaria que debía permitir a un solo guardián observar a los presos sin que estos pudieran saber si son vigilados o no. El panóptico sirvió como metáfora a Michel Foucault para reflejar el control social. Para Foucault el panóptico es un problema estructural de las democracias y su alcance es ilimitado ya que “es capaz de reformar la moral de los individuos, preservar la salud, con el fin de revigorizar a la industria, difundir la instrucción, aliviar las cargas públicas, establecer la economía…”, según Foucault.  Con el avance de la tecnología cada vez más intrusiva en la intimidad de las personas, parecemos abocados al triunfo del pensamiento único y a un férreo control sobre los disidentes.

Citando a Noam Chomsky: “El propósito de los medios masivos no es tanto informar sobre lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a la agenda del poder corporativo dominante.” Para explicar esto tenemos la teoría de la espiral del silencio de Elisabeth Noelle-Neumann.  La opinión pública, según esta teoría, no deja de ser una forma de control social mediante la cual los ciudadanos adaptan sus comportamientos y opiniones a una determinada visión de la realidad que se muestra como mayoritaria por parte de los medios de comunicación.  El temor existente a la exclusión social y la marginación social que impone las élites dominantes a quien osa plantear pensamientos alternativos, hacen funcionar esta espiral. Cuanto más se difunde la visión dominante por los medios, más silencio guardan las voces contrarias al creerse en minoría, ya sea real o inducida por las élites. Este método de control social no es de todo efectivo ya que puede toparse con un núcleo duro imposible de desanimar o producir que los individuos oculten sus opiniones para no verse marginados socialmente.  Pedro Baños recomienda analizar los comentarios de los periódicos digitales ya que considera que la sensación de anonimato alienta a expresar las verdaderas opiniones. “Se trata, por tanto, de un claro indicador del temor que existe, incluso en sociedades que presumen de valores democráticos y de ejercicio de la libertad, a decidir abiertamente lo que se piensa, por miedo a que estos pensamientos puedan ir en contra de lo que se ha establecido como políticamente correcto.” Citando como ejemplos los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos o los referéndums del Brexit o del proceso de paz de Colombia. Pese a la intensa presión mediática los ciudadanos basándose en la confidencialidad de su voto no han procedido a votar como pensaban y no como se les quería imponer.

Para combatir esta resistencia a la implantación de sus ideas la élite suele imponer un tabú a los disidentes. La opinión dominante no puede ser discutida ni expresar su desacuerdo sin sufrir la consiguiente condena moral y social. En el fondo todo da vueltas en torno al concepto de hegemonía gramsciano o la violencia simbólica de Pierre Bordieu. «La violencia simbólica, es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas»  según Bordieu. Básicamente la violencia simbólica son los resortes que permiten mantener la hegemonía cultural. Una violencia difícilmente clasificable, inasible y muchas veces invisible para sus propias víctimas que no perciben más que la desaprobación social que conllevan su cosmovisión si no entra en comunión con la del grupo dominante. Es cierto que la desaprobación social tiene muchos grados, pero todos conducen a la imposición del pensamiento único o unidimensional. Como decía Herbert Marcuse un mundo preconcebido lleno de prejuicios e ideas preconcebidas.

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