El reyecito de hojalata

Siempre me gustaron, aunque muy de lejos, esos juguetitos de soldados, granaderos o músicos con tambor, de tamaño indefinido, pintados de rojo y azul chillón. Un homenaje a lo que no es, ni a pesar de la imaginación de un niño. Eso ya era retro cuando bautizaron a María Castaña.

Pues hete aquí que el nieto del General (¡Oye, que sigue sin recibir ni una carta, aunque le rapiñen la tumba!) se nos ha hecho de hojalata. Lo plantan en cualquier sarao y se tiene quietecito hasta el siguiente. Una Feria, un Premio, una Copa, un Pim-pam-pum. Todo vale para estarse pasmarote, inexistente.

Y me ha dicho el Piyayo (¡Oye, un respeto imponente!) que un hombre cuando no puede, rescata la dignidad hasta en sus lágrimas. Pero este reyecito, ni se mueve ni llora nunca. Cuando se caiga no nos vamos a enterar.

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