Ernst Jünger contra la ilustración

Por razones de comodidad didáctica viene hablándose de “Ilustración” o “Siglo de las Luces”, dándose a entender una unidad que, si es tal, habría que precisar con mayor afinamiento. Si bien el espíritu ilustrado es uno, la Ilustración no tiene una filosofía, sino que se expresó a través de muy diversas (y hasta contrarias) filosofías. Por si fuese poco, a esa heterogeneidad de filosofías que se contrariaban la una a la otra en todos los campos (desde la interpretación de la naturaleza a lo religioso, pasando por la solución dada a los problemas epistemológicos), la Ilustración es “Enlightenment” en Inglaterra, “Lumières” en Francia, “Illuminismo” en Italia, “Ilustración” en España y “Aufklärung” en Alemania y la diversidad de términos no sólo es resultado de las lenguas vernáculas, sino que cada “ilustración” tiene su propia idiosincrasia y pensar aquí en algo homogéneo es desatinar. No obstante, se nos podría decir, algo comparten todas las “ilustraciones” como para que, en principio, pudiera darse como se dio algo así como unas Anti-Luces. En efecto, lo repetiremos, ahora con palabras de Jean Deprun: “si bien el espíritu de las Luces es uno, las filosofías de las Luces son legión[1]. Y Ernst Jünger supo captarlo con la perspicacia que le caracterizaba, cuando pudo escribir: “la ilustración es algo más profundo que la Ilustración[2].

Pero, ¿qué es lo que comparten las Luces, pese a su heterogeneidad nacional y filosófica, para que podamos hablar de “Ilustración” y nos podamos entender todos? Además de la metáfora lumínica, presente en todos los vocablos nacionales con los que se presenta (también está presente, aunque tal vez resalte menos en el español de no atender al “lustre” de la “Ilustración”), la Ilustración comparte unos demonios de los que quiere liberarse, plásticamente expresados en las fuerzas de lo que ellos denominaron “oscurantismo”. Kant ofreció el lema “Sapere aude!” (¡Atrévete a saber!) como divisa de las Luces, como ideal para una humanidad que, llegada a su mayoría de edad, debería emanciparse intelectual y moralmente. Pero el ideal como tal era una formalidad que luego sería dotada de contenido por cada uno de los que a sí mismos se tuvieron como ilustrados, compartiendo -eso sí- la misma confianza y optimismo por las capacidades ínsitas en un concepto muy limitado de Razón (“Razón” endiosada posteriormente por los revolucionarios que asumieron las ideas enciclopedistas), una Razón que, arrollando los prejuicios y las supersticiones anteriores, sería capaz en su ejercicio y despliegue de perfeccionar a los hombres y a la sociedad. El asunto, como puede verse, es tan complejo que nos ha exigido dos párrafos para él solo, sin apenas adentrarnos en la cuestión que da título a este artículo y que ya es hora de acometer, tras estos aproches preliminares.

No sólo en su obra escrita se aplicó Ernst Jünger a combatir a la “Ilustración”, tomó también de ella los instrumentos que más oportunos le parecieron para combatir el mundo al que había dado luz esa Ilustración. Así, cuando Jean-José Marchand entrevistó a Ernst von Salomon, amigo de Jünger, Von Salomon alude a su relación con Jünger, recordando que: “fundamos entonces, intentamos escribir una nueva enciclopedia […] Decía: lo que quiero ahora, es la revolución espiritual. ¿Dónde comenzar? Los franceses son lo enseñaron, escribir una nueva enciclopedia, revisar todos los conceptos[3].

Jünger supo ver como pocos la trampa que la Ilustración había urdido, consistente en haber establecido que “toda ofensiva contra el culto a la razón” es una “ofensiva contra la razón”[4]. El producto resultante de la Ilustración (y la secuencia de revoluciones inspirada por ella, desde la francesa de 1789) es la figura del “burgués”. Por eso, todo ataque de Jünger a la Ilustración tiene un destinatario: el burgués troquelado en el molde de los ideales ilustrados. Es por ello que a lo largo de toda su dilatada obra escrita podemos descubrir la oposición de Jünger a la Ilustración, pero en “El Trabajador” será donde encontraremos el armazón más elaborado de su constante antagonismo a las Luces y sus derivaciones. Y no le vale tampoco a Jünger la actitud romántica que, en su momento, pareció reaccionar contra la Ilustración, entendiéndola como una evasión que ni el Soldado, ni el Trabajador, ni el Emboscado, ni el Anarca (por citar sus figuras más célebres) se pueden permitir.

