Cuando el Coronavirus resucitó a Foucault

Estar confinado en casa, sometido a la presión del teletrabajo que obliga a autorregulaciones disciplinarias, o las separaciones voluntarias de un metro respecto a tus congéneres cuando sales a comprar por calles semivacías, no puede menos que recordarnos el pensamiento de Michel Foucault. El autor de innumerables obras dedicadas a explicar el paso de las sociedades controla las sociedades disciplinarias, se nos antoja de una actualidad espantosa. Por mucho que uno quiera evitar la teoría conspiracionoicasobre la aparición de este nuevo coronavirus, a uno le recorre un escalofrío por la espalda, contemplando como en pocos días, a costa de una pandemia, se están moviendo las “placas tectónicas” de la geopolítica a la velocidad del rayo. Pero esto quizá mejor dejarlo para otro momento.

De momento sólo recogeremos unas breves reflexiones de Foucault y veremos que su marco teórico,encaja perfectamente en la situación que estamos viviendo. Como hemos dicho, el pensamiento de nuestro autor marcó un hito a la hora de cambiar la visión que tenemos del poder. La modernidad del siglo XVIII había desarrollado un sistema de control propio de un Estado absoluto, cuyo referente era el panóptico: una estructura espacial que permitía vigilar sin ser visto por los controladores. El mecanismo, ideado por Bentham, tanto podía servir para el control de una cárcel como de una fábrica. El ojo que todo lo ve era una representación de la deificación del Estado.

Sin embargo, en el siglo XIX este poder soberano se vuelve obsoleto en sí mismo y necesita desarrollar, a la vez que competir, con nuevas formas de control social. Es la aparición de las sociedades disciplinarias, donde los espacios y su control vuelven a tener un papel fundamental. Pero esta vez no es una ideología del Estado soberano la que legitima el poder, sino micro “ideologías” (“saberes” según Foucault) que se van superponiendo unas sobre otras, creando “espacios” donde se disciplinará el cuerpo. De ahí sus extensos análisis de los hospitales, escuelas, prisiones, manicomios, como “espacios” donde se aplica un saber/poder (un conocimiento tecnológico sobre el cuerpo y la mente), que permite desarrollar lo que denominó las “tecnologías del yo”; esto es, la construcción de la identidad del yo a través de los conocimientos científicos o “saberes” (en el fondo ideologías) y la adquisición de procesos conductuales predeterminados.

Foucault, en la última fase de su obra intelectual, intentó demostrar que la sociedad disciplinaria que se había creado (los comportamientos de consumo actuales serían una expresión más de ella) no sustituían ni se oponían al poder soberano sino que lo iban completando. De este roce, surgiría una nueva modalidad de disciplina/poder que atendería ya no al control disciplinario de los sujetos, sino al de las poblaciones. A este hecho le llamó la aparición del biopoderbiopolítica. Con estos términos pretendía explicar la preocupación del poder por controlar la “población” (concepto que se adecua al sujeto del biopoder). Para el Estado se vuelve tan importante ejercer su poder sobre los sujetos individuales de forma imperceptible a través del desarrollo de disciplinas del autocontrol, como controlar un sujeto -tomado en su conjunto- que es la población. De ahí la preocupación de los Estados por el control de nacimientos, esperanza de vida, aumento de la población, su envejecimiento, en definitiva de sus parámetros como una ser vivo.

Quizá la genialidad de Foucault, radica en describir que el desencaje ente el poder soberano, las técnicas disciplinarias y el biopoder. Esta inevitable desarmonía entre diferentes formas de ejercicio del poder, se resolvería de la forma más sorprendente y actual. El desencadenante de todo ello sería la secularización de la modernidad. En una sociedad donde lo trascendente está presente, el poder -en cierta forma- no tiene límites ni discontinuidades. Morir significaba pasar de estar sometido al Estado soberano, a pasar a la jurisdicción de un Dios soberano. Por tanto, en la presencia del poder se mantenía (aunque fuera en el imaginario particular) más allá de la muerte. Pero la secularización y la inmanentización de la vida, ponen límite al poder. Este sólo podrá ejercerse en el tiempo histórico. Ello, según un preclaro Foucault, obligaría a una resacralización del poder temporal. Pero ello es difícil, por no decir imposible, explicitarlo en una sociedad moderna o contemporánea. 

La necesidad de resacralización y de un gozne para encajar las tres formas de poder que hemos expuesto, queda resuelta con la “sacralización” de una de las disciplinas desarrolladas en la modernidad: la clínica. Foucault ve en la medicalización de la sociedad (omnipresencia de las terapias, protocolos médicos, el presupuesto de todos estamos enfermos y necesitamos ser curados), en la auto-otorgada legitimidad del Estado para controlar esta terapiacracia y en los mecanismos de control poblacional, la supervivencia del poder. En la modernidad al Estado no le preocupan las personas, le preocupan las estadísticas. Por eso, una vez imposibilitado el ejercicio de las modalidades de poder en el más allá, al Estado -afirma Foucault- no le preocupa la muerte, sino la mortalidad. 

No podemos olvidar cómo los primeros estudios del biopoder de nuestro filósofo, buscaban sus fundamentos en el control de los espacios en las ciudades ente las epidemias. Las grandes epidemias llevaron a recrear el espacio de las ciudades (crear calles más anchas, eliminar barrios cerrados, …) que a su vez permitía un mejor control policial y político. Hoy, en estos días de una epidemia global/local, aunque nos dirija un gobierno más que torpe, no podemos dejar de evidenciar cómo se cumplen las observaciones del francés. Tenemos gobiernos donde nada le preocupan los muertos (pues se les condena a morir aislados), sino las estadísticas diarias de mortalidad e infecciones. De forma casi automática, aunque perezosa, ya se han puesto en marcha los mecanismos de control espacial, volviendo a la reclusión disfrazada de autoconfinamiento voluntario. El poder, a través de sus medios de comunicación, nos ayuda en el control autodisciplinario en nuestras casas o protocolos para desplazarnos. Y todo ello con el convencimiento de que el poder es el garante de nuestra salvación.

Si Foucault resucitara, posiblemente esbozaría una sonrisa y callaría.

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