Pero toda la hostilidad de Jünger a la Ilustración tiene su raíz en la figura del burgués que la Ilustración ha modelado. El optimismo progresista de la razón (no caigamos en la trampa tendida por la Ilustración de que quien se niega a dar culto a la razón es irracional) es el presupuesto que dota de una falsa seguridad al hombre, negando el mundo elemental que puede irrumpir en cualquier momento (el naufragio del “Titanic” es la imagen que emplea Jünger en “La emboscadura”[5], contraponiéndola al Bosque) para ese mundo conformado bajo la égida de los ideales ilustrados. En todo ello, Jünger descubre que: “El poder supremo por el cual ve garantizada el burgués esa seguridad es la razón[6] y dice más: “La situación ideal de seguridad que el progreso aspira a alcanzar consiste en que el mundo sea dominado por la razón, la cual deberá no sólo aminorar las fuentes de lo peligroso, sino también, en última instancia, secarlas”. La razón ilustrada y burguesa trata por todos los medios de reducir lo “peligroso”, lo “elemental”, al absurdo, desproveyéndolo de esa guisa del derecho a ser real. Y esa convicción ilustrada que sobreestima las fuerzas de su limitada razón se muestra como un despropósito que nos proporciona una seguridad ilusoria que puede romper en cualquier momento la irrupción de lo elemental para lo que no estaremos prevenidos, si la aceptamos. Ocurre algo similar con el dolor que el burgués, provisto con su fe en la razón, trata por todos los medios de invisibilizar: “La naturaleza de esa seguridad estriba, por tanto, en que el dolor es empujado a la periferia, en provecho de un mediano bienestar.[7]

Para recapitular podemos decir que la crítica de Ernst Jünger a la Ilustración no se puede confundir con otras posturas anti-ilustradas, con vagas y estériles nostalgias del Ancien Régime, aunque el mismo Jünger haya encontrado en ellas afinidades, motivos y hasta munición: valga por caso la hostilidad irracionalista de Johann Georg Hamann a la razón ilustrada. La Ilustración aboca, para Jünger, al Burgués, a la técnica y, por ende, al nihilismo. Y como entramado de ideas ha configurado el mundo que tenemos, por lo que cumplía para Jünger someterla a una revisión en la que se hicieran patentes sus presupuestos y las consecuencias que, asumidos tales presupuestos, traen consigo.

La Ilustración ha traído el triunfo del burgués, proporcionándole un mundo de referencias y convicciones quebradizas que, tras la I Guerra Mundial, son inaceptables. Y el burgués, en su afán de seguridad, ha perdido la ligazón con el mundo elemental al cual niega por contener en su seno el peligro, el dolor y la muerte. Lo que Jünger reprocha a la Ilustración que dotó al burgués de su sistema de ideas y creencias es que, en su carrera por escapar de todo eso que nos amenaza, elevando la razón ilustrada a suprema instancia, se ha construido un mundo técnico que, a la vez que otorga una falsa seguridad que se desmorona, reduce la libertad del hombre singular, hasta amenazar seriamente con anularla, convirtiéndolo en un autómata en un mundo de autómatas.

[1] “Filosofías y problemática de las Luces”, Jean Deprun, en “Racionalismo, Empirismo, Ilustración”, Volumen 6 de la HISTORIA DE LA FILOSOFÍA SIGLO XXI EDITORES, pág. 283, Siglo XXI Editores, Madrid, 1991.

[2] Jünger, Ernst, “El Trabajador. Dominio y figura” (traducción de Andrés Sánchez Pascual), Tusquets Editores, Barcelona, 1993. Todas las citas que a partir de ahora se hagan de este ensayo pertenecen a esta edición.

[3] La conversación de Ernst von Salomon con Jean-José Marchand se publicó originalmente en “Exil” (1975), posteriormente en la revista “Eurasia” (2006) y ha sido traducida y publicada al español por la revista NIHIL OBSTAT. Revista de Historia, Metapolítica y Filosofía de Ediciones Fides, número 24, año 2015.

[4] La cita completa dice: “Una de las jugadas de ajedrez del pensamiento burgués tiene, en efecto, como objetivo el desenmascarar toda ofensiva contra el culto a la razón como una ofensiva contra la razón y, en consecuencia, el despacharla acusándola de irracional”. (El Trabajador, pág. 53.)

[5] Jünger, Ernst, “La emboscadura” (traducción de Andrés Sánchez Pascual), Tusquets Editores, Barcelona, 1993.

[6] “El Trabajador”, pág. 54.

[7] Jünger, Ernst, “Sobre el dolor, seguido de La movilización total y Fuego y movimiento” (traducción de Andrés Sánchez Pascual), Tusquets Editores, Barcelona, 1995. Pág, 33.

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